Después de 37 publicaciones, que comenrzaron el pasado 11 de noviembre, acabo esta serie que he agrupado bajo el título de "Ceniza carmesí". No se si comenzaré otra, quizás me tome un respiro. Gracias por leerme.
Era un gitano triste. Recorría la tierra cabalgando en pos de la luz, hacia el llanto de la luna y el ruiseñor, hacia el tiempo fugitivo que va dejando el rastro grabado con piedra ardiente en los azules cuadernos de la vida.
Era un gitano espantado del día y de la noche, aterrado por la sucesión de las estaciones y los años, que tendía su mano a la carne de la tierra que duerme desnuda, en el ocaso, mientras la claridad se apaga sobre horizontes y tejados.
Era un gitano que iba buscándole a Ella por la ciudades del futuro lejano, dispuesto a caer exhausto en la cuneta de la historia.
Era uno de esos poetas ambulantes que alquilan sus sueños y con sus poemas quieren cavar un túnel hasta el cielo, pero sabiendo que, aunque se resista y se muera de pie, ahora y siempre se es muela de molino, mercancía que pasa de tirano a tirano, en este tiempo precursor del diluvio.
Recorría los caminos donde los actores han trocado sus máscaras: el mundo está en las garras del apuntador, agazapado en la sombra, el mundo está a merced de los payasos, de los vendedores de despojos, que van tiñendo con sangre el escenario.
Buscaba encender en los días del miedo el fuego del alma, en el tiempo del caos, pensando con terror que la paloma que alza el vuelo podría dan en tierra con las alas rotas, atravesado el cuerpo por la flecha envenenada de la sorda noche.
-¡Qué duras las penas del amor cuando en el cielo muere la estrella polar y los lobos aúllan! -se lamentaba.
Iba persiguiendo a su propia muerte, llevando al califa su cabeza cortada en un plato.
-¡Que llueva el cielo púrpura y sangre! -gritaba, sabiendo que si en este viaje interminable reventaba de cansancio, por siempre seguiría perdido, vagando por la aurora.
Y aún así, ungido el rostro con todo el aroma de las flores, rogó a la estrella polar, le pidió -por favor- que tendiera un puente para cruzar el río infernal.
-¿De dónde viene el amor? -se preguntó- porque estamos condenados, porque estamos en el circo, en el zoo. El lenguaje de la prostitución, la historia, las quimeras, lo estéril y lo yermo nos asedia desde hace dos mil años. En vano se pierden nuestras voces. Los enfermos y los ciegos a las puertas del mundo se hacinan gimiendo, buscando en manuales y diccionarios la lengua de un mañana poblado de pesadillas, de carroña y de máquinas que cuentan latidos de corazón y monedas.
Al acercarse la noche emigran los pájaros, pero El, coronado por el dolor de la luz no quiere someterse a la oscuridad, en su infierno polar se niega a derrumbarse. Resiste el hielo y la pesadilla construyendo la ciudad de la creación en el fondo del mar del color y el ritmo, soñando en la era del espacio, del hombre y el sonido de la música. El sabe que si en el intento encuentra las llaves de esa ciudad, con ella podrá abrir todas las puertas y aguardar un instante en el último umbral, sabe que con la rosa del amor podría conquistar la mañana del mundo en sus entrañas. Pero sabe también que no debe a nadie revelarle el secreto, pues los jardines de esta ciudad, en cuyas enramadas se oculta el alba, han sido regados con sangre de amantes y azul de ultramar.
-¡Atended navíos del silencio, cuadernos de agua, puñados de viento: mi cita con Ella será otro nacimiento, un tiempo nuevo que hará caer de los rostros la máscara y las tinieblas, que hará que los muros se desplomen! -dijo con vehemencia.
Deambulaba, sí, buscando, con la araña de fuego en su cerebro entre el clamor de la ciudad, atrapado por la magia del mundo, envidiando al pájaro ciego que hace el amor en las sombras con su hembra, amando y odiando las palabras, cuando se apaga el fuego azul del cielo.
Deambulaba, porque rendido estaba de amor su corazón. Hablaba con el rayo y la nube y también con el viento que barría las hojas caídas, pero era a Ella a quien invocaba, todo nombre que al pasar mencionaba era el suyo.
La llamó. Gritó:
-¡Ojo de Sol!, ¡Ojo de Sol! -resonando el eco en su corazón como colmena, como fragoso río cautivo que va arrasando, incontenible, diques y puentes.
-¡Ojo de Sol!, ¡Ojo de Sol! -volvió a repetir, y el nombre alzó el vuelo junto a los de las estrellas, a través de alfabetos perdidos, del grito solitario del amante que demanda ser socorrido por el poder de las cosas.
Entonces, una lágrima cayó del cielo hasta su rostro, anegando el espacio del crepúsculo. Y la lágrima fue forma, cuerpo, Ella al fin.
-Eres hermosa. Sí, eres hermosa. ¡Cuántas noches te estuve inventando desde la lucerna del sepulcro, luchando contra el insomnio, lavado mi cuerpo por el alba, en la boca y las mejillas de la tierra apoyadas mis mejillas y mi boca! -dijo El mientras besaba sus labios, que eran los labios de la tierra, y rozaba sus manos, las manos de los árboles.
-Cógeme como una abeja sedienta de polen, abrázame ahora. En breve acabará el día, morirá entre tus brazos, entre mar, cielo y desierto -dijo Ella abriendo sus puertas al nómada desterrado.
Él, rompió a llorar. La abrazó.
A su señora abrazó sobre la alfombra de luz y entonó por ella una canción, grabó en su boca el amor por todas las mujeres hechiceras del mundo, los besos de todos los amantes. Le entregó su amor en una rosa. El uno se hizo Uno con el Todo: la sombra con la sombra. Y el mundo fue más viejo y más joven que El mismo.
-En las páginas de la muerte -dijo El- escribiré un conjuro para proteger con mis labios tus ojos, y al pronunciarlo se detendrá el tiempo, descenderá sobre ti un ángel que te dirá: "¡Alzate!, siempre viva como la mariposa de las tormentas sobre los prados". Entonces, en este tiempo de dolor, entre los millones de atormentados por la larga espera, levantaremos, tú y yo, una ciudad nueva.
Y al conjuro de su magia, a Ella le subió el rubor a las mejillas, corrió la sangre por sus venas vivificando las raíces y el cuerpo de una naturaleza. Estallaron de pronto nubes y rayos y una tormenta de flores descargaron los cielos de la noche del mundo. Los dedos del viento soltaron sus cabellos y un pájaro hambriento revoloteó entre sus senos buscando llamas y zafiros, buscando la fuente de la vida en los posos del cuerpo aturdido.
-En el lecho de un río de cualquier astro abandonado duermo en una concha con luces y guijarros, con hierbas y peces plateados.
Grabo en tablillas de barro una profecía capaz de descifrar el enigma de la piedra esencial que ha de triunfar de la muerte y la materia. Abrazo lo hermoso y lo atroz -susurró Ella.
Pero en ese momento supo El que el rostro de la tierra se colmaba de luces y desastres; extendida, con mano de fuego incendiaba las rosas del jardín. Despertaron de su sopor los terremotos, las aves y las gotas de lluvia ensangrentada.
Entonces, una mariposa azul desplegó las alas sobre su rostro de pobre amante. Corrió tras ella sobresaltado, mas volando por encima del muro dejó en pos de sí un hilo de sangre por las frondas del ocaso.
-¡Ojo de Sol!
¡Ojo de Sol!
¡Ojo de Sol!...
Ella no oyó su clamor. Ella no vio al amante arrastrándose hacia el fuego, delante de la última puerta del infierno.
El seguía llamándola, cada vez con menos fuerza, inaudible casi. Las lágrimas humedecían su rostro y se derramaban por el suelo haciendo enrojecer todas las flores de la tierra.
-He aquí el signo de la resurrección -dijo, cuando los muertos cerraron tras El la puerta de la tumba.
Con toda su voz de silencio volvió a gritar:
-¡Ojo de Sol!
Y ambos cayeron convertidos en ceniza. Les esparció el viento y sus nombres entrelazados escritos quedaron en la losa de la tumba.