sábado, 14 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [4]


Sale de mis ojos una lágrima profunda que abarca más que el trompeteo de un río desbordante. El cielo mira desde arriba y observa las aviesas sonrisas que esperan su momento antes de que finalmente los dardos de su ironías hieran en el corazón. Y como siempre, medio escondido entre las cenizas inconsolables, el silencioso e inalterable verdor de la muerte sonríe.

Mi lágrima es consciente de que a pesar de la rapidez y crueldad del día o de la terrible duración de la noche, los muertos pasean sin cuidado con las manos en los bolsillos. Mi lágrima sabe que estamos por siempre indecisos buscando la respuesta de la mente a alguna dudosa pregunta, inmersos en esta quizás imaginaria pero horrorosa esclavitud de la sangre, en esta vida que mata hasta la muerte.

Por eso, después de tantos años perdidos en el esfuerzo de abrirme paso a paso a través de una barrera imposible, podría ser apenas censurado -”te cansarás pronto de danzar solo con la luna, en un cielo sin su piel de naranja”- por esperar que algo suceda.

Y sucede:

Una paloma alza el vuelo frente a mí.

Y yo, todo lo que deseo es también tener alas para volar despreocupadamente por encima de las diversas ansiedades del alma, pero me digo, no, es mejor comenzar a andar y dejar que el ave, con sus energías, hable en mi nombre.

Entonces la paloma habla de otra ciudad, casi de otro país, donde existe una feliz carencia de desgracia, debido, al parecer, al hallazgo de algo, de una excitación.

La sigo.

Y encuentro la hospitalidad de un buen corazón como arma suficiente contra la fatalidad, encuentro el lugar de la confianza sensual de unos ojos delante de un aserto.

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