domingo, 20 de diciembre de 2009

CENIZA CARMESÍ (Epílogo)




NOTA
Después de 37 publicaciones, que comenrzaron el pasado 11 de noviembre, acabo esta serie que he agrupado bajo el título de "Ceniza carmesí". No se si comenzaré otra, quizás me tome un respiro. Gracias por leerme.



OJO DE SOL

Era un gitano triste. Recorría la tierra cabalgando en pos de la luz, hacia el llanto de la luna y el ruiseñor, hacia el tiempo fugitivo que va dejando el rastro grabado con piedra ardiente en los azules cuadernos de la vida.


Era un gitano espantado del día y de la noche, aterrado por la sucesión de las estaciones y los años, que tendía su mano a la carne de la tierra que duerme desnuda, en el ocaso, mientras la claridad se apaga sobre horizontes y tejados.


Era un gitano que iba buscándole a Ella por la ciudades del futuro lejano, dispuesto a caer exhausto en la cuneta de la historia.

Era uno de esos poetas ambulantes que alquilan sus sueños y con sus poemas quieren cavar un túnel hasta el cielo, pero sabiendo que, aunque se resista y se muera de pie, ahora y siempre se es muela de molino, mercancía que pasa de tirano a tirano, en este tiempo precursor del diluvio.

Recorría los caminos donde los actores han trocado sus máscaras: el mundo está en las garras del apuntador, agazapado en la sombra, el mundo está a merced de los payasos, de los vendedores de despojos, que van tiñendo con sangre el escenario.

Buscaba encender en los días del miedo el fuego del alma, en el tiempo del caos, pensando con terror que la paloma que alza el vuelo podría dan en tierra con las alas rotas, atravesado el cuerpo por la flecha envenenada de la sorda noche.


-¡Qué duras las penas del amor cuando en el cielo muere la estrella polar y los lobos aúllan! -se lamentaba.

Iba persiguiendo a su propia muerte, llevando al califa su cabeza cortada en un plato.

-¡Que llueva el cielo púrpura y sangre! -gritaba, sabiendo que si en este viaje interminable reventaba de cansancio, por siempre seguiría perdido, vagando por la aurora.

Y aún así, ungido el rostro con todo el aroma de las flores, rogó a la estrella polar, le pidió -por favor- que tendiera un puente para cruzar el río infernal.

-¿De dónde viene el amor? -se preguntó- porque estamos condenados, porque estamos en el circo, en el zoo. El lenguaje de la prostitución, la historia, las quimeras, lo estéril y lo yermo nos asedia desde hace dos mil años. En vano se pierden nuestras voces. Los enfermos y los ciegos a las puertas del mundo se hacinan gimiendo, buscando en manuales y diccionarios la lengua de un mañana poblado de pesadillas, de carroña y de máquinas que cuentan latidos de corazón y monedas.

Al acercarse la noche emigran los pájaros, pero El, coronado por el dolor de la luz no quiere someterse a la oscuridad, en su infierno polar se niega a derrumbarse. Resiste el hielo y la pesadilla construyendo la ciudad de la creación en el fondo del mar del color y el ritmo, soñando en la era del espacio, del hombre y el sonido de la música. El sabe que si en el intento encuentra las llaves de esa ciudad, con ella podrá abrir todas las puertas y aguardar un instante en el último umbral, sabe que con la rosa del amor podría conquistar la mañana del mundo en sus entrañas. Pero sabe también que no debe a nadie revelarle el secreto, pues los jardines de esta ciudad, en cuyas enramadas se oculta el alba, han sido regados con sangre de amantes y azul de ultramar.

-¡Atended navíos del silencio, cuadernos de agua, puñados de viento: mi cita con Ella será otro nacimiento, un tiempo nuevo que hará caer de los rostros la máscara y las tinieblas, que hará que los muros se desplomen! -dijo con vehemencia.

Deambulaba, sí, buscando, con la araña de fuego en su cerebro entre el clamor de la ciudad, atrapado por la magia del mundo, envidiando al pájaro ciego que hace el amor en las sombras con su hembra, amando y odiando las palabras, cuando se apaga el fuego azul del cielo.

Deambulaba, porque rendido estaba de amor su corazón. Hablaba con el rayo y la nube y también con el viento que barría las hojas caídas, pero era a Ella a quien invocaba, todo nombre que al pasar mencionaba era el suyo.
La llamó. Gritó:
-¡Ojo de Sol!, ¡Ojo de Sol! -resonando el eco en su corazón como colmena, como fragoso río cautivo que va arrasando, incontenible, diques y puentes.

-¡Ojo de Sol!, ¡Ojo de Sol! -volvió a repetir, y el nombre alzó el vuelo junto a los de las estrellas, a través de alfabetos perdidos, del grito solitario del amante que demanda ser socorrido por el poder de las cosas.

Entonces, una lágrima cayó del cielo hasta su rostro, anegando el espacio del crepúsculo. Y la lágrima fue forma, cuerpo, Ella al fin.

-Eres hermosa. Sí, eres hermosa. ¡Cuántas noches te estuve inventando desde la lucerna del sepulcro, luchando contra el insomnio, lavado mi cuerpo por el alba, en la boca y las mejillas de la tierra apoyadas mis mejillas y mi boca! -dijo El mientras besaba sus labios, que eran los labios de la tierra, y rozaba sus manos, las manos de los árboles.

-Cógeme como una abeja sedienta de polen, abrázame ahora. En breve acabará el día, morirá entre tus brazos, entre mar, cielo y desierto -dijo Ella abriendo sus puertas al nómada desterrado.

Él, rompió a llorar. La abrazó.

A su señora abrazó sobre la alfombra de luz y entonó por ella una canción, grabó en su boca el amor por todas las mujeres hechiceras del mundo, los besos de todos los amantes. Le entregó su amor en una rosa. El uno se hizo Uno con el Todo: la sombra con la sombra. Y el mundo fue más viejo y más joven que El mismo.

-En las páginas de la muerte -dijo El- escribiré un conjuro para proteger con mis labios tus ojos, y al pronunciarlo se detendrá el tiempo, descenderá sobre ti un ángel que te dirá: "¡Alzate!, siempre viva como la mariposa de las tormentas sobre los prados". Entonces, en este tiempo de dolor, entre los millones de atormentados por la larga espera, levantaremos, tú y yo, una ciudad nueva.

Y al conjuro de su magia, a Ella le subió el rubor a las mejillas, corrió la sangre por sus venas vivificando las raíces y el cuerpo de una naturaleza. Estallaron de pronto nubes y rayos y una tormenta de flores descargaron los cielos de la noche del mundo. Los dedos del viento soltaron sus cabellos y un pájaro hambriento revoloteó entre sus senos buscando llamas y zafiros, buscando la fuente de la vida en los posos del cuerpo aturdido.

-En el lecho de un río de cualquier astro abandonado duermo en una concha con luces y guijarros, con hierbas y peces plateados.

Grabo en tablillas de barro una profecía capaz de descifrar el enigma de la piedra esencial que ha de triunfar de la muerte y la materia. Abrazo lo hermoso y lo atroz -susurró Ella.

Pero en ese momento supo El que el rostro de la tierra se colmaba de luces y desastres; extendida, con mano de fuego incendiaba las rosas del jardín. Despertaron de su sopor los terremotos, las aves y las gotas de lluvia ensangrentada.

Entonces, una mariposa azul desplegó las alas sobre su rostro de pobre amante. Corrió tras ella sobresaltado, mas volando por encima del muro dejó en pos de sí un hilo de sangre por las frondas del ocaso.

-¡Ojo de Sol!
¡Ojo de Sol!
¡Ojo de Sol!...

Ella no oyó su clamor. Ella no vio al amante arrastrándose hacia el fuego, delante de la última puerta del infierno.

El seguía llamándola, cada vez con menos fuerza, inaudible casi. Las lágrimas humedecían su rostro y se derramaban por el suelo haciendo enrojecer todas las flores de la tierra.

-He aquí el signo de la resurrección -dijo, cuando los muertos cerraron tras El la puerta de la tumba.

Con toda su voz de silencio volvió a gritar:
-¡Ojo de Sol!

Y ambos cayeron convertidos en ceniza. Les esparció el viento y sus nombres entrelazados escritos quedaron en la losa de la tumba.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Desencuentro [y 3]


Bajó retumbando el corazón latido a latido, a lo profundo del oscuro túnel del amor. Iba herido, desangrándose, venas abiertas tras la vana tarea de buscar lo inexistente, dejando tras de sí la larga huella roja de las lágrimas. Pesado peso el del pasado lapidado por días de cadáveres ya demasiado familiares. (¿se convierte un beso en otro beso? ¿igual es la misma caricia esa que la mano repite con vehemencia?).


Entra por el cuerpo una sensación como intercambio entre los límites
-¿es eso todo?- Uno junto a uno un beso, una caricia, una excitación que sube por las venas
-¿el amor?- Uno, o cualquier otro Todo es lo mismo, la misma oscuridad.


Arriba, en el cielo, en la superficie el aire se ilumina, brilla un sol con brillo de esperanza pero no llegan los haces allí a lo profundo: alguien ha cerrado la entrada con la pesada piedra de los días pasados.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Desencuentro [2]


"Y todo coincide en silenciarnos, mitad por una vergüenza, quizás,

mitad por una esperanza inexpresable”

(R.M.Rilke)

Dura batalla la del corazón, tener que vivir y sentir al mismo tiempo, alegrarse y soportar el dolor de la derrota. Dura batalla la del corazón, cuando te piensa y te mira de cerca, cuando siente la alegría y la derrota en la difícil tarea de hablarte o conocerte o mirarte solamente, sintiéndolo todo por instantes que se quedan en Él anclados latido tras latido. Dura batalla la del corazón que tiene que decirlo todo sin palabras, con el gesto único del nudo en la garganta, sin saber si acercarse o quedarse a la distancia justa en que los labios y las manos no alcanzan al blanco huidizo de la piel. Dura batalla la del corazón, llevando siempre un te quiero y un te odio en las alforjas, dispuesto a ofrecerlo adornado de perlas, perlas de labios en sonrisas o lágrimas redondas.

Corazón: Como las olas llegan a mí las sensaciones vividas juntos, esas que sólo ella y yo conocemos de verdad llegan, fluidas, sin descanso, sin reposo, iguales pero siempre diferentes. Y yo siento -la sombra funde su silueta- el placer, la tortura de pensar en ella y buscar la razón más escondida de todo esto. Las razones, Dios, ellas son las que acaban por matarnos. Esas sensaciones son el farol que silba en la alta noche, y el amanecer que llega por el roce de las pieles; esas sensaciones nos llevan entre abismos que estremecen, donde estallan mil flores coloradas, color de sangre oscura, allá abajo donde los caballeros se matan con moros decadentes y los poetas viven sus romances con princesas y esclavas; esas sensaciones son este intenso rumor que dentro clama, este morir sin ella, este tibio dolor, tan dulce y fuerte... ¿cómo llamar a todo esto? Descubrimos lo que nadie sabía -¿y la razón de todo?- pero nadie nos dijo cómo cazar al vuelo el pájaro que pasa como el rayo, cómo atrapar lo inaprensible, lo que vibra un segundo y luego muere, justamente, lo que no debe morir hasta que estalle el Universo: la locura y el fundamental feroz deseo de encontrar la manera de salvarla. Ahora, quisiera que ella -a quien la juventud le atrae tanto que es capaz de admitir el sacrificio de no llegar a la vejez- fuera el ángel bueno, que me siguiera al Más Allá para evitar que le suelte cuatro frescas a Dios y termine al fin de condenarme. Y lo pienso cuando estoy lejos, cuando sé lo imposible de encontrarte al doblar una esquina, ni oír su voz, su rosa, ni recibir el aire perfumado de su pelo; cuando se que necesito hundirme en su cuerpo propicio, para gustar a fondo la esencia de su vida, escuchando en sus venas el río desbocado de la sangre caliente que por ellas camina; cuando siento un peso que cuelga de mi brazo... me vuelvo, miro el brazo... es el peso de su ausencia. Solo. Pienso que no puedo pensar nada, no recordar nada, no ver ningún rostro cuando cierro los ojos, ni murmurar un nombre cuando cierro la boca. Por eso, resiste, tremendo corazón, resiste, Resiste un poco. No te dejes caer desesperado y que te arrastre el río de mi llanto. Ya se que las lágrimas despejan, aunque te dejen sorda la cabeza y un dolor en las sienes insoportable. Resiste, corazón. La evocaremos cuando nadie nos vea agonizar.

Cae pesada la tarde con el sudor pegado a la camisa y la garganta seca de palabras agotadas y piernas que se niegan a dar pasos inútiles y aburridas venas de bombear sangre monótona. Cae pesada la tarde y ni siquiera el cansancio por el rápido paso inacabable de las horas llenas, y tan vacías, impide que me quede absorto en la muda tarea de dibujar los rastros de tu rostro triste y tan hermoso, tan cerca a veces y lejano. Y ahora, acabada la tarea de esculpirlo, milímetro a milímetro, con cálidos rayos invisibles, está ahí, en el lugar indeleble que ocupan los que amables me acompañan en el triste camino desandado hacia adelante.
Siento estos días entre la Navidad y Año Nuevo con una opresión de la que ya no se puede huir: cargados de la miseria de los días pasados, y sin esperanza de lo que ofrecen los siguientes. Sólo hay un pensamiento que me consuela: todo lo sufrido no se puede volver a sufrir, sobre todo ahora que tú y yo no tenemos nada que decirnos, esquivados definitivamente hacia donde las horas se callan para siempre, llenas de polvo y olvido. ¿Qué nos queda de este largo padecer que es el vivir? ¿Qué hay que yo pueda desear?. Soy un hombre sin palabra, sin suspiro, que mira fijamente hacia la perspectiva desesperada de sus días de más tarde. A mí, la vida me dejó silencioso y pensativo, para siempre detenido en evasiones soñadas. Voy al paso lento de los días iguales -senderos caminados en la mordedura del polvo-, junto a ellos, cuya vida entreteje la mía, y no hay nadie que incline su corazón para preguntar lo que en mí arde y aspira a la libertad. No hay nadie cuya afinidad pueda alcanzar mi sueño. Voy rechazado y abandonado. Maduro en soledad para fines oscuros, pero esto no sucede nunca sin amargura. Pero yo sabía esto: a muy pocos les es concedido vivir según su más hermosa voluntad, porque hay pocos a quienes no tienten las apariencias: la mayoría jamás acierta la beatitud. Así, uno empieza por aceptar la vida, y por fin acepta la muerte. Un deseo ardiente queda atrás de todos los gestos, porque el corazón prefiere ignorar su derrota. Delante de la ventana estoy, mientras la tierra oscurecida se decolora. Miro a lo lejos el sol de la tarde que se apaga y se pone. La oscuridad que sube del regazo terrestre -y es sueño al que tambiÉn pertenecen estas palabras: la vida amada y la muerte dulce. De muy lejos, en donde aún hay luz, sube una música rota, que disminuye y aumenta. Llega la oscuridad, pero no me encontrará como un extraño: ella sí me llevará al horizonte que siempre se aleja, para escuchar al sabio que interpreta sus noches con las palabras profundas de un nuevo sueño. (Vivir es un milagro cotidiano y cada despertar una resurrección). Perdón, no me escuches, no me escuches, tranquila, así mi alma muerta no podrá comprobar que triunfa por fin tu falsa sabiduría. Yo sólo tiemblo ante la caída de las hojas, aunque el elevado espíritu de los arpistas me empuja hacia adelante, a pesar de todo, y al acostarme, cansado de dolor y de vida, soy un hombre que desea sueño, cuando le duele la tierra. Los días encantados se han hundido; el trampolín de la esperanza se carcomió y se rompió. Sólo mis ojos viven y sus pasos van siempre en tristeza de carencia. ¿Qué le queda al desvalido entre más tarde, ahora y el pasado? Aceptar lo inaceptable, y guardar silencio. Debes saber entonces, que vencido, pero luchador valiente, que siempre mi corazón guardará el recuerdo: mi amor por ti aún es como por un ser que vive; mi nostalgia, como si ya estuvieras muerta. ¿No es todo ir perdiendo en esta vida? Se me escapa tu imagen lejana, aunque veo, alertado y lúcido, cerca de otra mujer, que un recuerdo corre delante de mi rostro. Vuelve tu imagen a través de la bruma como juega un sueño a través de otro sueño. Penetras otra vez, en mi corazón como un dolor. No me quejo: algún día seré bienaventurado. Mientras sigo viviendo y mi tristeza no debería ser desesperanza. Te fui perdiendo, a pesar de mi plegaria, porque tú y yo buscábamos una belleza distinta. Un ansia salvaje te empuja hacia un mundo donde la vida es como un corazón convulso, en donde el que está quemado por la fiebre huye de su pasado, pero se enreda en las trampas del presente. Sin embargo, no te quejarás de tu elección: no podías hacer otra cosa, porque a ti te mandaban tus sueños. En cambio yo, tengo aversión a esa mediocridad de alegría y pena: tan idénticas a ellas mismas, que las odio como infamias y bajezas cotidianas. Y, ¡resulta curioso!, sólo encuentro consuelo en medio de la apariencia y el rumor de las calles llenas de gente: esos días, a pesar de todo, no son vanos. Tal vez, tras todo este errar, tras este vagabundeo en que todo lo deseo tanto sin gozarlo; tras todo este tiempo en que el corazón, triste pero cada vez más acostumbrado, lleva sus penas secretas -¿cómo el corazón desengañado conservará la juventud y el éxtasis?-, tal vez, digo, alguna noche citados de repente por inquietud o luz, quizá, de estrellas, nos veamos, y como un adolescente de ojos claros, contemplemos el cielo inenarrable, aunque no se pueda forzar al alma a creer que un solo instante pueda apagar aquello para lo cual una vida no basta. ¿Cómo forzarle a olvidar cada despedida, cada despedida que es siempre la última despedida precursora, como cada lecho es el último lecho? Sí, nos despedimos -y esto pesa como un plomo-, nos saludamos, nos volvimos y, abandonados, doblamos la esquina, y ya era la muerte.

Desencuentro [1]


Qué difícil andar dos al mismo paso, a veces uno avanza al tiempo que el otro se está quieto y si un día comienza a moverse compruebas que lo hace en una dirección sin coincidencia. La vida no es más que un enorme desencuentro:
los trapecistas en el aire fallan la unión de manos tras el salto;
el prisionero pide ayuda en un mensaje y la paloma mensajera cae abatida en la tormenta.
Y al amante a reventarle la cabeza, subiéndole el dolor caliente hasta los ojos.
Sí, le duele la distancia sin tenerla a ella en el abrazo, ella que llega por la imagen en cada escalofrío, equivocándole siempre, confundiendo la irrealidad con la presencia. Los relojes marcan entonces las horas sin sentido, para hacer que siempre tarde se llegue a cada cita. Pasa el amor por nuestro lado y en ese instante miramos a otra parte. De repente, tres leños quedaron calcinados en la chimenea, el lecho se entreabrió y avizoré, saliendo a medias de su arenal a una mujer bella y desnuda que arrojaba a la mar sus vestidos deshechos. Los resplandores son cuadrados rotos bajo el peso del calor color de sangre llevada hasta el confín de las vítreas auroras. Me quedo absorto, perdido en el océano del mal que aparece tras el fuego. Se quien es ella, creo reconocer al claro cuerpo, fragmento lunar que a todas las fuerzas radiales de los huesos une en un único punto abierto al vacío o a la plenitud de la blancura. Apareces otra vez, me digo, ahora que las antiguas misivas reposan en el fondo de las cómodas. Tal vez, roídas por las ratas, nuestras cadenas se deshagan en polvo, más nunca las de la pasión sórdida de la que somos reos. Lloro, mas bajo el caudal de las lágrimas, mis pupilas brillan como las corazas de los gladiadores que resplandecen en los anfiteatros y me quedo, sí, presto ya al inaudito espasmo del castigo, sentado ante estas imaginarias aguas oleaginosas, a fin de saborear la atroz espuma de un mar de tormentos.

El tiovivo sin música del mundo gira con su aureola de ojos infantiles y yo sueño contigo, mi ciudadela sin fosos ni puentes levadizos, vampiro que turba mis sueños, ya se hundan súbitos los días y los años, se precipiten las mareas. Jovencísimo, yo ya amaba la piratería -o más bien la cruel bufonada- de las luchas amorosas. Ahora, se entrelazan las cifras de mis años: el ocho de la suma se tumba y arribo al infinito, serpiente del sexo que a sí misma se devora. Ahora, digo, regreso y mis dedos y los cabos que cuelgan de mis ropas aparecen enmarañados de mujeres, pero sólo puedo silbar y vomitar de asco, porque no cogí nada, a pesar de creer en la locura del viento.

Me pregunto entonces, al verte: ¿beberé en su mojada axila la acre cerveza de mi muerte?, ¿hallaré entre sus muslos la gema que sus ojos me prometen? Te sigo con mis ojos por la playa, sobre esa playa a la que el muro inmóvil del mar transforma en patio de prisión. Viejo paquebote averiado, errante y cubierto de nieve en el punto más frío de los mares polares allí donde la aurora boreal cruje y se desintegra. Mi inhumana silueta te sigue, cuando al mar te arrojas para hacer el amor con los cascos de los navíos cuya quilla divide tus cabellos que flotan en el viento, brillando como joyas de aristas gastadas por la fatiga orgiástica. Se deshojan las coronas como adioses de marineros y cuando la lámina de las realidades materiales termine de usar su prodigiosa vaina de sueño se desplomará la mansión, abismándome yo, durmiente. Bruscamente se detendrá la tierra y me precipitaré a un hoyo profundo, repleto de huesos, un antiguo horno de cal erizado de estalagmitas: disolución vertiginosa.
Corro tras de ti, pero hay demasiadas piedras en estos caminos que conducen a la playa. Apuro otra copa del vino demasiado denso de tu sombra y un buitre sobre mi cabeza deja de planear. Corro tras de ti y me invaden insólitas serpientes de la cólera cuando veo que la última prenda rueda de tus manos y es recogida al punto por la ironía de las olas. Corro tras de ti y la marcha es cuchillada para romper el horizonte, el horizonte tan circular como un anillo, tras el diluvio de los días y las noches, años y meses, Arca del cuerpo, viaje en la superficie del desastre. Quedan atrás los disparos de mar al pie del faro y, cortando el aire con mi quilla, me pregunto: ¿te daré alcance, muchacha de vientre azul de frío coloreado como una aurora?, ¿se detendrán los rumores del corazón cuando hables, tú que conoces mi medida como la playa conoce sus granos de arena, como el mar mide en la grupa de sus golfos el arco iris de las medusas y la resaca de los muertos violentos? Te veo a lo lejos. Del palo mayor de tus carnes vivientes pende una vela perfectamente blanca y cuando uno, dos, tres relámpagos ensucian la noche se recorta sobre el mar el negro cuchillo de su reflejo triangular. Hierve el mar, y quizás, los peces, por amor al desastre determinen adoptar el fuego abandonando el agua. El mundo no es sino un corcel que por miedo a lo oscuro ha tascado el freno con los dientes. Y aunque la noche me deja ver la suavidad de sus arcanos, prefiero a sus astros crepitantes en el pentagrama de tu cuerpo.

El marchito continente se disuelve en el mar, las ciudades sobreponen a su polvorienta forma la de los arrecifes chirriando como puentes levadizos. Voy tras de ti, cuando mi vida se extiende de izquierda a derecha de la nada, se extiende semejante al metro que mide los féretros. Voy tras de ti, como la parodia de un vivo, bajo los astros ennegrecidos, grávidos por el pus de una herida ardentísima. Voy tras de ti. Te alcanzo. Te alcanzo y extiendes los brazos paralelamente a las puras líneas de tu cuerpo. Y de pronto, se entreabre, revelando su mar interior, su oculta espuma. Seguramente más de una ola se enamoró de ese cuerpo. También yo. Las nubes copian al mar. En torno a Él, el aire, el cielo que respiramos mientras lo envenenamos. Cinco sentidos. Cinco tentáculos. Te abrazo. El pulpo llena sus brazos de sangre: amo la pesada presea de tus entrañas que la luz no penetra. Pienso que hundiéndose, dos bocas -descoloridas, se diría que lavadas en repletos cubos de pasión- quizás restañaran su desgarrón y en la feliz caleta, el alga de tus labios pintados por el viento me obligue a bajar a lo hondo.

Me siento lentamente descender, descender, no como un hombre que baja la escalera, sino como un soberano cuya estrella declina. Tu garganta es un sol rojo de la noche que devora los cielos quemados, a esa hora en que la constelación de los cuerpos es despedazada entre vibraciones de flechas, danzas obscenas y cantos, cuando los cuerpos, el tuyo y el mío, no son sino tiendas abiertas al tráfico de pájaros, torres de sísmicos temblores y sus leopardos de gozos. Nos perdemos entonces en el laberinto del amor -hecho como un rosario musitado durante la tempestad- sin más hilo de Ariadna que el dédalo de los cuerpos, onda íntima propagada por cada gesto y cada palabra, coito en pleno cielo iluminado de ardor, cuando las manos son nidos llenos de cáscaras rotas. La hélice de un canto asciende recta en el aire cuando s mezclan las voces surgidas del pozo de gargantas donde la niebla se agrupa, gargantas de ideas innombradas en el fondo del espíritu, donde se ovillan las frases, frases que no tocan nunca sino aires infernales, gargantas heridas por los remolinos de un lenguaje excesivamente amargo como son todas las lenguas que pretenden decir alguna cosa. Y en lugar de lenguas, cuchillos manchados en sórdidas peleas. La unión de los cuerpos separados por el espejo de las palabras. Entonces, te digo: Amor, ¿porqué las olas doradas nos hacen crecer, si luego rechazan -sobre la arena acre y cargada de algas de la vida- la piel, el sudor, los vientres, las pupilas, tembloroso rebaño de hadas sumergidas?: ¿tú crees que esta noche en la que nos hundimos, parecidos a inmensas lágrimas inconexas, será alguna vez lo bastante densa para amortiguar esta caída negra? La hélice del canto asciende recta, pero el Universo no es más que un órgano de enronquecidos tubos de acero, sórdidos canales trenzados, torcidos que se ablandan, en esta monstruosa iglesia batida por los palustres de la locura: la aspereza de los cuerpos despojados, enfrentados y en pie, como acantilados. El tiempo ha pasado. Se reúnen los cielos en una sola nube con estertor agonizante, y bajo la lluvia, los cuerpos se separan, uno, yo, hacia la playa, el otro, tú, mar adentro.

Así, gran figura altanera, no tardas en hundirte en las aguas. Ni siquiera tus bucles evitan el naufragio. Te sumerges toda y ni las algas voladoras que trazan algebraicos signos sobre el frontón de las olas, guardan el exquisito aroma de tu cuerpo, vapor de ebriedad soterrada que pudiera alcanzar el olfato del mundo, ceñir sus aéreos tiempos, incluso depravarlo. Tan sólo los vestidos rumbo a otros sueños se van. Desperté. Desperté solo -sin ruta ni equipaje- en las agrias sábanas de mi noche, madrastras sin entrañas. El fuego se había apagado. Ni el tiempo, ni el amor, ni la edad, ni el paisaje, pueden borrar tu huella grabada con la mía. Porque el deseo es oro y el amor orfebre. Así, cuando un abrazo ciñe y confunde la fiebre, los dos cuerpos, nuestros cuerpos, cantan una sola verdad.
Y yo, sin poder alcanzarte, ahora me acuso, al sentir que la inmensa vida bulle y fermenta en silencio, aunque detrás del amor -dulce provocador de naufragios, sombrío dios sin devotos-, descubierto frente a tu espejo tibio, sólo quede el abrir los brazos a objeto pasajero, un voluptuoso homenaje, la tierna ilusión de un cuerpo transparente, la nada que resulta de los espasmos, donde esos raros "Nosotros" llamados nuestros sueños, nos llevan, riendo, a nuestro infierno callado. Pero no, quizás lo cierto es que todo pasa y sin embargo dura. Las briznas de las hierbas nacen del grano de las rocas. Por eso, pase lo que pase ya estamos juntos, aunque cansados de esperar los que en vida esperan mueran sin saber que quien esperaban había ya llegado: la muerte no escucha la vida desterrada; nos junta solamente y no nos puede unir. No estás, y viudo de mi alma de temores, de quebrantos, de fiebres, mi cuerpo que reclama el furor del deseo, el caballo galopando en el reino de la carne montado sin cesar por jinetes fantasmas que mascan babeando la sal del placer caliente,, sufre la ausencia y el espacio duro. Y me doy cuenta de que la pena es un muro oscuro que encendió tu antorcha, tu luz y resplandor arcano, indicándome el dulce sendero de vivir juntos en una sola sombra ("Yo me entrego, oh Tiniebla, esposa universal, a los mil labios de oro de tu beso sombrío") desplegando sobre el mundo nuestros ojos de diamante, hastiados de la impostura y de la idolatría, escuchando a los que rezan o se burlan en voz baja de los tontos adoradores.

No estás. Vacío, pozo absoluto, presencia del espacio, limosna de una paz sin sosiego. No estás. Pero tu presencia se desata por dentro de mi cuerpo como el canto de un violonchelo que se evade y extiende por el aire, y derramándose, la misma nota vibra en distintos sonidos. -No se puede cortar del perfume la flor ni el alma de los cuerpos eternamente unidos. No estás. Siento girar la tierra y el cielo de astros ligeros que mueren antes de abrir el día, astros como yo, yendo y cayendo. La noche a lo largo del día se refleja y mi corazón cansado es ahora un Rey sin razón, ante la inmensa y única verdad de este momento.

martes, 15 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [y 16]


Difícil es traducir en palabras lo que dentro del cuerpo bulle y siente.

Cualquiera que utilice estará dicha -por otros o por mí, que más da- y entonces me pregunto:

¡Cómo con vocablos viejos podré dejar en letra escrito, lo que no puede situarse en un tiempo ni un lugar, lo que no puede apresarse en denominaciones?

Quisiera a voz en grito, que en derredor supieran lo que siento, pero elijo el susurro al lado de tu oído, para que llegue a ti, desde lo más profundo,
dicho con el alma.


Para qué me sirve un verso
si al hacerse noche está tan lejos el roce de tu cuerpo
y el sentido tan cercano.

Para qué me sirve un verso
si no puedo a cualquier hora decirte buenos días,
mirar tranquilo las palabras de tus ojos,
leer despacio en el borde de tus labios.

Para qué me sirve un verso, para qué
si cansado de aventuras y lágrimas vertidas
luchar tengo contra nocturnos fantasmas de distancia
que presentes no me dejan abrazarte.


Pero será posible un día,
libres cuerpo y corazón de ligaduras
la unión en el latido independiente
marcando el ritmo de la vida al fin vivida.

Entonces,
no habrá noche.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [15]


Sobremuriendo el paso pobre de la tarde, pensándote, el alma, enamorada boba, me espera para irse conmigo a amontonar recuerdos junto a la ventana, como si nunca, mañana, el año venidero, el algún día fueras a estar aquí sin distancias de por medio.

Porque es duro recordar -quehacer de quién espera algo todavía- cuando yo lo que quiero es el olor que deja la noche; porque es duro aguardar la llegada de la mañana desde donde desduermo, reponerse los ojos y ver los días como una sola estatua injusta; porque es duro esperar la llamada de una voz que se escucha con el vientre.

Tengo, al separarme, que comenzar a re-ser, ya que todo ha sido tan súbito, tan corto, que aún me sobra amor y no se donde ponerlo, porque somos el uno sobre el otro la tachadura con que anunciamos los días en la noche.

Entonces vago por la casa.

Y es que has tomado posesión de tu local, vigilas bajo mi piel, me ocupas. Por eso, al despertar, quisiera recomenzar la víspera al revés, desde el mediodía.

Mis dos manos no mienten [14]


Recuerdo.

Recuerdo que muchas horas oscuras acudieron a mis días, horas a veces demasiado perseverantes en la tarea de dejar que la negrura remoloneara por los recovecos, alrededor del cuerpo, entonces vivo pero muerto. Claro que recuerdo también que el discurrir involuntariamente irrefrenable me dejó algunos buenos días, esos en que el sol brilla con fuerza a pesar de que no esté.

Pero hoy, vida, quiero dejar bien dicho aunque no sepa, que no valen los recuerdos: ningún día pudo haber sido tan hermoso como este tiempo sin límites ni referencias en que la cálida paloma y el lobo sin entrañas se han encontrado al borde de la acequia en el oasis. Ningún otro tiempo, sólo en el día de hoy puede el futuro presentarse en el presente creyendo convencido en lo que queda por venir.

Recuerdo.

Recuerdo y no hay, repito, un día en mis días como hoy.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [13]


Tengo escalofríos. Me cala el aire las entrañas. Se me eriza la piel.

No se. No se si es el frío o tu ausencia que pasa gélida rozándome. No se si es el viento o el espíritu de tu aliento provocándome.

Camino sin rumbo por las calles. Y casi sin darme cuenta me veo reflejado en el espejo de un escaparate.

Estás a mi lado, mirándome así, tan tiernamente, como tú lo haces.

Mantengo mis ojos en tus ojos penetrando el azogue de cristal hasta que me sonríes con ese gesto que tiene un matiz de inquietud, marcado por un ligero temblor de labios entreabiertos.

Así nos quedamos, hasta que a mi gesto de llevar la mano en forma de caricia hasta tu cara responde igual el tuyo.

Llego entonces a tu rostro, quiero acariciarlo. Y sólo encuentro la dura transparencia de tu no presencia.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [12]


Los papeles se amontonan en la mesa esperando convertirse en texto para llenar la vanidad de algún gran voluminoso jefe.

Pero yo prefiero dejar que el tiempo ocupen las palabras que son sólo traducción del sentir en el alma que tiene dentro el cuerpo. Aunque ellas, al decir, no sean capaces de mostrar cuál es el verdadero interior de ese triste funambulista empeñado en caminar sobre el débil hilo de una tela de araña entre la nada y el vacío.

Entonces me doy cuenta, y escribo en esta hoja que no puede explicar lo que he sentido al volver a pasar, en el reencuentro, mi mano por el tacto suave de tu piel, lejana como estaba.

No sé cómo decirte lo que detrás vino en latido convertido. Podría haber sido un te quiero -como otras veces, dicho- pero no fue eso, fue algo indefinible, algo que está en el fondo de tus ojos, atrayéndome, y al mismo tiempo rechazándome, como para darle la razón a quienes leyes físicas establecen en este mundo imposible e irreal.

Quisiera decirte, quisiera.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [11]


Estoy cansado de decir siempre casi al mismo tiempo hola,
buenos días y adiós, hasta ningún día.

Quiero llegar para quedarme
a la casa que resista los embates del tiempo y de las olas de
la vida alrededor.

Estoy cansado ya de andar
pero mi sino es llegar para irme vencido por el miedo de los otros,
miedo a aceptar el latido vibrante clamando por la savia que
corre en las venas del aire,
libre.

Quiero encontrar un día otra vida
que camine por mi senda o muy cercana, entre las piedras y los
cactus del río seco polvoriento.

Estoy cansado de buscar incansable el sentido de lo sin sentido
y acabo -otra vez- por poner una nueva meta un poco más allá,
creyendo que algo habrá detrás de la nube de humo que de forma
cambia a cada instante.

Quiero creer que dos almas de niebla y cuerpo pueden aún
derrochar calor a su contacto
construyendo y destruyendo inacabables figuras
que la memoria nunca archivará en la carpeta del olvido.

Estoy cansado, en fin, de haber escrito tantos versos,
versos con trampas al final,
para engañar, para engañarme.

Quiero decirlo fuerte y claro:
allí detrás no hay nada.

Y yo mismo me contesto:
da, otro paso, da, otro ya.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [10]


A tu playa he llegado.
Mi barco atracó en este puerto buscando después de la tormenta la calma de un mar encrespado por la furia de los días.
Me estalla la cabeza por tanta luz de sol en plena noche, mientras se pierde la mirada en sensaciones de infinito
y se agolpan las palabras -en nudo y en angustia- sin poder traducir lo que bulle -nudo y angustia- en el fondo del cuerpo.

El ancla ha buscado lo profundo del agua en la bahía
para que mis manos buceen bajo las aguas de tu piel, océano más hondo de cavidades inacabables
guiado como voy por el norte estrella de tus ojos.

Quiero dejar como mis pies sobre la arena mojada
la huella de mis besos en los suaves meandros de tus senos
y sentir que mi deseo húmedo rompe en tu cintura con olas vestidas de espuma.

A tu playa he llegado.

Anclo en este puerto,
para buscar un hueco entre las rocas
y resistir los embates más enfurecidos.

A tu playa he llegado.

Anclo en este puerto:
para quedarme.

martes, 8 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [9]


Lo sé,
esta civilización está ya muerta,
por eso lucho por la vida,
la mía, individual,
como por un sueño imposible
aunque sólo lo sienta latir un instante sin tiempo.

Lo sé,
la felicidad no existe,
aquí y ahora,
habrá entonces que buscarla
más allá de las fronteras del sistema que oprime y organiza,
en el encuentro de dos almas,
en el disfrute sencillo de las cosas.

Lo sé,
son demasiadas las reglas a cumplir
si no se quiere ser un desterrado,
pero queda todavía la posibilidad de que el cuerpo viva tras la máscara,
juntando alma y corazón en rebeldía bajo el uniforme disfraz de hombre normal.

Lo sé,
en el mundo condenado
no queda más remedio que buscar la salida sin ayuda,
pero yo te tiendo mi mano,
cógela si quieres
y ven conmigo
-lo deseo-
para que juntos encontremos ese sueño feliz
que se llama libertad.

Tengo ganas de llorar
y que la lágrima cayendo en la palma de tu mano
grite en lo profundo:

Gracias,
y luego, déjale que ascienda hasta tu pecho,
abrázale con fuerza
porque ella lleva el torbellino incontenible
de mis besos,
de mis manos en caricia
y algo más:
la sabiduría inalcanzable
de quien sabe seguro su destino.

Mis dos manos no mienten [8]


Este no es un tiempo que se pueda medir. Llevemos el pasado como cadena, pero que sea de oro. Por eso transcribo estas palabras, para ser leídas en el envés del espacio, lugar sin senderos por donde caminan fijamente los ojos del muerto:

Esta noche ha venido una sombra y me ha traído una perla mágica donde se encierra la vida. Me la quedé mirando fijamente, al fondo, muy al fondo de la joya. Y vi. Vi a un hombre que se me semejaba que huía horrorizada. Huía, huía y huía. Al fin, se detuvo. Y tomando un cuchillo, de un solo tajo se abrió desde el ombligo al corazón. Después exhibió sus entrañas, las devanó, deshizo los nudos. Dijo:

-Desde muy lejos acudo a ti. Mis pasos han destruido el horrible espacio entre nosotros. Desde hace largo tiempo nuestros pensamientos no habitan ya el mismo instante del mundo... nuestros ojos se han evitado, nuestros gestos no son ya simétricos. Nos espiamos furtivamente como perros que van a morderse.

"¿Sabes?, para complacerte he vivido hasta llegar al extremo último de mis fuerzas e intento imaginar aún no se qué para complacerte. Para hacerlo te someteré mi alma: desgarrada, gritará bajo tus dedos, verteré mi sangre como una bebida en un odre: entonces, una sonrisa sobre mí se inclinará.

"Y algo más tienes que saber, porque yo he acostado tu cuerpo en un ataúd de bello barniz rojo que me ha costado mucho dinero, pero ya no debo ocuparme más de ti ya que tratar lo que vive como si estuviera muerto, ¡qué falta de humanidad! y tratar lo muerto como si estuviera vivo, ¡qué falta de discreción!, ¡qué riesgo de crear un ser equívoco!

"De todas formas, si todavía te agrada sorber la vida de gusto azucarado, de ásperas especias, si te agrada parpadear, aspirar con tu pecho y estremecerte bajo la piel, "Óyeme: conviértete en mi vampiro, y cada noche, con tranquilidad y sin prisa, embriágate con la cálida bebida de mi corazón".

lunes, 7 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [7]


He flotado todo el día
en una nube,
empapado por las miles de pequeñas gotas
de tu recuerdo.

Caminando
-dando tumbos-
arrostrando el frío y el extrañarte,
recuperada la
-podría escribir agradable, maravillosa, bonita,
deseable, deliciosa, de a una o todas juntas-
sensación de quererte,
sensación de sangre
bullendo a tu contacto.

Desatada
-podría decir violenta, furiosa, amante, ardiente, fogosa, de
a una o todas juntas-
pasión de besos y caricias
que han vuelto a nacer
en cada cuerpo para unirse
en abrazo inseparable.

Empapado de ti,
del brillo de esa mirada que intento atravesar,
de esa voz de niña que suspira.

Empapado de ti.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [6]


Pasada está -o casi, ¿quién lo sabe?- la mitad de la vida que uno dice propia y adolescente sigue siendo en el amor
huyendo de la seria madurez oscura que da miedo,
enorme miedo de astucias -rechazadas- para evitar enamorarse
del amor niño,
de ese rostro tuyo,
de cada rostro joven capaz de entrarle al cuerpo por los ojos hasta el alma de vampiro
dispuesto a chupar la sangre necesaria para nunca más llegar a ser como el fruto pasado que cae ya sin fuerzas de la rama que es vida y continúa. Y él no es negativa repetida, esta vez como las otras,
etéreo freno que no puede detener a caballos desbocados salidos de la mente corriendo hacia la acción,
dejando a su paso, derribadas ilusiones
perdidas en la nube densa que cubre los caminos que conducen a imaginables lejanos horizontes.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [5]


Tú me alzaste de la destrucción y conquistaste mi alma. La recogiste de lo irreal y luego le pusiste una corona como el rocío que da a la hierba de beber gotas de la oscuridad. Tú le dejaste cantar, le dite un rayo sobre el que viajar. Recogiste tu distancia hasta mi corazón. Hiciste retroceder las lágrimas hasta mis ojos.

No tengo otra casa.

Te espero.

Te espero en la primavera de los latidos.

Días ansiosos y crepitantes se imponen en el cielo.

Aún así, te creo del fondo de las cosas que me son más queridas.

Estrella, eres estrella como esas que en la noche vendrán a tocar la tierra. Están vivas. Estás viva.

Y cuando caigan al mar sentiré que se transforman en tus ojos vivos de húmeda vida. Desaparecerá la oscuridad que pasa sin tu luz, la luz más intensa que la del alba. Luz: donde tú estás, allí está mi día. Tú eres la vida apasionada y todas sus cosas.

Has llegado de agosto a la tierra desnuda, sangre de verano anémonas o nubes imponiendo tu caminar ligero. Entonces, a mis ásperos sueños les sobra una sonrisa porque muestran tus ojos todos los cielos lejanos.

Ojos: queman mi carne cuando dejan traslucir el placer del regazo palpitante de cálida ansiedad. Se abren angustiosos al secreto como una sangre.

Tú, eres como una tierra que jamás nombró nadie. Y cuando empeñado en buscar el sueño flanqueado por la muerte y el dolor que como el agua de un lago, tiembla y te rodea, llevaba el rostro oprimido con un golpe y la pena destilada como el zumo de los frutos caídos, tu voz de mujer sonó secreta bajo el umbral de mi casa, acariciante, brotando en los tonos sensuales -los más sensuales- de un manantial secreto.

Y bebí absorto, a los ojos cerrados, para estar, para siempre, junto a ti.

En la misma voz

jueves, 3 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [4]



Mi corazón iba de puerta en puerta como un mendigo y tú me has dado la limosna que me ha hecho rico para siempre, porque me diste el amor que habita como la luz todo el espacio entre planetas y los astros.

Mi corazón asombrado es una llama. Voy hacia ti y se que tú vienes hacia mí, parte de nosotros una fuerza que es un fuego sólido que nos suelda: somos el uno para el otro como estrellas distantes que se envían su luz. Sí, si te curvas Ardor, como una llama al viento, verás que los límites del fuego nunca son decepcionantes: me quemo en tu llama y de tu amor yo soy el fénix que muere y cada día renace. Cada día, amor mío.

Fuego y mar. Llama que murmura que el amor es azul como el tiempo y espuma donde nació la diosa que me recuerda a la que nace de mis caricias al estrecharte contra mi pecho, como a una paloma que una niña ahoga sin saberlo. Ola, porque es tu sexo moreno y plegado como una rosa seca y con los pies en el mar me adentro en esa bahía feliz que me aprieta como un cascanueces. Bosque. Vello claro como la vegetación en invierno, y arriba, la luna hueca y sin sombras de tu ombligo. Estrella. Mirada estrella, mirada única la tuya, que entra a lo profundo de mi corazón para sentirte siempre en mí, infierno y paraíso al mismo tiempo. Noche. Sé la noche para amarnos siempre en las tinieblas.

Así, nuestro olor mezclado, más fuerte y exquisito que el de la primavera, nos llevará donde el misterio en flor se ofrece a quien quiera cogerlo, allí donde hay fuegos nuevos, colores nunca vistos, fantasmas imponderables a los cuales es preciso dotar de realidad.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [3]




Cuando no siento rabia ni dolor, y tú no estás, entonces es cuando tengo más miedo. Te llamo con un grito que se encuentra en el corazón: la sangre bebiendo la sangre, la herida tragando la herida. Porque tú eres la verdad de la soledad.

Me rodea completamente la oscuridad. Tú eres mi única llama, la única luz para este muerto que recuerda sólo tu nombre.

Llegaste con el viento sobre las líneas de lluvia, con un acorde sostenido de sorprendentes armonías, poder y duración, muy agradable, un canto de aliento y acero, un enorme instrumento de cuerda, canción inmortal en la casa de la noche.

Por eso yo te ruego que des a ese espíritu la forma de la lágrima, para que pueda ir de la nada al dolor, a la Creación, incluso al invierno, incluso a la pérdida.

Yo era como alguien que nunca fue acariciado. En completa derrota llegué a ti. Tú me recibiste con una dulzura que a veces no me atrevo a recordar. Y esta noche voy de nuevo a ti, atrapado en la soledad de mi diminuto dominio. Establece tu ley en este lugar amurallado.

Átame, paz de mi corazón, átame a tu amor. Sin saber adonde ir, voy hacia ti. Sin saber hacia dónde guiarme, me giro hacia ti. Sin saber cómo hablar, te hablo a ti. Sin saber qué coger, me abrazo a ti. Habiendo perdido mi camino, hago mi camino hacia ti. Habiendo ensuciado mi corazón, te entrego mi corazón.

martes, 1 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [2]


Mis dos manos no mienten.

Mis manos que sostienen un rostro de mujer, mientras mi luz crece más alta que mi oscuridad.

A través de mis manos el fuego del ocaso de sus ojos me consume el corazón: todos los ríos de su cuerpo se vacían en ellos y un escalofrío se retuerce contra los huesos.

En mis manos revolotean las cien mariposas brillantes de su piel, el único país a salvo, capaz de desafiar incluso a mis pesadillas de ballenas podridas en la playa.

¡Y en mis manos esos barcos de vela girando por sus piernas!

La sangre de mis manos tamborilea en su boca. Desnuda, tendida sobre el labio del mar, alargándose hasta el golpe de la espuma y el vasto rojo dulce.

Mis dos manos no mienten: las lunas de sus pezones se oscurecen, se yerguen, llevan cuentas de suspiros inaudibles a la hora en que el viento se desata.

Mis dos manos se siguen una a otra, como las palabras viento abajo. Y ella, aprieta la arena entre sus puños, se abre, hasta que el hervor de la marea se introduce entre sus piernas.

Entonces, el viento se vuelve loco entre las ramas, sin poder detenerse, sin poder tampoco regresar: porque mis dos manos no mienten.