martes, 1 de diciembre de 2009

Mis dos manos no mienten [2]


Mis dos manos no mienten.

Mis manos que sostienen un rostro de mujer, mientras mi luz crece más alta que mi oscuridad.

A través de mis manos el fuego del ocaso de sus ojos me consume el corazón: todos los ríos de su cuerpo se vacían en ellos y un escalofrío se retuerce contra los huesos.

En mis manos revolotean las cien mariposas brillantes de su piel, el único país a salvo, capaz de desafiar incluso a mis pesadillas de ballenas podridas en la playa.

¡Y en mis manos esos barcos de vela girando por sus piernas!

La sangre de mis manos tamborilea en su boca. Desnuda, tendida sobre el labio del mar, alargándose hasta el golpe de la espuma y el vasto rojo dulce.

Mis dos manos no mienten: las lunas de sus pezones se oscurecen, se yerguen, llevan cuentas de suspiros inaudibles a la hora en que el viento se desata.

Mis dos manos se siguen una a otra, como las palabras viento abajo. Y ella, aprieta la arena entre sus puños, se abre, hasta que el hervor de la marea se introduce entre sus piernas.

Entonces, el viento se vuelve loco entre las ramas, sin poder detenerse, sin poder tampoco regresar: porque mis dos manos no mienten.

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