martes, 23 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [27]


Como si de vuelta del mar estuviera el marinero, el año recorrió sus fases: la lluvia y el sol, primavera y verano. El invierno les siguió, y una pálida estación gobierna la casa de la muerte.

La esperanza ya no existe. ¡Hace tanto tiempo que se esfumaron las ciudades encantadas!

Las mudas tierras duermen de este a oeste, se estiran y se vuelven mientras escucho salmodiar al viento vomitante del invierno, el mugriento sortilegio de la ciudad nocturna y la arrojadiza lluvia en esta enrejada celda que el orín consume. El pulso del mar asediante late bajo el todo luna y la bóveda ciega. Incluso hasta la estrella más intensa parece aniquilada.

Lucho con las sombras, con una palabra, por algo que no se ve con los ojos, con la mitad de una rota esperanza de que la verdad de algún modo sea verdad.

Por el azur invertido del firmamento se deslizaba la barca que nuestro amor llevaba, pero era un mar que no estaba en los mapas, un mar que envolvía y confinaba en una isla sin luces a los errantes. A mí, y a Ella que fue la Isla Hermosa (¿con qué podría compararla, que me atrajera como ella?, pues me atraía más, más, aún más que el mar): su bello nombre llegó a mi oído como suave música y ahora se me aparece en la oscuridad entre sonrisa y lágrima, humana y mágica, real y etérea ceñida por el azul que se refleja.

Mis latidos se hacen rápidos, densos, como cuando vesánico el lago se ennegrece y rozan fuertes ráfagas sus aguas. Está con mi vida demasiado entretejida, nervio a nervio entrelazada y yo combato por las horas y los instantes, desde la primatarde del tiempo, desde hace años para siempre jamás, cada uno rescatado como un reino conquistado donde merece reinarse.

Dicen que los que viajan lejos desaparecen, dicen que los que viajan lejos ya nunca vuelven. Era hora entonces de poner su mano en la mía y vaciar nuestras copas y antes de partir hacer brindis por la muerte, reina de todas las cosas en la turbonada y la tempestad, emperadora del oceano violento y vasto. Zarpamos, más cada uno en un barco diferente.

Cada uno avanzó, aunque cerca, separados, y cada uno vio al otro brillar como las estrellas lejos de su alcance. Con lágrimas nos acercamos, con llanto miramos el golfo, como dos grandes águilas que en el aire giran sobre una montaña, y a gritos conversan, en la distancia oídos a través de los árboles.

El amor, cuando llega, es en verdad omnipotente, no cuando se va. En otras tierras, tal vez en mejores cielos se enlazarán sus manos con mis ojos: la vida.

¿La vida? Sí, ese páramo inhóspito donde se ve al amor (gran corazón doliente, tuertas manos, silencio, desesperanza larga), donde se le ve llegar, donde se le ve marcharse.

Pongo aquí punto final contra mi amor. Esta es su tumba y también su epitafio. Aquí el camino se bifurca, y yo voy por mi lado, bien lejos del suyo.

Pero, ¡si con esto bastara!, si ver las cosas desnudas, el cuerpo hundido en el fango, sentir la tinta del lodazal y el pozo negro del barro, sentir venas de fuego y correr y penetrar y sudar. ¡Si con esto bastara!

Instante a instante, el cepo se estrecha, más ciñe mis pies y con toque nugatorio el tiempo de rudas manos muestra la telaraña ingrata.

¿Por qué ir de isla en isla navegante sin esperanza?

El corazón del marino es extraño. Espera, teme. Se aproxima y se distancia de la costa. Yo me acerqué vacilante, navegué en torno a su islote misterioso y oí desde la orilla voces que llamaban tierra adentro. Sin embargo, navegan los barcos ya esquifados nuevamente cada uno con su rumbo.

Golpea el viento violento en la ventana de la celda. Sí, escucho la señal, Señor... Entiendo. A una orden tuya la noche ha llegado. Comeré y dormiré, y ya no me haré más preguntas.

domingo, 21 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [26]

Mi muerte se parece exactamente a mí. Vive al alcance de la mano. Pasión, desesperación... ¿cómo encontrar el valor de vivir cuando es casi siempre imposible, clavos doblándose hacia quien los golpea?

Mi mente emprende el vuelo como una mariposa, revolotea en amapolas color sangre hojeando las páginas de mi vida como si fuera un libro de poemas volando dentro de la caverna del pasado y el futuro. Estoy atrapado, atrapado en las entrañas de mi sueño, encerrado por mí mismo, carcelero.

Me acurruco en un rincón. Yo soy el miedo (el miedo es peor que la muerte). Vivo al borde del tiempo contemplando el infinito.

Las palabras surgen de mi boca como esputos o besos; mi pasión y mi ira llenan el mundo desenfrenado aunque lo único que conozco es una muerte cierta. Ya no soy más que un cadáver que mueve la pluma que escribe. Soy una vasija para una voz que retumba. Escribo frases y aniquilo selvas enteras. Modifico el cosmos en la distancia de los granos de arena de las letras.

La noche viaja en un barco negro, pero ahora la noche es día, un día más blanco que el desierto. Y el mar.

Su luz cambiante me recuerda mi muerte. El océano adormece con su paz. La eternidad llegará lo bastante pronto a través del aire puro como la nada.

Mar, quisiera poder hablar tu lenguaje, ser tan interminable como tú; no obstante te burles de nosotros con tu herrumbre. Junto a ti he sabido lo que significa decir "sin final" y "para siempre". Quise copiar las curvas de las olas, mi corazón latió con las mareas y la salinidad de mi sangre se hizo amiga de la tuya; mas también he sabido que la carne —esa lección que aprendemos simplemente— es sólo un castillo que se desmorona con el viento, he aprendido que la piel se rompe bajo las olas, como la arena bajo las suelas del primero que camina por la playa después de bajar la pleamar.

Mar, en ti sigo buscándole.

Mis mejillas arden contra el aire quemándose donde los elementos chocan y se mezclan, transformándose en uno. Siento que estoy de pie en un trozo de tierra enlazado con el cielo: el cosmos toca el xilofón de mi columna vertebral, golpeando cada vértebra con un solo tono claro, haciendo que el hueso de mi espalda reverbere con el eco sensual de la música de las esferas.

Mi corazón late con el mar, mis brazos se mueven con las nubes, mi carne es, en última instancia, irrelevante.

Te amo, dije, como amo al mar, pero el mar no ama a nadie más que a sí mismo. Y, mientras, tú estás allí esperándome, para dormir sobre mi ataúd; sí, espérame con la mirada triste en medio del camino que dobla más allá de la pared del cementerio.



(aunque digan que no se puede mirar de frente ni al sol ni a la muerte, yo le haré bajar los ojos, porque sé que la muerte es sólo un movimiento hacia la luz)

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [25]



Soledad de soledades. Mi soledad cada día mayor de desoído, perdido en visiones lúbricas, tan desnudo como el primer día de mi condena (aunque me quede todavía cierta capacidad de ternura —esa pequeñísima luz indescifrable— y una voz entrañable pidiendo perdón a todo: "Piedad, porque nadie tiene la culpa de haber nacido"). Soledad de soledades. Soledad mía, muerte del amor, muerte de la muerte, porque nunca hay vida, nunca, ¡nunca!, sino sólo agonía

Yo sé que si es triste el olvido, más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda esperanza. Por eso me duele el aire. Me oprimen tus manos absolutas, rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.

Yo sé que todavía mi cadáver florece de deseo —sus secretos y nunca bien satisfechos deseos- y que podría olvidarme de la redondez de tus senos hechos a la medida de mis manos, del goce que nos dio esa especie de vals de las olas de la carne y el sonido de percusión con que al amor danzamos.

Podría olvidarme del morir en una burbuja a punto de no ser más que vacío, del morir en la distancia de tu cuerpo desnudo como un jirón de nácar inflexible al temible contacto con tu suave piel fresca. Podría olvidarme del morir por el fuego de una boca que busca la respuesta en otra boca cuando la sangre contra el corazón se estrella, del morir en tus muslos, beber —bebo de tu agua y es un agua amarga—, resbalar, caer, caer, siempre en ti, lento, hasta el fondo de ti, tiempo de mi muerte, mi muerte compartida.

Podría olvidarme, sí, de que mi cuerpo —quién de sus rosas amorosas te regaló las de más fiebre— no es apto para otros menesteres que frotarlo en el amor hasta la incandescencia, aunque tú no oigas, sin querer, mi grito de tigre rodando tu cariño, lamiendo tus rincones y descubriendo tu sexo golpeado en tantas noches. Podría olvidarlo todo, hasta que la nostalgia del ayer nos derrumbe, no la muerte, la fuerza de la vida presente en derredor de nuestra falsa vida.

Todo puede olvidarse, menos las pupilas de la despedida, su furia cayendo sobre los hombros de mis ojos, como si la batalla —asaltados por la obsesión de ser vencedor o vencido— solamente sirviera para insultarnos por vivir.

Pero no quiero ahora decir esto ni lo otro ni nada. Quiero abandonar este balbuceo infantil de quien quiere expresar lo inexpresable. No voy a repetir las antiguas palabras de desolación y la amargura, ni a derretir mi pecho en el plomo del llanto. Yo lo que quiero es quedarme callado, oír, oír, simplemente, oír como me bebes, como me tomas, como soy una sombra yaciendo. Pero también quiero oír, que no haya más que el silencio (la estrella más fúlgida de la noche), el brutal y tenebroso ruido de los mares oceánicos y planetas que chocan contra meteoritos. Quiero no oír porque sé adonde me llevarás y no quiero perderme, pero tal vez quiero perderme.

Yo sólo sé que estás desnuda frente a mí —viva como el amor, y como el cuerpo, concreta y necesaria— a pesar de que transidas de afán, sombras hambrientas se tiendan entre nosotros. Y me doy cuenta que yo no estoy existiendo, que otro existe en el lugar de mí pero dentro de mí. Debo huir. Huyo en círculos con mi frágil cuchillo de marinero muerto. El fatigado corazón se arrastra al punto. ¡Punto final, y abajo!

Pero vaya donde vaya siempre te encuentro, como pájaro mágico o enemigo que atrae para aniquilarme. Me hablas, me sostienes, me das el sentido de las cosas, me dices:

— Recuerda que soy tu amiga inolvidable, intransferible, tuya, como el sudor, la fuerza de tus ojos, tu palabra. Sufro, me bebo el vino que tú bebes. Me bebo el llanto que tú bebes. Recuerda que soy tan tuya como tú, tu carne, la podredumbre lenta de tus huesos.
Corro hacia ti: No es aquí el caso de trampear. La hora de la verdad puede ser esta misma (yo declaro solemnemente que esta hora en que escribo es también la hora de la verdad). Desbocado mi pecho se convierte en antorcha de soles y bramidos. Cierro las manos para retenerte, pero sólo me queda tu latido.


sábado, 20 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [24]



Sonó el despertador del reloj cuanta calaveras en el espacio negro donde yo estaba con la tristeza desharrapada, empotrada en la inmensa noche mortal que trepaba los huesos, caído en los abismos.

Mi camastro estaba deshecho: mantas dispuestas a levantar el vuelo. La ropa olía a animal mojado, olía a las cosas tristes. Desperté con una muerte a cuestas, material, indolora, acariciante, que me obligaba a moverme despacio, por miedo a caer y que me sumió en la niebla de un tenaz y voraz presentimiento.

Me desperté escoltado por un séquito de espíritus infernales y arcángeles extrañamente ebrios. Un largo coro de lamentos, frenéticos y crispados por los acosos de la culpa. La tierra se ahuecaba sobre la vida, mientras el cielo ausente me volvía la espalda.

Como un imbécil me dije: ¡No quiero morir!, muriendo parcialmente de tanta hora vacía, de tanto inútil y tonto desencuentro y descorrí los agrios paños grises del amanecer sobre mi máscara, sobre mi corazón sin principios, sobre este corazón ardiendo como un cirio en una catedral en ruinas.

La verdad es que yo nunca me había reído de la muerte. Pero a veces tenía sed y pedía un poco de vida, a veces tenía sed y preguntaba diariamente, y como siempre sucede no hallaba respuestas, sino una profunda y oscura carcajada.

Tengo mi pobre cabeza retorcida, encadenada por reflexiones inconexas, fragmentarias, por toda una confusa legión de ideas que en tropel y dispersión atraviesan de lado a lado, tengo mi cabeza reclinada sobre sus culpas lacerantes.

La muerte tarda como el olvido. La muerte me va invadiendo lenta poro a poro, y no puedo escapar viviendo porque la vida es sólo una de sus apariencias. Soy un hombre roto —gusano de cien corazones adormecidos— arrastrando demencias imprecisas, oscuros rincones perdidos entre tanta dulzura inventada —aullando la traición—. Pero ahora, este es el día, debía despertar, ya es la hora.

Entonces la sombra de mí mismo recorre las piedras del pasado y contempla, turbia de asco e ira, cómo todo se reduce a la ya larga torpeza de incesantes comienzos, a ese fracaso que me acoge con rubor y con pena inevitable: la cobardía.

Me llevo las manos al corazón vacío y en la madrugada de mi alma despliega su tarot, contemplo el signo del colgado y procuro descifrar:

— El amor y la muerte son las alas de la vida que es como un ángel expulsado perpetuamente.

Siento ganas de llorar, siento cólera ante la injusticia de los sentimientos y pasiones, una inmensa pena de mí mismo, y de mi fuerza inútil. Entonces, detenido un momento, cesa el murmullo del cuerpo —como un gesto abortado a mitad de camino— la cabeza perdida deja de imaginar el olvido mansamente viene.

Pero de pronto, llega un incesante aviso, una espada de la boca de Dios que cae y cae lentamente, ahogando el llanto contenido, apretando la garganta con el miedo y en las sienes se siente el pulso como muda telegrafía a la que nadie responde.

Desperté. Sabía que tenía que despertar para estar más despierto en esta pesadilla llena de rostros y de ruidos.

jueves, 18 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [23]


¡Ay, muchacha en llamas!, en noche invernal viniste a mí, suplicante parecías, pero yo, con miedo a alcanzar con brazos mortales tu fuego, no pude acercarme al lugar de tu dolor.

Tú golpeaste la puerta, y por todas partes oscuridad: yo, ligaduras que no pude romper.

No se quién nuestra vida sueña, ni cuál la tierra de nuestro encuentro, hogar, la suma de todos los días que nos albergaron; el lugar del no retorno.

Pero quizás, ¿algún ángel, al pasar las hojas del cerrado libro de nuestras vidas, en el tiempo futuro o en tiempo pasado, en este o en otro mundo o estado del ser, haga que, los que nos separamos, nos encontremos? ¿Qué largo viaje, juntos en las tinieblas emprenderemos hasta que la muerte rompa las elementales formas para liberar la música de las esferas que todos los mundos continuamente crean? ¿Podremos viajar fuera de la noche, tú y yo, para encontrar en una pequeña estrella todo lo que hemos perdido?

Noche. Luna. Hojas negras. De par en par abro las puertas, aunque existan entre nosotros otras barreras. Invisibles, infinitas. Los sentidos se desangran en hierro y espinas de roca y fuego, y aún así, por ninguna alegría cambiaría mi pena, el secreto lazo, la rúbrica de la sangre que a ti mi vida sella indisolublemente.

De corazón confieso, lo que más temo encontrar tras el velo de la muerte: no legendarios infiernos de hielo y fuego, sino una faz demasiado misericordiosa para mi alma poblada de demonios.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [22]



Los últimos trozos resquebrajados de este año se están cayendo. Yo deseo que la clausura se produzca ya, que se duerma pronto en el caos perverso: el agua ardiendo, el fuego inundando todas las cosas y todo el espíritu. Mis sentidos sufren, se agitan, se quejan dentro de mi imperio. Los rumores suben hasta la cebeza. La sangre, como un pueblo irritado, golpea el palacio de mis sortilegios. Siento en las entrañas el abrazo de la caída.

Ahora el Dragón está tendido, el cielo vacío, la tierra maciza, las nubes en desorden, el sol y la luna reprimiendo su luz. El aire es vasto y desciende vertical desde el frío cielo. Y yo, sigo cayendo.

Un día dije: "Mi morada es poderosa. En ella penetro, en ella estoy. Cerrad la puerta y tabicad el espacio ante ella. Tapia el camino a los vivos. No deseo volver, no me lamento. No me agobio. No me quejo, reino con serenidad. En verdad, la muerte es agradable y noble y dulce. La muerte es muy habitable. Habito la muerte y en ella me complazco". Pero compruebo, no sin cierto horror, que aún dentro de la central, profunda y superior Ciudad Violeta, ciudad prohibida a la que sólo yo tengo acceso, mi negro palacio ha sido invadido por treinta y seis mil espíritus.

(¿Con qué ceremonia debo honrar a estos demonios que se alojan en mí, que me rodean y penetran?, ¿con qué ceremonia, bienechora o maléfica?, ¿he de agitar mis brazos con respeto, o quemar sustancias de olores infectos para que huyan?)

Escapando de la luz di con la sólida profundidad, después de haberla buscado tanto a la que llamo innominada, porque ¿cómo designarla, con qué ternura?¿Amante, amiga, amada...? Hermana equívoca, mejor, ¡y de qué sangre desconocida!, después de haberla buscado por todos los lugares con la fe de un sueño, muerta por mis manos.

La pasión se alojó en mí, al principio como un huesped sospechoso, a quien se vigila, a quien se conduce pronto al lugar de donde vino para que no cautive a nadie, y lo cierto es que vino para quedarse. Es entonces en el vacío del fondo del orificio cavernoso donde se aloja la noche bajo tierra, el Imperio Sombra, en el corazón subterraneo y en el suterraneo del corazón —allí donde la sangre ni siquiera circula— donde encontré el nombre: Deseo.
Sí, el deseo estaba en mi corazón, el deseo devoraba al corazón: unos seres nacen a medias, sin alma, sin vigor, surgidos de un desorden sin nombre. Por eso, cansado de estar atento a lo que se ha dicho, sometido a lo que no se ha promulgado, postrado ante lo que no existe aún, decidí preguntar al Gran Astrólogo de mi pozo, puesto que veía el cielo profundo en pleno día, cómo podía proyectar mi alma hecha sueño hacia esa Era única, sin principio y sin fin, de caracteres indescifrables, que todo hombre instaura en sí mismo y saluda al alba donde el ser se hace Sabio y Regente del trono de su corazón.

Hacia allí quise conducir mis pasos, hacia Ella que tenía las virtudes del agua, del agua viva, derramada, toda, sobre la tierra. Se deslizaba, huía de mí, y tenía sed. Yo corría tras ella. Con mis manos hice una copa. Con mis manos la contuve ebrio, la oprimí, la llevé a mis labios: pero se escapó entre los dedos.

Este hombre indigno —yo— indigno de mendigar, no suplicaba sino la apariencia, la forma que la crea, el gesto en donde se posa, pájaro danzante.

— Por encima de las nubes —me dijo entonces el Gran Astrólogo— con sus palacios portátiles, sus templos ligeros, sus torres recorridas por el viento, allí, donde todo es pródigo e inesperado, donde lo confuso se agita, la Reina de los Deseos Tornadizos tiene su Corte. Ningún ser razonable se aventuraría a entrar allí.

Pero yo estaba decidido. Abrí —derribé— la puerta y grité:

— Llévame sobre las duras olas del mar congelado, del mar sin mareas, sobre la tempestad sólida que encierra el vuelo de las nubes y mi porvenir.

El animal tenía el galope suave, la piel escamosa y anacarada, el frontal agudo, los ojos llenos de cielo y de lágrimas. Para él el horizonte rojo era su estandarte, el viento de vanguardia y la densa lluvia de escolta. Había risa bajo el estallido de su látigo lancinante: el relámpago.

martes, 16 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [21]



Miro el mar, paso las horas que me quedan mirando el mar como un desierto, un desierto donde cae la fatiga de una noche enorme y trágica, tenebrosa como un crimen. La luna, cobre de voraz orín mordido, lívida aflicción amortajada, ruinosa, con su amarilla cara de esqueleto se pierde en distancias de ensueño, entre las nubes mudas, mudas... altas, altas, en un cielo peor que oscuro, un angustioso cielo ceniciento.

Y el viento, triste, triste como un perro triste que llora a su hembra, sueña enormes pesadillas de fantasmas.

Feliz, por ser al tiempo cuerdo y loco, sonreí a tus quimeras seductoras bajo la sedosa calma del sueño, cuando el agua, mar adentro, en su propia plenitud se aislaba.
En tus labios, irritados como brasas, hay un largo resplandor fosforecente que relumbraba en las tinieblas agitadas y en tu boca suspira la sombra interior habitada por los sueños. Tus ojos se vuelven inmensos, como el mismo mar de la muerte, mientras que los caballos se resisen a la muerte con la vida de la seda, con misterio.

El mar, lleno de urgencias masculinas, brama alrededor de ese fino talle tuyo que sugiere ternuras de acuarela. Así, palpitando a los ritmos de tu seno, se hincha, en una ola, el mar, para hundirte en su vértigo felino. Su voz te dice una caricia vaga, y al penetrar entre tus muslos finos la onda se aguza como una daga.

El son grave de la ola convida a buen morir. Tu boca abierta relumbra, roja como el viento caldeado de un brasero y en el mar está mi corazón lleno de odios, como un estuche de terribles joyas ávidas de punzar tu cuerpo de oro.

La boca de los mares interroga al misterio de las playas. El día es largo y triste, la noche es larga y triste. Y comprendo que la muerte es así... que así es la vida. O ¿alguien ignora lo que pasa, cuando la luna de flébiles congojas, a través de las almas y las hojas, derrama sombra y luz, como llorando?

Morir por ti, dice el eterno idioma con que se oferta el corazón amigo. Voz de amada y arrullo de paloma, responden a su vez: morir conmigo.


lunes, 15 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [20]



Yo no era más que un marinero tímido, que viendo aquí y allá el aire enrarecerse, al mar redoblar sus espumantes olas, en su nave gemir bajo esa húmeda fuerza, pensó que cielo y mar unían su desasosiego y desgobierno, y se puso a llorar, temblar y lamentarse, esperando con sus votos halagar a los dioses.

Ahora pagaré mi desgracia: el corazón anheló ser señor de sí mismo, pero sólo es esclavo de mil males y añoranzas tediosas porque el demonio se esfuerza con fatídica mano en resucitar las tan putrefactas ruinas del amor.

Yo no canto, yo lloro mis tristezas. Siento al invierno porque su frío aliento de estremecido horror me eriza la piel, y las Musas, extrañas, miran y huyen de mí. Ya no quiero atrapar aquellos días, sin espera de vuelta. La noche dura mucho, y dura mucho el día; huí del amor, mas la pista la seguí; siempre hallé de Venus la mesnada lasciva disponiendo por doquier mil tratos amorosos.

Sí, yo digo maldito año, mes, el día, punto y hora, y maldita sea la aduladora esperanza. En verdad, no me guió ave de buen agüero, y mi corazón no dio significado alguno a un cielo repleto de malignos influjos en el que Marte se unía con Saturno.

¡Si el deseo no hubiera cegado mi razón! Ahora soy prisionero que en su prisión malhabla y sólo me quedan estas pocas palabras escritas, que son del corazón muy fieles secretarias, aunque lleve mi aljaba sin flechas.

Yo hacia el cielo alcé la cabeza, probé a veces el dulzor del placer, los sentidos inquietos, pero bajo este gran Todo nada firme se funda, ni hay dáimon que nos guíe a la inmortalidad: es menos nuestra vida que una jornada en lo eterno.

Yo amé, amé, amé, hasta que la fúlgida mano vengadora de los dioses cayó sobre mí. Sólo me queda entonces, desde mi celda contemplar, sin temer ya la ira del agua ni los vientos, como espumean las
ondas lejanas del mar.

domingo, 14 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [19]



El rayo de luna ya no entra por el estrecho hueco de la celda, se fue a yacer en la profunda tumba del arrecife donde las olas braman, donde como un dios se entronó entre las rocas. Siento la vida atormentada y vergonzosa, pero sé que no hay escape porque no soy ni nube ni ave, vivo pisando y dando coses como el que tira unos zapatos rotos. Deshilado traje, desasosegado, flotante arena, rodando... mi amor se va remando hasta el confín del mar, buscándote. (¿Con qué comparar si no las cosas del mundo, más que con un barco que sale y no deja rastro de su rumbo?) Y así, cerrando el timón de mi barco hasta tu banda, boga por el cielo el hombre lunario.


sábado, 13 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [18]



Lo he perdido todo. He caminado, caminado, caminado, pesada y tozudamente, un caminar obsesivo para agarrar a mi vacío no-yo, y todavía desprenderme de mis pies, para estar dormido con Ella... dormido. Pero los fuegos que he construido viven tras mis pasos esta noche. Esta noche, yo élfico, yo pies de piedra, caminando por la rosa salvaje del salvaje fuego de las praderas de su cuerpo desnudo cuando la ausencia sisea como el vapor.

Homicidas de moralidad y deseo -la insaciable ficción del deseo: el camino cuesta arriba, con zapatos de hierro. Partimos de la tristeza; de aquí que al final sobreviniera la desesperación y la locura.

Ahora, mi corazón vierte sangre negra por el monstruo que hay en mí. He visto la Górgona, al terror erótico de su indefenso cuerpo de grandes pechos yacer como cieno. Las cosas se pliegan al viento eternamente y hace tiempo ya que estoy sintiendo la acechante humedad sobre el blanco desvaído de mi piel.

La celda está llena. El último espasmo cardíaco recorre su carne emocionada: el héroe se pone en pie, anonadado ante las manos que aplauden y alza lo que fue la cabeza de Ella para complacer a la chusma.

La fiebre de mi vida está empapándose de sudor nocturno. Sí, la noche animal suda por el ardor del espíritu. Porque después de amarle tanto, ¿puede acaso olvidarla por toda la eternidad y no tener alternativa?

He rastreado en su busca el áspero océano negro y he visto a la turbulencia caer muerta, violenta escurridiza en su azarosa gruta. Y al fin, carecí de hombría para completar el viaje. A veces estoy contento de haber escapado a la seducción y a la tormenta, agradezco al océano que me haya ocultado a la temible sirena. ¡Casi dudo de su existencia!

Estábamos enlazados en la inocencia y la malicia, y no obstante, no éramos iguales. Yo he vivido sin sentido, ¡y ya hace tanto tiempo que la pérdida sigue haciéndome daño!

Como dos relojes de la luna saliente, tan sólo contamos en el polvo salido del tiempo con un filo de cuchillo apretado contra el futuro, como si deseáramos arrancar dientes con tenazas de fuego.
Lo sé: alguna vez tendré que intentar escribir la verdad, pero casi todo ha salido torcido. Mis ojos han visto lo que hizo mi mano y la agonía dijo que no podíamos vivir en la misma casa, o bajo el mismo nombre. Esa fue la sentencia.

Mi mano. ¡Mi mano! Tenía miedo a tocar el encrespado pelo de su cabeza —monstruo amado por lo que era—; lo tendré hasta que el tiempo, que nos entierra, yazca desnudo. ¡Pobres criaturas!, nos besamos tanto que pensamos que nos estaban pisoteando.

Sus ojos de luna —aquellos bel occhi grandi— se inundaron de lágrimas y su nerviosa garganta repitió mi orden: "debes irte ahora, vete". Y aún así, pasión, amor, días pidiendo sólo frescura, inmovilidad, coito. Y después días, días, días...

¿Cómo podría amarla más, sin tener que convertirme en un criminal?


jueves, 11 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [17]


Yo, que he sido el único testigo y alimaña apresada en la red que condujo a tu muerte que fue arena o rocas o calor, en esta celda me pregunto: ¿estás muerta de veras o juegas a fingir todavía la sangre, tú que al sueño te entregabas con esa pasión que tan sólo se pone en morir?, porque preso de la sangre, de pistas que se pierden cómplices todavía del vivir, en lo más alto del espacio carnal sigo oyéndote bullir adornada para una fiesta y con los dientes descubiertos como para el amor. Tengo aquí tu presencia exacta que ninguna llama sabría restringir; viviente con los latidos que renacen y crecen donde se desgarran estas palabras.

Quiero destruir tu deseo, tu forma, tu memoria, debo ser tu enemigo y no apiadarme aunque te busco, náufrago por tu noche, señor de ella y velo como ella en ti.
— Mucho tiempo he retrocedido ante tus signos —me dices—, tú me has expulsado de la densidad. Pero debes saber ahora que la noche incesante me abriga; en caballos oscuros huyo de ti.

Me digo entonces, ¿qué perseguir en ti sino el silencio, que luminaria sino tu profunda consciencia sepultada?

El cielo, demasiado opresivo, se rasga, los árboles invaden el ámbito de la sangre, el sol está ya muy bajo sobre todas las tierras. Tú deseabas el verano, un verano furioso que secara tus lágrimas, y ha llegado este frío que en tus miembros aumenta. Te despertastes y padecías. Vagabunda, al alba, compartías la hipnosis de la piedra, eras como ella ciega. Pero para vivir hay que franquear la muerte. Hoy, tu más pura presencia es la sangre vertida.

¿Puede de tanta ennegrecida senda salir un reino en el cual rehacer el orgullo que fuimos, una llama, y deshacer todo puede una fuerza eterna?

Caminamos sobre las ruinas de un cielo inmenso pensando que el sitio se realizaría en lontananza con un destino en la viva luz, mas ya se ha roto ese último vínculo del corazón que se tocó en la sombra. Los pliegues de un silencio duradero se acuestan sobre mí.

Se apaga el eco del grito más grande de cuanto jamás ser alguno intentara, aquel "quiero echarme a perder en ti, vida angosta. ¡Relámpago vacío, corre por mis labios, penétrame!", lanzado por tu boca al viento.
Y te vi quebrarte y gozar en busca de la muerte en los exultantes tambores de tus gestos negros, en la boca manchada de luceros finales. Al fin, tuve en mis manos tu rostro penetrado y ese país que alumbra la tormenta de mi pecho. Al fin, te vi muerta, relámpago insaciable, ventana al punto apagada y en una casa oscura.

¿Qué palidez me golpea, río subterraneo, qué arteria se quiebra, dónde resuena el eco de tu caída? En cada instante te veo nacer. Morir a cada instante. ¿Estás muerta de veras o juegas en los espejos lejanos todavía a perder tu reflejo, tu color, tu sangre en el oscurecerse de una figura inmóvil?

La lumbre del grito se apiña sobre mis palabras que enrojecen. Ante mí, la faz de una noche derrotada se inclina sobre el amanecer del hombre desgarrado. El sol regresará con su viva agonía a iluminar el sitio donde todo se desveló.

Sólo puego ya guardar silencio. ¿Qué le puede decir al final de un combate el vencido por verdad? Sólo me queda al sol volver mi faz desguarnecida. Sólo hay un grito —morir— capaz de apacigüarme.

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [17]

Yo, que he sido el único testigo y alimaña apresada en la red que condujo a tu muerte que fue arena o rocas o calor, en esta celda me pregunto: ¿estás muerta de veras o juegas a fingir todavía la sangre, tú que al sueño te entregabas con esa pasión que tan sólo se pone en morir?, porque preso de la sangre, de pistas que se pierden cómplices todavía del vivir, en lo más alto del espacio carnal sigo oyéndote bullir adornada para una fiesta y con los dientes descubiertos como para el amor. Tengo aquí tu presencia exacta que ninguna llama sabría restringir; viviente con los latidos que renacen y crecen donde se desgarran estas palabras.

Quiero destruir tu deseo, tu forma, tu memoria, debo ser tu enemigo y no apiadarme aunque te busco, náufrago por tu noche, señor de ella y velo como ella en ti.
— Mucho tiempo he retrocedido ante tus signos —me dices—, tú me has expulsado de la densidad. Pero debes saber ahora que la noche incesante me abriga; en caballos oscuros huyo de ti.

Me digo entonces, ¿qué perseguir en ti sino el silencio, que luminaria sino tu profunda consciencia sepultada?

El cielo, demasiado opresivo, se rasga, los árboles invaden el ámbito de la sangre, el sol está ya muy bajo sobre todas las tierras. Tú deseabas el verano, un verano furioso que secara tus lágrimas, y ha llegado este frío que en tus miembros aumenta. Te despertastes y padecías. Vagabunda, al alba, compartías la hipnosis de la piedra, eras como ella ciega. Pero para vivir hay que franquear la muerte. Hoy, tu más pura presencia es la sangre vertida.

¿Puede de tanta ennegrecida senda salir un reino en el cual rehacer el orgullo que fuimos, una llama, y deshacer todo puede una fuerza eterna?

Caminamos sobre las ruinas de un cielo inmenso pensando que el sitio se realizaría en lontananza con un destino en la viva luz, mas ya se ha roto ese último vínculo del corazón que se tocó en la sombra. Los pliegues de un silencio duradero se acuestan sobre mí.

Se apaga el eco del grito más grande de cuanto jamás ser alguno intentara, aquel "quiero echarme a perder en ti, vida angosta. ¡Relámpago vacío, corre por mis labios, penétrame!", lanzado por tu boca al viento.
Y te vi quebrarte y gozar en busca de la muerte en los exultantes tambores de tus gestos negros, en la boca manchada de luceros finales. Al fin, tuve en mis manos tu rostro penetrado y ese país que alumbra la tormenta de mi pecho. Al fin, te vi muerta, relámpago insaciable, ventana al punto apagada y en una casa oscura.

¿Qué palidez me golpea, río subterraneo, qué arteria se quiebra, dónde resuena el eco de tu caída? En cada instante te veo nacer. Morir a cada instante. ¿Estás muerta de veras o juegas en los espejos lejanos todavía a perder tu reflejo, tu color, tu sangre en el oscurecerse de una figura inmóvil?

La lumbre del grito se apiña sobre mis palabras que enrojecen. Ante mí, la faz de una noche derrotada se inclina sobre el amanecer del hombre desgarrado. El sol regresará con su viva agonía a iluminar el sitio donde todo se desveló.

Sólo puego ya guardar silencio. ¿Qué le puede decir al final de un combate el vencido por verdad? Sólo me queda al sol volver mi faz desguarnecida. Sólo hay un grito —morir— capaz de apacigüarme.

sábado, 6 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [16]



A veces, cuando me despierto de mi sueño o de mi duermevela, siento como si alguien me hubiese rozado levemente, como si alguien torpemente hubiese intentado acariciarme la mano. Hoy, ha vuelto a suceder y al levantarme del camastro observé que por la reja de la ventana había volado una pluma de ave. El viento, quizás, la había traído hasta aquí. Estuvo en el suelo mucho tiempo hasta que la cogí con la mano.

Mi corazón estaba inquieto. Su desazón llegaba hasta mis manos, donde descansaba la pluma, hasta mis sienes que batían violentamente. Otra vez me ha vuelto a visitar el ángel, como otras noches, me dije. Me arranca del lecho del dolor llevándome a un dolor de alegría -encontrarte a ti, mi paloma, en esta pluma- una alegría que deviene alegría de dolor mayor que el que yo tenía.

Porque tú desapareciste, has desaparecido, hace un instante o mil años. Pero tu desaparición es inútil, tú persistes en esos ojos, los más hermosos, que con una chispa de fuego todavía puedo ver: son la luz del amor dentro de mí y sus rayos traspasan mi cuerpo. Una canción para mi Destino. Te convertiste para mí en una eterna canción de cuna. Te recuerdo. ¡Mi recuerdo te saca de la tumba!, el recuerdo de mí, todos los recuerdos de mí mismo. Erguida, solitaria, Virgen de la Ausencia de Nadie, te dibujas sobre el azul del cielo nocturno y arcángeles de seis alas te montan la guardia.

¿Cómo voy a librarme de ti? Deja ya de despertarme con sueños —la Muerte te ha dado la luz después de la Vida haberte apagado— deja ya de recordarme que juntos volamos por las esferas que están más allá del cielo. ¿Por qué el ángel no me dejó caer a tierra, por qué me fue bajando lentamente?

Que yo iba a tener la dicha de conocerte eso lo sabía, pero no que iba a ser en tal desolación de mares con voces atronadoras que se precipitan sobre mí como arrojadas por el vendaval. Estás aquí, el mar se me enrosca con sus brazos sonoros —tu nombre tiene el sonido de un susurro y tu figura tiene rasgos de presentimiento— El mar me acaricia. El mar me abraza. El mar me tortura. Estás aquí, sí, en esta hora, en el instante en que tú pasas de los uno a lo otro, la hora en que se rasga el cortinaje del Tiempo. En mi alma has dejado huellas, sin embargo, tú no eres.

La noche se quedó en silencio. Y yo, solo, luchando con la Verdad. En las tinieblas se me acercan sus aguzadas puntas de luz. Quiero comenzar desde el comienzo cuando no tengo nada con qué comenzar excepto el Final que hubiese deseado diferente. Oscuridad.

Inalcanzable eres en la noche. Yo me esfuerzo por llegar hasta ti, remo hacia ti como aquel que sólo tiene un remo y mis manos se consumen en la lucha. La barca describe círculos del Día y de la Noche (entre el Día y la Noche, ¿hay alguna diferencia?, ¡qué ciegos estamos cuando vemos!, ¡qué videntes cuando dormimos!, duérmete, duerme, despiértate, me digo: el sueño semeja un dado policromo con siete puntos, ¡lánzalo!)

Mis sentidos son falsos, primitivos, incapaces de comprender la realidad que Existe: sentí tus brazos alrededor de mí. Me dejaste besar uno de tus pechos, el que está sobre el corazón. Luego te fuiste, después de haberme besado los ojos. Lo negro me envolvió.

— Bésame otra vez —te supliqué— bésame en los ojos ciegos, bésalos con un sueño; pon tu mano sobre mi corazón, ingrávida como la caricia de un ala para calmarlo.

Pero te has ido: te he matado. Lo que queda es como una niebla, una sed de nostalgia de lo que vive en la luz que entra por el ventanuco de la celda, una nostalgia sin objeto, el signo de la Sombra que vive sin Sol y sin Luna. Estoy en el fondo de una urna aunque la urna esté hecha añicos. Estoy tumbado en un sarcófago sin fondo, tampoco tiene tapa, yazgo allí, de espaldas a la Nada y con el rostro vuelto hacia la Nada en esta larga noche de espera, cuando la obra de omisiones deviene un dolor de cristales y ángulos y sus sumas.

Me dice una voz: "Elige en las tinieblas su Estrella, en mil estrellas caídas", pero ahora prefiero lo negro que contiene todos los colores —no lo blanco, aunque fuera el amarillo azafrán de una novia o el rojo de una prostituta— La visión más pura es la sombra pura, la antítesis de la luz. Oscurecimiento son todos los colores, menos el negro que no puede oscurecerse más. En él te veo a tí, hermana gemela de la luz.

Avanzo a tientas siguiendo perfiles rebuscados, dándome a conocer en los espacios que separan las palabras. No hay aquí en esta cárcel agua encantada que pueda quitar esas manchas de sangre que llevo en la camisa, indelebles, como veneno.

Mi Soberana está muerta (en los muertos vive una idea de belleza en esta crueldad que es nuestra vida el amor es el sueño de belleza —la belleza es un arma—). Mi Soberana se ha esparcido en miles de olores y todos tienen algo de Ella. ¡Si pudiese juntarlos en un todo! Ella era todo lo que he deseado, besado y destruido a besos. Ella era todo aquello de que me he liberado, destruido a besos.

El Diablo es dios y Dios es diablo, y yo aprendí a adorar a ambos, por eso, ahogada por mis manos llorando le pedí: "Dame veneno para morir o sueños para vivir". No me contestó.

Ella estaba muriéndose y los moribundos están profundamente ensimismados, no piensan en los demás. No pueden permitirse el lujo de pensar más que en sí mismos. Luchan con la vida, luchan con la muerte, como yo.

¡Ah!, ahora me doy cuenta: una ráfaga de aire se ha llevado la pluma de entre mis manos.

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [15]



Te oí: me duele el corazón, me ahogo y no sé pero no duermo. El hueco de tu voz me persigue. Sólo nos queda lo que no tenemos, una larga soledad en las arenas. Me tiemblan en los labios las antiguas palabras: sangre, sonido... Es cierto, ya no tengo tu voz saliendo debajo de mi boca, ya no tropiezo, aquí en la cárcel, con tus tristes zapatos en la mañana. En mitad de la noche me despierto, me levanto para vestirme, como para llorar o para ver si aún duermes lateral y desnuda.

Tengo miedo, amanezco sin sexo como un viudo, los alaridos golpeándome las alas. Al alba despierto, sin indagar la hora turbia en que comienza cada día es como si hablara de una maldición. El odio gotea el esqueleto su ácido común y busco en la memoria el cuerpo que antes estaba dentro de tu nombre, aquél que me quema la piel y me penetra por la propia humedad del dolor, como la ortiga. Hay que gritar, gritar de agua y lo demás, y no morir de arena.

Yo te estaba buscando y de la otra orilla del océano te traje una rosa de espuma. Te amo, distancia y resistencia, como si al final de esta navegación nocturna en la que hemos llorado y permanecido debiera regresar a recoger mis pasos caminando a morir, como el anciano vencido a lento plazo por sí mismo.

En el recuerdo de la sábana me hiere todavía tu cadera, ahora que hay entre los dos una distancia que no podemos sobornar y hay un himno a redoble, a latigazo puro, temblor de funeral.

Cuanto tuve y defendía ha muerto. Yo te hubiera querido diaria, te hubiera querido costumbre, amanecer sobre tus peces, entre tus algas dulces y todo perfume abierto, porque tal vez eras lo único que quise, estrella mal llegada a condecorar mi obligatoria oscuridad. Ya no hay nadie en la noche, artesanos del grito, no queda sino esta pobreza del miedo detrás de su ladrillo.

Ecuación de ceniza, alcobas lunares, tormentas de tiniebla en el monte de Venus, señales de mala tristeza terrestre.

Un día presentí en tí a la mujer que podía tomar, dormida sobre el suelo donde tanto había sollozado de soledad; y le besé los párpados, el sexo, su destino. "Es el mar —te dije cuando te amaba— y los anillos del yodo, y el sueño de las bestias".

Pero yo, contrabandista errante, sabía que no era suficiente el mar con su rocío humano. Fue la primera sílaba, el hallazgo de lo duro. Busquemos pues una señal perdida entre las huellas de zapatos.

Quise ayudarte, quise enseñarte a doblar los relojes, quise contigo atravesar el hueco por el que dios se abrió paso a puñetazos, quise aportarte la cuota de mis mares trizados, mi botín de silencio y la cólera pedagógica de las islas. Por eso digo que tal vez eras lo único que mordía mi corazón y que tu boca me recordó a deshora la flor enterrada tantas veces.

No hay de qué. Pero regreso a mi niebla puntiaguda.

jueves, 4 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [14]


Negra es la noche. Las horas se deslizan. Estás ausente y me despierto sobresaltado, temblando de miedo, desde la planta del pie hasta la coronilla la mente envenenada. Voy camino de las puertas de la muerte atado de pies y manos.

Mi corazón se está muriendo, aunque vivo. ¿Pero de qué le sirve vivir si estoy flotando a la deriva, seco de sed y quemándome por el fuego del deseo?

No tiene ningún sentido que lleve sobre mi cabeza una carga de orgullo y vanidad. He enloquecido, y en mi alma se revela lo que está escondido: la luna brilla dentro de mi cuerpo, pero mis ojos ciegos no pueden verla; la luna está dentro de mí y también el sol. El tambor de la eternidad que nadie toca suena dentro de mí, pero mis oídos sordos no pueden oírlo.

Estás en la otra orilla y el barco está roto. Y yo sigo aquí a este lado del océano, zarandeado por las olas sin ningún propósito. Las nubes se amontonan en el cielo y se escucha la profunda voz de su rugir.

— La cerradura del error mantiene la puerta cerrada; ábrela con la llave del amor —me dice una voz— El pájaro de lluvia gime de seda; y aunque casi se muere de anhelo, no aceptaría otra agua que la del cielo.

Entonces, desde más allá de lo infinito viene lo infinito y desde él tú te extiendes otra vez corpórea finita, cisne.

— ¿De qué tierra vienes y a qué orilla vuelas? —te pregunto— Dime, dime si hay una tierra donde ni la duda ni la pena reinen, donde no exista el Terror de la Muerte, donde viva la primavera, señora de las estaciones, donde suene por sí misma la música no tocada, allí donde no cese el juego del placer y del dolor.

Tiendo mi mano hacia tí y mi cuerpo conoce el Universo cuando tu luz me invade entero. Se oye el rítmico latir de la vida y de la muerte —no hay separación entre ellas, la mano derecha y la izquierda son una y la misma— el éxtasis se desborda, se satisface la sed de los cinco sentidos y todo el espacio está radiante: lo interior y lo exterior se vuelve un solo cielo, lo infinito y lo finito se han unido. ¡Me encuentro embriagado con la visión de ese Todo!

— No hagas más el papel de loco -me dice la voz- pues la noche oscurece deprisa.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [13]



Después de una noche rebosante de pájaros, de una luna desgarrada, la medianoche regresa en pleno día. Estaba desnudo hasta los huesos, con la desnudez me escuchaba. Mi carne me devoraba.

Me había despertado para dormir, y retardé el despertar porque quien descuidado se desliza en el cieno en espiral es atrapado hasta los labios y deja algo más que los zapatos.

Hombre caído, salí trepando de mi miedo e intenté ir lejos para hallarme a mí mismo: muerte del yo en una larga noche sin lágrimas cuando todo a mi alrededor irradiaba una luz inhumana.

— ¿Cuál es el camino? —le grité al pavoroso negro, las brasas a mi espalda, la inestable sombra. Alzarse o caer, la disciplina es una, la línea del horizonte se agudiza.

— ¿Cuál es el camino? —pregunté, y me dispuse a andar como un hombre que enfrenta la llegada a la dimensión horrible de una cosa final.

El pensamiento no puede triturarse y la furia redujo mi más claro grito a una agonía tonta. Furia, sí. Furia mía, ¿cuál es el privilegio del alma? ¿Devora el corazón al corazón? ¿Qué sucederá? ¿Qué sucederá?

¡Escarabajos en cavernas, salamandras, peces gordos! El placer sobre el suelo silencioso, fácilmente enloquece al hombre inquieto: el borde no puede comer el centro.

¿Qué es el infierno sino un corazón helado? Por eso, cuando pensó lo que pensé, el alma cayó como golpeada. "Estoy mutilada, no puedo volar, me siento morir", gritaba en mi mano como un cuenco. Entonces al acecho en la guarida, en la tétrica oscuridad del tiempo oscuro, el ojo que salió de la ola empezó a ver, encontró mi sombra en la sombra que se adensaba. Estaba con piedras que permanecen, piedras que duran donde están.

Me enfurecí. Gemí. Mi corazón desfalleció. Y a mi alma comenzó a crecerle un alma nueva.

Sentí su presencia a la luz del día, en esa lenta tiniebla que dilata los ojos. Ella se movía como el agua y venía hacia mí, flexible como una fiera. Verdaderamente hermoso, su cuerpo no podía mentir.

Ella canturreaba en tono bajo un dulce lenguaje, y lo escuché por extensas esclusas marinas del oído interno. Ella gritaba la secreta alegría y mi alma danzó en pleno mediodía, sobre una ardiente, polvoriente piedra, en el firme punto de luz de mi última medianoche, por amor, por amor de Amor solamente. Ella danzó. Ella conocía el lenguaje de la luz, y explicaba que toda cosa viva podía volver a la vida.

Me miró. Temblando, recogí su mirada. Vacilé. Me alcé y caí. Me alcé de nuevo; me alcé pero para tambalearme y caer. Allí yací.

Besé la piel de la piedra y cuando volví a alzarme una vez más, los grandes ojos habían desaparecido.

Desde lejos me llegó un suspiro. Y lloré allí, solo, mi sobra clavada a un muro sudoroso.



Aparece rápida la luz última y el agua hostil entra a raudales por las grietas de mi cuerpo y gira el firmamento en la noche precipitada, vuela en medio del cielo y de la tierra, a través de la sombra, dando alaridos, sin permitirle a mis ojos que se abandonen al sueño.

Desnudo yazgo en ignorada arena y ni siquiera en el instante supremo en que la vida me abandona termina por completo todo el mal. Todas las miserias del ser, largo tiempo unidas mi, han arraigado en mi interior. Por eso, ¿quién podría explicar con palabras el espanto del crimen de aquella noche? ¿Quien podría igualar con lágrimas aquel desastre?

La aurora se levanta. Abandona el océano. Amanece.

lunes, 1 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [11]



(De un bello rostro, de una piel suave, nada se deposita en nuestro cuerpo, nada llega a entrar en nosotros salvo imágenes, impalpables y vanos simulacros, miserable esperanza. No basta la visión del cuerpo para satisfacer el deseo, ni siquiera la posesión, pues nunca logran desprender ni un ápice de esas gloriosas formas sobre la que discurren, vagabundas y erráticas, las caricias. Cuanto más poseemos, más arde nuestro pecho y más se consume. Todo es inútil, todo es vano esfuerzo, porque no pude robar nada de aquel cuerpo que yo abrazaba, ni penetrarle, ni confundirme enteramente piel con piel, que es lo que verdaderamente deseaba: ¡Tanta pasión inútil!
Creemos que nada imposible hay para los mortales. En nuestra estupidez ambicionamos el propio cielo y por culpa de nuestro crímenes no dejamos que Júpiter deponga sus rayos iracundos.. Todos, todos enfrentados a un solo afán, a un único arte: estafarnos hábilmente, luchar mediante engaños, hacernos trampa, adular y fingirnos tontos, simular buena fe, quebrantar la palabra dada, traicionar al amante, como si todos fuésemos enemigos de todos)