domingo, 21 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [26]

Mi muerte se parece exactamente a mí. Vive al alcance de la mano. Pasión, desesperación... ¿cómo encontrar el valor de vivir cuando es casi siempre imposible, clavos doblándose hacia quien los golpea?

Mi mente emprende el vuelo como una mariposa, revolotea en amapolas color sangre hojeando las páginas de mi vida como si fuera un libro de poemas volando dentro de la caverna del pasado y el futuro. Estoy atrapado, atrapado en las entrañas de mi sueño, encerrado por mí mismo, carcelero.

Me acurruco en un rincón. Yo soy el miedo (el miedo es peor que la muerte). Vivo al borde del tiempo contemplando el infinito.

Las palabras surgen de mi boca como esputos o besos; mi pasión y mi ira llenan el mundo desenfrenado aunque lo único que conozco es una muerte cierta. Ya no soy más que un cadáver que mueve la pluma que escribe. Soy una vasija para una voz que retumba. Escribo frases y aniquilo selvas enteras. Modifico el cosmos en la distancia de los granos de arena de las letras.

La noche viaja en un barco negro, pero ahora la noche es día, un día más blanco que el desierto. Y el mar.

Su luz cambiante me recuerda mi muerte. El océano adormece con su paz. La eternidad llegará lo bastante pronto a través del aire puro como la nada.

Mar, quisiera poder hablar tu lenguaje, ser tan interminable como tú; no obstante te burles de nosotros con tu herrumbre. Junto a ti he sabido lo que significa decir "sin final" y "para siempre". Quise copiar las curvas de las olas, mi corazón latió con las mareas y la salinidad de mi sangre se hizo amiga de la tuya; mas también he sabido que la carne —esa lección que aprendemos simplemente— es sólo un castillo que se desmorona con el viento, he aprendido que la piel se rompe bajo las olas, como la arena bajo las suelas del primero que camina por la playa después de bajar la pleamar.

Mar, en ti sigo buscándole.

Mis mejillas arden contra el aire quemándose donde los elementos chocan y se mezclan, transformándose en uno. Siento que estoy de pie en un trozo de tierra enlazado con el cielo: el cosmos toca el xilofón de mi columna vertebral, golpeando cada vértebra con un solo tono claro, haciendo que el hueso de mi espalda reverbere con el eco sensual de la música de las esferas.

Mi corazón late con el mar, mis brazos se mueven con las nubes, mi carne es, en última instancia, irrelevante.

Te amo, dije, como amo al mar, pero el mar no ama a nadie más que a sí mismo. Y, mientras, tú estás allí esperándome, para dormir sobre mi ataúd; sí, espérame con la mirada triste en medio del camino que dobla más allá de la pared del cementerio.



(aunque digan que no se puede mirar de frente ni al sol ni a la muerte, yo le haré bajar los ojos, porque sé que la muerte es sólo un movimiento hacia la luz)

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