
Lo he perdido todo. He caminado, caminado, caminado, pesada y tozudamente, un caminar obsesivo para agarrar a mi vacío no-yo, y todavía desprenderme de mis pies, para estar dormido con Ella... dormido. Pero los fuegos que he construido viven tras mis pasos esta noche. Esta noche, yo élfico, yo pies de piedra, caminando por la rosa salvaje del salvaje fuego de las praderas de su cuerpo desnudo cuando la ausencia sisea como el vapor.
Homicidas de moralidad y deseo -la insaciable ficción del deseo: el camino cuesta arriba, con zapatos de hierro. Partimos de la tristeza; de aquí que al final sobreviniera la desesperación y la locura.
Ahora, mi corazón vierte sangre negra por el monstruo que hay en mí. He visto la Górgona, al terror erótico de su indefenso cuerpo de grandes pechos yacer como cieno. Las cosas se pliegan al viento eternamente y hace tiempo ya que estoy sintiendo la acechante humedad sobre el blanco desvaído de mi piel.
La celda está llena. El último espasmo cardíaco recorre su carne emocionada: el héroe se pone en pie, anonadado ante las manos que aplauden y alza lo que fue la cabeza de Ella para complacer a la chusma.
La fiebre de mi vida está empapándose de sudor nocturno. Sí, la noche animal suda por el ardor del espíritu. Porque después de amarle tanto, ¿puede acaso olvidarla por toda la eternidad y no tener alternativa?
He rastreado en su busca el áspero océano negro y he visto a la turbulencia caer muerta, violenta escurridiza en su azarosa gruta. Y al fin, carecí de hombría para completar el viaje. A veces estoy contento de haber escapado a la seducción y a la tormenta, agradezco al océano que me haya ocultado a la temible sirena. ¡Casi dudo de su existencia!
Estábamos enlazados en la inocencia y la malicia, y no obstante, no éramos iguales. Yo he vivido sin sentido, ¡y ya hace tanto tiempo que la pérdida sigue haciéndome daño!
Como dos relojes de la luna saliente, tan sólo contamos en el polvo salido del tiempo con un filo de cuchillo apretado contra el futuro, como si deseáramos arrancar dientes con tenazas de fuego.
Lo sé: alguna vez tendré que intentar escribir la verdad, pero casi todo ha salido torcido. Mis ojos han visto lo que hizo mi mano y la agonía dijo que no podíamos vivir en la misma casa, o bajo el mismo nombre. Esa fue la sentencia.
Mi mano. ¡Mi mano! Tenía miedo a tocar el encrespado pelo de su cabeza —monstruo amado por lo que era—; lo tendré hasta que el tiempo, que nos entierra, yazca desnudo. ¡Pobres criaturas!, nos besamos tanto que pensamos que nos estaban pisoteando.
Sus ojos de luna —aquellos bel occhi grandi— se inundaron de lágrimas y su nerviosa garganta repitió mi orden: "debes irte ahora, vete". Y aún así, pasión, amor, días pidiendo sólo frescura, inmovilidad, coito. Y después días, días, días...
¿Cómo podría amarla más, sin tener que convertirme en un criminal?


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