miércoles, 3 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [13]



Después de una noche rebosante de pájaros, de una luna desgarrada, la medianoche regresa en pleno día. Estaba desnudo hasta los huesos, con la desnudez me escuchaba. Mi carne me devoraba.

Me había despertado para dormir, y retardé el despertar porque quien descuidado se desliza en el cieno en espiral es atrapado hasta los labios y deja algo más que los zapatos.

Hombre caído, salí trepando de mi miedo e intenté ir lejos para hallarme a mí mismo: muerte del yo en una larga noche sin lágrimas cuando todo a mi alrededor irradiaba una luz inhumana.

— ¿Cuál es el camino? —le grité al pavoroso negro, las brasas a mi espalda, la inestable sombra. Alzarse o caer, la disciplina es una, la línea del horizonte se agudiza.

— ¿Cuál es el camino? —pregunté, y me dispuse a andar como un hombre que enfrenta la llegada a la dimensión horrible de una cosa final.

El pensamiento no puede triturarse y la furia redujo mi más claro grito a una agonía tonta. Furia, sí. Furia mía, ¿cuál es el privilegio del alma? ¿Devora el corazón al corazón? ¿Qué sucederá? ¿Qué sucederá?

¡Escarabajos en cavernas, salamandras, peces gordos! El placer sobre el suelo silencioso, fácilmente enloquece al hombre inquieto: el borde no puede comer el centro.

¿Qué es el infierno sino un corazón helado? Por eso, cuando pensó lo que pensé, el alma cayó como golpeada. "Estoy mutilada, no puedo volar, me siento morir", gritaba en mi mano como un cuenco. Entonces al acecho en la guarida, en la tétrica oscuridad del tiempo oscuro, el ojo que salió de la ola empezó a ver, encontró mi sombra en la sombra que se adensaba. Estaba con piedras que permanecen, piedras que duran donde están.

Me enfurecí. Gemí. Mi corazón desfalleció. Y a mi alma comenzó a crecerle un alma nueva.

Sentí su presencia a la luz del día, en esa lenta tiniebla que dilata los ojos. Ella se movía como el agua y venía hacia mí, flexible como una fiera. Verdaderamente hermoso, su cuerpo no podía mentir.

Ella canturreaba en tono bajo un dulce lenguaje, y lo escuché por extensas esclusas marinas del oído interno. Ella gritaba la secreta alegría y mi alma danzó en pleno mediodía, sobre una ardiente, polvoriente piedra, en el firme punto de luz de mi última medianoche, por amor, por amor de Amor solamente. Ella danzó. Ella conocía el lenguaje de la luz, y explicaba que toda cosa viva podía volver a la vida.

Me miró. Temblando, recogí su mirada. Vacilé. Me alcé y caí. Me alcé de nuevo; me alcé pero para tambalearme y caer. Allí yací.

Besé la piel de la piedra y cuando volví a alzarme una vez más, los grandes ojos habían desaparecido.

Desde lejos me llegó un suspiro. Y lloré allí, solo, mi sobra clavada a un muro sudoroso.

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