
Yo no era más que un marinero tímido, que viendo aquí y allá el aire enrarecerse, al mar redoblar sus espumantes olas, en su nave gemir bajo esa húmeda fuerza, pensó que cielo y mar unían su desasosiego y desgobierno, y se puso a llorar, temblar y lamentarse, esperando con sus votos halagar a los dioses.
Ahora pagaré mi desgracia: el corazón anheló ser señor de sí mismo, pero sólo es esclavo de mil males y añoranzas tediosas porque el demonio se esfuerza con fatídica mano en resucitar las tan putrefactas ruinas del amor.
Yo no canto, yo lloro mis tristezas. Siento al invierno porque su frío aliento de estremecido horror me eriza la piel, y las Musas, extrañas, miran y huyen de mí. Ya no quiero atrapar aquellos días, sin espera de vuelta. La noche dura mucho, y dura mucho el día; huí del amor, mas la pista la seguí; siempre hallé de Venus la mesnada lasciva disponiendo por doquier mil tratos amorosos.
Sí, yo digo maldito año, mes, el día, punto y hora, y maldita sea la aduladora esperanza. En verdad, no me guió ave de buen agüero, y mi corazón no dio significado alguno a un cielo repleto de malignos influjos en el que Marte se unía con Saturno.
¡Si el deseo no hubiera cegado mi razón! Ahora soy prisionero que en su prisión malhabla y sólo me quedan estas pocas palabras escritas, que son del corazón muy fieles secretarias, aunque lleve mi aljaba sin flechas.
Yo hacia el cielo alcé la cabeza, probé a veces el dulzor del placer, los sentidos inquietos, pero bajo este gran Todo nada firme se funda, ni hay dáimon que nos guíe a la inmortalidad: es menos nuestra vida que una jornada en lo eterno.
Yo amé, amé, amé, hasta que la fúlgida mano vengadora de los dioses cayó sobre mí. Sólo me queda entonces, desde mi celda contemplar, sin temer ya la ira del agua ni los vientos, como espumean las
ondas lejanas del mar.
Ahora pagaré mi desgracia: el corazón anheló ser señor de sí mismo, pero sólo es esclavo de mil males y añoranzas tediosas porque el demonio se esfuerza con fatídica mano en resucitar las tan putrefactas ruinas del amor.
Yo no canto, yo lloro mis tristezas. Siento al invierno porque su frío aliento de estremecido horror me eriza la piel, y las Musas, extrañas, miran y huyen de mí. Ya no quiero atrapar aquellos días, sin espera de vuelta. La noche dura mucho, y dura mucho el día; huí del amor, mas la pista la seguí; siempre hallé de Venus la mesnada lasciva disponiendo por doquier mil tratos amorosos.
Sí, yo digo maldito año, mes, el día, punto y hora, y maldita sea la aduladora esperanza. En verdad, no me guió ave de buen agüero, y mi corazón no dio significado alguno a un cielo repleto de malignos influjos en el que Marte se unía con Saturno.
¡Si el deseo no hubiera cegado mi razón! Ahora soy prisionero que en su prisión malhabla y sólo me quedan estas pocas palabras escritas, que son del corazón muy fieles secretarias, aunque lleve mi aljaba sin flechas.
Yo hacia el cielo alcé la cabeza, probé a veces el dulzor del placer, los sentidos inquietos, pero bajo este gran Todo nada firme se funda, ni hay dáimon que nos guíe a la inmortalidad: es menos nuestra vida que una jornada en lo eterno.
Yo amé, amé, amé, hasta que la fúlgida mano vengadora de los dioses cayó sobre mí. Sólo me queda entonces, desde mi celda contemplar, sin temer ya la ira del agua ni los vientos, como espumean las
ondas lejanas del mar.


No hay comentarios:
Publicar un comentario