sábado, 6 de febrero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [16]



A veces, cuando me despierto de mi sueño o de mi duermevela, siento como si alguien me hubiese rozado levemente, como si alguien torpemente hubiese intentado acariciarme la mano. Hoy, ha vuelto a suceder y al levantarme del camastro observé que por la reja de la ventana había volado una pluma de ave. El viento, quizás, la había traído hasta aquí. Estuvo en el suelo mucho tiempo hasta que la cogí con la mano.

Mi corazón estaba inquieto. Su desazón llegaba hasta mis manos, donde descansaba la pluma, hasta mis sienes que batían violentamente. Otra vez me ha vuelto a visitar el ángel, como otras noches, me dije. Me arranca del lecho del dolor llevándome a un dolor de alegría -encontrarte a ti, mi paloma, en esta pluma- una alegría que deviene alegría de dolor mayor que el que yo tenía.

Porque tú desapareciste, has desaparecido, hace un instante o mil años. Pero tu desaparición es inútil, tú persistes en esos ojos, los más hermosos, que con una chispa de fuego todavía puedo ver: son la luz del amor dentro de mí y sus rayos traspasan mi cuerpo. Una canción para mi Destino. Te convertiste para mí en una eterna canción de cuna. Te recuerdo. ¡Mi recuerdo te saca de la tumba!, el recuerdo de mí, todos los recuerdos de mí mismo. Erguida, solitaria, Virgen de la Ausencia de Nadie, te dibujas sobre el azul del cielo nocturno y arcángeles de seis alas te montan la guardia.

¿Cómo voy a librarme de ti? Deja ya de despertarme con sueños —la Muerte te ha dado la luz después de la Vida haberte apagado— deja ya de recordarme que juntos volamos por las esferas que están más allá del cielo. ¿Por qué el ángel no me dejó caer a tierra, por qué me fue bajando lentamente?

Que yo iba a tener la dicha de conocerte eso lo sabía, pero no que iba a ser en tal desolación de mares con voces atronadoras que se precipitan sobre mí como arrojadas por el vendaval. Estás aquí, el mar se me enrosca con sus brazos sonoros —tu nombre tiene el sonido de un susurro y tu figura tiene rasgos de presentimiento— El mar me acaricia. El mar me abraza. El mar me tortura. Estás aquí, sí, en esta hora, en el instante en que tú pasas de los uno a lo otro, la hora en que se rasga el cortinaje del Tiempo. En mi alma has dejado huellas, sin embargo, tú no eres.

La noche se quedó en silencio. Y yo, solo, luchando con la Verdad. En las tinieblas se me acercan sus aguzadas puntas de luz. Quiero comenzar desde el comienzo cuando no tengo nada con qué comenzar excepto el Final que hubiese deseado diferente. Oscuridad.

Inalcanzable eres en la noche. Yo me esfuerzo por llegar hasta ti, remo hacia ti como aquel que sólo tiene un remo y mis manos se consumen en la lucha. La barca describe círculos del Día y de la Noche (entre el Día y la Noche, ¿hay alguna diferencia?, ¡qué ciegos estamos cuando vemos!, ¡qué videntes cuando dormimos!, duérmete, duerme, despiértate, me digo: el sueño semeja un dado policromo con siete puntos, ¡lánzalo!)

Mis sentidos son falsos, primitivos, incapaces de comprender la realidad que Existe: sentí tus brazos alrededor de mí. Me dejaste besar uno de tus pechos, el que está sobre el corazón. Luego te fuiste, después de haberme besado los ojos. Lo negro me envolvió.

— Bésame otra vez —te supliqué— bésame en los ojos ciegos, bésalos con un sueño; pon tu mano sobre mi corazón, ingrávida como la caricia de un ala para calmarlo.

Pero te has ido: te he matado. Lo que queda es como una niebla, una sed de nostalgia de lo que vive en la luz que entra por el ventanuco de la celda, una nostalgia sin objeto, el signo de la Sombra que vive sin Sol y sin Luna. Estoy en el fondo de una urna aunque la urna esté hecha añicos. Estoy tumbado en un sarcófago sin fondo, tampoco tiene tapa, yazgo allí, de espaldas a la Nada y con el rostro vuelto hacia la Nada en esta larga noche de espera, cuando la obra de omisiones deviene un dolor de cristales y ángulos y sus sumas.

Me dice una voz: "Elige en las tinieblas su Estrella, en mil estrellas caídas", pero ahora prefiero lo negro que contiene todos los colores —no lo blanco, aunque fuera el amarillo azafrán de una novia o el rojo de una prostituta— La visión más pura es la sombra pura, la antítesis de la luz. Oscurecimiento son todos los colores, menos el negro que no puede oscurecerse más. En él te veo a tí, hermana gemela de la luz.

Avanzo a tientas siguiendo perfiles rebuscados, dándome a conocer en los espacios que separan las palabras. No hay aquí en esta cárcel agua encantada que pueda quitar esas manchas de sangre que llevo en la camisa, indelebles, como veneno.

Mi Soberana está muerta (en los muertos vive una idea de belleza en esta crueldad que es nuestra vida el amor es el sueño de belleza —la belleza es un arma—). Mi Soberana se ha esparcido en miles de olores y todos tienen algo de Ella. ¡Si pudiese juntarlos en un todo! Ella era todo lo que he deseado, besado y destruido a besos. Ella era todo aquello de que me he liberado, destruido a besos.

El Diablo es dios y Dios es diablo, y yo aprendí a adorar a ambos, por eso, ahogada por mis manos llorando le pedí: "Dame veneno para morir o sueños para vivir". No me contestó.

Ella estaba muriéndose y los moribundos están profundamente ensimismados, no piensan en los demás. No pueden permitirse el lujo de pensar más que en sí mismos. Luchan con la vida, luchan con la muerte, como yo.

¡Ah!, ahora me doy cuenta: una ráfaga de aire se ha llevado la pluma de entre mis manos.

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