domingo, 31 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [9 y 10]



9
Yo sabía que no la podía poseer sino muerta.







10
No hay un instante que no esté cargado como un arma. Ocurre en cada pulsión de la sangre. No hay un segundo que no pueda ser un cráter del Infierno.

Los días no se pueden borrar ni hay sueño que no proyecte una sombra inacabable ante la cal de la pared del mundo entero.

Entonces, si no hubo un principio ni habrá término, si aguarda una interminable suma de blancos días y de negras noches, ya se es el pasado que será: el infinito, el cero.

Se agotará la cifra de latidos fijados y se habrá muerto: después de la agonía, el hado o el azar, la mismo casa son, espera a cada cual la suerte curiosa de ser ecos o formas que se extinguen cada día.

Se es nube, cordilleras trágicas de sombra que oscurecen el día, se es mar, dudosa encrucijada. Se es también aquello que se ha perdido, ya no sujeto a la víspera, que es zozobra, ni a las alarmas y temores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.

Y esta noche, el lobo es una sombra que está sola, busca a la hembra y siente frío. Aunque quizás, anterior al tiempo o fuera del tiempo (ambas locuciones son vanas) 0 en un lugar que no es del espacio, haya un animal invisible, y acaso diáfano, que los hombres buscan y que les busca.

Pero la sombra ya ha sellado los espejos que copian la ficción de las cosas. La vida no es un sueño, pero, ¿por qué no podría serlo? Se podrían soñar uno por uno los números transfinitos, a lo que no se llega contando; se podría soñar el mar en una lágrima; se podrían soñar mundos tan intensos que la voz de sus aves podría matar.

No, no os asustéis: no se sentirá el verdadero alivio hasta el instante que precede al último, cuando se nos desate de la triste costumbre de ser alguien y del peso del universo.

El alma busca el fin apresurada. Ya se ha muerto. Sólo queda la ceniza. Nada. Absueltos de la máscara que se ha sido: el total olvido.

Anda una mosca por la carne quieta.


Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [8]


El amor que padezco es una enfermedad vergonzosa. La imagen que me posee la hace sobrevivir en el insomnio y en la angustia. Está siempre a mi lado su recuerdo, que pasa riendo entre nosotros. Lo oigo hacerme burlas mientras caigo a sus pies. Es la horca doble del honor y la eternidad.

Quisiera poder decir que está muerto el amor entre sus brazos, pero no es cierto. Estoy temblando, porque no quiero olvidarle jamás, Isla Deseada en la distancia. Por ella hubiera acaso vendido hasta mi sombra, pero se va el amor como el agua que fluye. El amor se va. ¡Qué despaciosa es la vida y qué violenta la esperanza que huye! Entonces, la sombra oscura de la que amo nada significa sino la sombra plañidera de mí mismo.
La amaba demasiado y demasiado padezco ahora clavadas las espadas de la melancolía y el dolor. Hay en mi corazón locura —¿cómo queréis que la olvide, cómo queréis que olvide su cabellera bañada de sangre, su espalda maravillosamente hecha que se ha curvado para mí, su boca de delicias, mi néctar?— Ahora, la campana de su falda, en el doble batiente de sus piernas, toca a muerto.

He tenido a mi disposición su orgullo, incluso cuando doblegada soportaba mi potencia y dominación. Creí tomar todo de ella, mas sólo era una impostura. ¿Quién puede tomar, asir las nubes, quién puede poner la mano sobre un espejismo y engañarse, creer llenar los brazos con el azul del cielo?

Es en vano que ahora trate de perseguir su espíritu, como un desatado nudo de culebras que me huyen hacia todas partes. El cuerpo no funciona sin el alma. ¿Y cómo podría recuperar su cuerpo que conozco si su alma está separada de mí y el cuerpo ha seguido al alma como hacen todos los cuerpos vivientes?

Quisiera imaginar que vamos a embarcar los dos solos y que nunca nadie sabrá nada de nuestra tierna marcha hacia ninguna parte sino hacia antaño y para siempre. Pero es muy tarde para este viaje misterioso. Sólo nos queda la barca de la imaginación.

sábado, 30 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [7]


(Ahora se da cuenta de todo,
En ese oscuro cubículo que es cárcel.
Quizá le llegue la verdad en el ténue chorro de luz que atravesando el escaso hueco de la ventana
alcanza el fondo de la celda.
Amarilla claridad que le ilumina
mostrándole huérfano a la vuelta del camino inutilmente recorrido buscando el amparo de una esquiva razón de felicidad.
Traspasar la oscuridad de los rincones con los ojos turbios de lágrimas vertidas
tampoco va a servirle para encontrar el libro inexistente
que explique en cada página los por qués de una vida.
sobrevivida casi siempre.
Tampoco va a servirle
el que ahora se confiese gran embaucador,
manipulador de las palabras, inventor de sentimientos, representador sin protectores de la ambigüedad y el frío escepticismo.
La luz cae sobre él y su destino común de derrotados.
Y si alguien estuviera más allá de las paredes en penumbra vería su angustia desbordarse por encima del ser,
sentiría con él el llanto aflorando desde dentro,
y le latiría el corazón igual que el suyo cuando las palabras murmuran con miedo un siempre te amaré entre los labios.
Le ilumina un gran foco.
Está en el centro.
Sin duda, él es el primer, el mejor actor en esta farsa.)


Ya se que en la noche negra no podré evitar la muerte más negra que la noche. Por eso, aprenderé a amarla, sin temor, a amarla como te amé a tí, antes y después de la muerte. Iré a su encuentro —y al tuyo— sin quemaduras, después del inevitable fracaso de la huida.

Soy aún un hombre vivo que ha caminado mano a mano con la Naturaleza, pero solamente cuando esté muerto seré acogido en su belleza y su silencio. ¡Quisiera tanto vivir con el silencio y el pensamiento que nace dentro de él!, mas el mundo está loco loco: huye del silencio como si fuese la muerte.

Tú fuiste la pavorosa promesa del infinito, vivimos, nos consumimos en la danza de fuego de las caricias —las llamas se extendieron convirtiéndonos en bosques ardientes hasta quedar con nuestras urnas llenas de ceniza que lloraba— veloces lazos que capturaban las transformaciones del todo entre la belleza y la crueldad, entre lo efímero y la lenta destrucción, la cercanía del nacimiento y de la muerte. Así, la danza entre el dolor y la alegría, la pareja amorosa de la vida.

Y hoy, en esta celda solitaria mi amor crece, crece en el valle de las sombras, en el país de todas las fronteras, en las secas tierras arenosas del desierto, en el tiempo detrás de todos los tiempos. Mi amor brota ahora que la muerte lo ensombrece, llora dulcemente ahora que la vida y la muerte se unen. El crimen y la culpa, el platillo de la balanza de la lujuria y el sufrimiento: la añoranza del asesino por la pena cabalga como una pesadilla sobre su espalda.

Quise aprender a amar sin atar nudos, quise abrir el párpado escarchado, quise quedarme con mi flecha dentro de ti para que a través de tu crucifixión dieras a luz pequeños soles en tu regazo, quise mantener mi cuerpo como un arco firme junto al tuyo hasta que la plenitud del éxtasis nos lanzara, quise también conseguir la libertad que siempre monta sobre el pájaro del sueño, encerrado en la jaula de la realidad, y aunque tus caricias se quedan todavía conmigo, tú vives ya al otro lado del mundo. Navegamos en la misma nave pero nuestra nostalgia nos llevó a distintas metas y en la encrucijada tuve que decirte adiós.

Buscamos un sol para tocar, para arder con él, para llorar por él, para amar. Nos encontramos uno al otro muchas veces cuando volvíamos del paseo solar. Nuestras manos estaban quemadas, los labios perforados por estrellas. Aterradas se fueron las últimas aves del nido de los ojos, la vida que buscábamos estaba a punto de convertirse en nuestra muerte.

Muerte, al fin.

jueves, 28 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [5]


Estrella, deja ya de atravesar los barrotes de mi celda. Deja, estrella, de abarcar el espacio de esta cárcel donde nada crece. Deja ya de entrar por la cruz de la ventana y hacer que en las cenizas brillen los pedazos rotos de una botella.

Estrella, si no puedes traer a este lugar más que tu carroña, vete de aquí.

No sé por qué te imploro, ¿a mí de qué me sirve decírtelo si tú no lo entiendes?

Quiero dejar atrás todos los recuerdos curiosos que vienen con conchas y huracanes, los olores y las miradas. Estoy aquí donde sólo puedo ver, impasible, sin parpadear, el fin inevitable. No vale ya protestar ente el Ángel de la Muerte que va callado a la boca del infierno a buscar mi tarjeta de identificación. Estoy aquí, herido por los puñales de la sinrazón, defendiéndome, como lo he estado siempre, de las tormentas, del sol, luchando contra las mareas, contra las crecidas del mar, contra la debilidad de mis propias manos, contra la creciente fuerza de la pasión, contra el viento, contra las piedras, contra mi propio juicio.

¿Cómo decirte, estrella, qué es lo que yo siento? Quiero desviar todos mis sentidos a un propósito frío como hielo, no quiero vivir ya el terrible derretirse de las rodillas hasta volverse gelatina y desesperación.

¿Sabes?, hubiera sido suficiente saber que nunca nunca nunca llegaría la paz como llega el sol en las cálidas islas. ¿Tú sabes cómo las muchachas retozan riendo en el parque, de noche, cuando deberían estar en casa acostadas? Es lo mismo conmigo.

Pero debajo de los susurros de estas noches marinas hay otro más tenebroso que la muerte inventa especialmente para hombres como yo.

miércoles, 27 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [4]


¡Voy a morir! ¡La prisión vuela y tiembla! y esto no es más que el canto de un ahorcado, tieso como una estaca.

Divinidad terrible, invisible y malvada, no seas inclemente, concédeme otro abrazo, acércate a los ojos que mañana habrán muerto. Surge de tus estanques, de tus marismas, de tu fango donde lanzas burbujas. Abre la puerta, aproxima tus manos y llévame de aquí rumbo a nuestra historia, ahora que la prisión duerme entre fúnebres cantos —ese rumor mayor que los caballos— y hay algo de la noche que todavía queda en un rincón podrido.

Mi bella degollada, tu alma está de vuelta de los confines míos, caminas bajo el agua llevada a cada paso por tu espeso perfume, vas sobre una ola rizada que luego se deforma y al fin atraviesas, lenta, un laberinto de arcos.

Grito. Te llamo. Mi voz choca en palabras y del choque emerges, tú, en este tiempo en que la vida de mí se escapa enlazada con la muerte y su lento y grave vals danzamos al revés.

¡Si me pudieras ver!, acodado en la mesa, los dedos enlunados, el rostro destrozado, mis ojos dementes y un clamor devorador que desgarra hasta los huesos. Si me pudieses ver, sabrías bien cómo me abruma esta aventura espantosa —indescifrable para quien no pelea en la noche— de osar descubrir oro oculto bajo tanta carroña.

Corre por tu mentón una sangre ya negra que mana de tu boca abierta y de ella se alza aún tu blanco fantasma. ¿Eres el demonio que llora detrás de mi máscara? Tus dedos se deshojan en pétalos perdidos. Adiós, adiós mi jardín cavado por el cielo, cielo que para atraparte montó trampas sublimes, inéditas y fieras de acuerdo con Marte.

Con zancadas inmensas e inmóvil devoro millas misteriosas. Por tus bosques despierta un navío mal anclado en el firmamento, me ondulo bajo el mar y por encima de tu ola, marcho con suavidad por caminos de brasa viviendo un momento pastoso, sabiéndome atrapado por este mundo huidizo, en una eternidad más sólida y más dura que la del viejo Egipto y apenas más sórdida.

Quiero robar, robar tu cielo salpicado de sangre, lograr una obra maestra con muertos cosechaos por doquier, con los asombrados muertos.

Y así te alcanzo. Te alcanzo como se entra en el agua, las palmas por delante, cegado, mis sollozos contenidos llenando el aire de tu presencia en mí, densa y para siempre.

Esta apoteosis es el claro cadalso donde brotan rosas: bello efecto de muerte. Pero hay aquí demasiado espacio todavía; esta no es mi tumba, es muy vasta mi celda y pura mi ventana.

Mi verdadera prisión es tu inestable sombra.

Sin fuerzas, entre el deseo, sólo queda el silencio de las aves de fuego que despegan de mi árbol. Tú te alejas, te alejas de mí, hundido en mi yacija, solitario cual príncipe. Únicamente estas palabras me echan un cabo y me pierdo a través de una zarza de gritos: ¡Quémame, mátame, alma que yo maté!

Bella Muerte, me abandono en tus brazos. Dame la paz, el largo sueño y tu canto de querubes.
(Sé que debo tornar la situación lo más oscura posible -y tensa hasta estallar-a fin de que el drama sea inevitable, a fin de que podamos anotarlo en la cuenta de la fatalidad)

lunes, 25 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [3]



A tientas busco el laberinto de las horas, el infierno de aquel día en que te perdí. Balbuceo en voz baja los minutos engañados y el día se va como caía tu vestido a los pies. No queda en torno nuestro sino una bruma de la mirada que no acaba de acabarse, que son, sin embargo, las palabras postreras, en ese instante sin respuesta en que nadie puede sino gritar la nada.

Dicen que en la hora de la muerte la memoria pasa revista a la vida, más por piedad, apartad de mí esa prueba, ¡qué le he hecho yo al cielo para tener que recordarlo!

Nada aprendí de todo lo que he visto. Lo he visto en vano, lo he bebido como un vino demasiado rancio, sin gusto ni color, un vino vacío, excepto esa cosa de nosotros los vivos, esa cosa que es de nosotros dos, ese cielo demencial que no tiene palabras para ser y que es en vano. Mi amor de nada sirve para acecharlo allá donde la sombra huye, de nada tratar de abrir las cerraduras en clave, de nada golpear con mis puños nuestros aldabones aherrojados, de nada llamarlo hermoso amor mío, gritar hacia él. Me pierdo entre nosotros.

Cuanto más viejo más desnudo, más aquello que digo con pesar me abandona a la manera de alguien que quiéralo o no confiesa un secreto que secreto sigue siendo, un secreto ante la muerte: hela aquí.

Frente a frente no habrá más que nosotros, la noche sin edad. Y esa maravillosa calma que va a llegar comienza como una enorme risa desde el lugar donde yo estaba: cuándo pues en qué siglo, qué año, idéntico en todo a un reloj inmóvil del que es posible decir la hora y el minuto, más que siglo, qué estación, ¿acaso es posible saberlo?

Ah, qué hemos, ¡qué he hecho de nosotros!, la palabra nosotros en mi boca, y esta desvastación de cara comida por los pájaros crueles.

Vuelve de ninguna parte: donde sea te espero; aunque sé que me marcharé no guardando añoranza más profunda que la de no haber sabido decir lo peor —no hay vino más ebrio que el secreto— y este clamor sobre mí de planos verticales que perforan los techos sonoros y las líneas de la escritura retorciéndose en su lecho de sílabas en las que te reconozco boca arriba como si hubieras rechazado los viejos ropajes de la lengua y me hubieras sido devuelta más allá de los fantasmas, de repente desnuda, la sábana retirada lentamente de la memoria, sobre ti, sola, gran, hermoso desorden de mi vida.

Entonces, un brazo en torno a tí, otro sobre mis ojos. Uno te impide huir, otro retiene mis sueños. Pero no sé que es peor, si vivir o soñar, ese castigo que se lanza sobre mí cuando me duermo.

Vive en mí el tumulto sordo del asesino, porque nunca más me acontecerá hacer así el amor con aquella a quien a todo lo largo de mi vida amé a semejanza del asesinato, hasta el asesinato.

Quisiera escribir esta historia en las paredes de la celda, dejar de guardar el silencio. Luego, los transeúntes verán arder vanamente las enseñas, nada comprenderán de esta urgencia, de todo esto que jamás se incluirá en los libros. Agacharán la cabeza y los caracteres permanecerán como una cita fallida de dos desesperados de un naufragio, siempre agitando pañuelos o haciendo un altavoz de una botella desfondada.

La muerte: hela aquí. Estoy ya mudo y las palabras en mí mueren.

— Es exacto —dice la voz sin rostro.


domingo, 24 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [2]



El tiempo va pasando como un lobo cada día, cada noche, un poco más hambriento. Y hoy, el asesino recuerda, se acuerda como el fuego de las hojas, como el viento de las puertas, el asesino se acuerda del brazo y del ojo, del gesto y de la fuerza. Ella, muerta.

Ahora, la palabra como buenamente puede se escapa de la cárcel, de este pozo eterno en que la lunaque lllega hasta el condenado, se asombra de que aún viva. Sí, desde el vientre del tiempo escribo, hacia atrás, grito en mi concha donde nadie oye el silencio crujir en los muebles de mi cráneo. Sentado en un escalón de mí mismo deletreo un discurso jamás pronunciado: una piedra de escándalo en el corazón de los siglos grabada en el fondo de una tumba.


sábado, 23 de enero de 2010

Manuscrito encontrado en la cárcel de Fontcalent (Alicante) [1]


Estoy desde hace horas mirando la pared de mi celda fijamente. La noche se hace hábito en la casa de la profundidad, cavidad sin mapa. La luz es obscena.

Miro la pared de la celda y me pregunto qué tipo de bestia suave, qué consumo de piel emponzoñada alimenta el péndulo del día, las horas que como estrellas se congelan. La noche es como un hueco y siento el terrible azoramiento de sentirme yo y no explicarme.

Miro la pared de la celda y, repito, siento el vacío, el vacío que sucede a criaturas como tú. Podría quizás escribirte una carta aunque el viento revuelva las páginas a medio leer. Podría escribir. "Estoy enfermo, enfermo por lo que he hecho. Me siento como si tuviera cien años... Mi suerte se está extinguiendo. Por favor, hagan lo que puedan por mí...". Pero, no existiría la muerte si todo pudiera ser de nuevo y a veces creo en lo inútil de pensar que si se abriera la puerta nada se fugaría, que todas las cosas volverían, serían de nuevo ellas en la celda encendida, todas las cosas viejas y sucias, revueltas bajo el polvo.

Miro la pared de la celda y la luz de fuera trae zumbidos y el sonido de aguas que despiertan. Siento que mi garganta —yo, que hablo como a martillazos— está llena de silencio y que ahora también está llena de muerte. No soy más que un pobre diablo cansado de tanto arrojar piedras, de horadar, de estar colérico de tanto callar y morir, de tanto meditar, de tanto revivir. Por eso, en un momento de absoluta normalidad, debería comenzar a hablar, cuerdamente como un loco, de todo lo que tengo ganas de hablar y, a lo mejor el mundo se llena de cosas nuevas, las cosas viejas se vuelven nuevas, las cosas nuevas se vuelven más viejas y más nuevas.

Pero miro la pared de la celda y pienso que la inmensidad cabe en la punta de un alfiler y mi alma sólo conoce al monstruo que hunde su distancia por mis ojos. ¿Sabes?, enemigo que amo, tú que estás en la quemante aurora de mi memoria: morir es caminar por tus abismos. Quiero reconstruirte con mis manos que sin embargo tocan el vacío: esta noche es más larga que otras noches.

Miro la pared de la celda y quisiera que mi cuerpo pudiera deshacerse en el camastro. Me pregunto: ¿desde cuándo se pierde lo perdido? Eres clara y oscura como la lluvia que reina en la ciudad. Tus ojos —todavía me arde la cara de su fuego— se detienen en un punto movedizo entre la estación del amor y un tiempo imprevisible y tu nombre, escrito en aguas como el mar no termina: tu llameante nombre sigue en llamas como una rosa sobre el mar.

Miro la pared de la celda y siento el miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente. Quisiera empujar la noche con las palabras. Me gustaría emancipar los pájaros del sueño y que tú y yo habláramos como dos que en secreto comparten una promesa, escogidos uno al otro como frutas, como verdades en la luz: amarse mientras vivan, y más aún después, cuando esperen perdidos la hora de llegar a reunirse en las edades que, a sabiendas, uno tras otro, recorrieran, solos, del monte al valle, hasta el mar, buscándose.

Miro la pared de la celda. Mi pasión, o tal vez mi nostalgia no bastan para darte vida. Te escribo entonces, con las mismas manos de acariciarte, con las mismas manos que te han mostrado la cara cruel de la violencia, con las manos que llevan las viejas promesas que no prometen absolutamente nada. Y esto quedará como un texto más en la tiniebla, como el ruido de palabras del viento que me arrastra entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí y qué es aquí, y la esperanza de que las cosas puedan ser diferentes, serán diferentes. Tú y yo hemos sido la historia y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos sido la luz, como hoy formamos parte del presente. Pero como aves de rapiña los días negros se abalanzaron sobre nosotros arrancándonos el sosiego. Desprevenidos como estábamos nada pudimos hacer, ni exhalar un gemido, porque habían mutilado nuestra lengua hasta trocarla en un guiñapo inútil. Con su pico fétido nos desgarraron el pecho exponiendo el corazón al más atroz de los suplicios.

Miro la pared de la celda: un ángel anuncia algo que me estremece porque nunca sucederá. Nosotros estuvimos tan fieramente despiertos que no dejamos lugar sino para la vida, para que hirvieran todos esos actos calificados como bestiales. ¿No crees que la vida sigue siendo la parte más hermosa de la muerte? Claro que ninguna placa recordará nuestro fuego, ninguna estatua gloriosamente impúdica nos hará honor, ni un atento cronista y mucho menos biógrafo dudoso reconocería siquiera a ciencia incierta las huellas que dejaron las dos sombras con su extraño amor.

Miro la pared de la celda. ¡Si pudiera sentir el corazón golpear tanteando, solo, el corazón como una melodía o un ladrido! Tengo a cada instante una mayor urgencia, un más vasto apetito, aunque todos los vasos están rotos tras la última clarinada en que se vino abajo el corazón: nuestros tiempos no coincidían.

Miro desde hace horas la pared de la celda. Cuando tú la atravieses, ¿qué voy a responderte? Quizás me digas que no quieres saber nada del infierno, pero resulta que ambos somos responsables de los crímenes más justos, de las más bellas mentiras. Yo te diría aférrate tú aquí sobre mis labios, chupa la última sangre del solitario. Déjame sin ella, sin los remordimientos, en el hueso que anuncia la muerte, ave negra, buitre de mi memoria. Piensa en nosotros, aquí, bajo la luz amarillenta, bajo el dolor del cielo. Aquí, entre el atormentado descubrimiento del placer, la gloria eléctrica de los cuerpos y las penas, el temor de hacerlo mal, de ir a hacerlo mal, y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer por un hombre, tú y yo.

Miro la pared de la celda y la noche se estira lentamente cubriendo la ciudad, gran sepulcro de calles estrechas como ataúdes, donde rondan las sombras que danzan.

Miro la pared de la celda y te digo: nuestra historia es así, termina con finales desesperadamente diversos.

Miro largamente la pared. Esta noche saldrás de ella a pedirme el corazón nuevamente, a cobrar tus honorarios, a preguntarme.

viernes, 15 de enero de 2010

Yatzil



Cierto día pasó, en un vasto tiempo, en forma de sueños para los melancólicos y de ramos para los pájaros del agua, sobre la tierra y el cielo de Mayab, poblado de genios y criaturas fantásticas. La tarde había pasado. La luna estaba a punto de ocultarse. El estaba perdido bajo la Vía Láctea del caos, recorrido por el fuego de los tiempos y el llover de las nubes antiguas en tinieblas, visiones y luces. Pasó cuando la noche era cuerda de barro que se extiende, un triste asfalto frío y versos que se mueren, perdidos, más sueltos que zapatos de ramera, más flojos que bandadas de peces cuando suena el agua.

Y pasó que pasó que él, ciudadano de un reino que no ha nacido, sintió que todo era como la vuelta de un sueño fugitivo, como la luz que apagan los gemidos, y oyó, en la quietud del alquitrán, bajo el cielo que esparcía las tinieblas, unos pasos aislados. Y él, que iba buscando su fe, una aguja quimérica perdida en un montón de paja, en el desierto de la sedienta incredulidad, se dijo: "quizás muera mañana, pues el dolor, infatigablemente, roe el cable que arrastra hacia la vida los restos de este cuerpo, que ya es como una casa con los muros mordidos por los vientos, y con el techo abierto a los diluvios, pero si estás cerca, ven, Yatzil, aun cuando todos los caminos del mundo se cierren ente ti, atraviésalos. No te pares. Yatzil, te llamo enloquecido, en todos los salvajes gritos negros del mundo, en todos los lenguajes, en todos los dolores del amante, en lo hondo del infierno de las ciudades, del mártir, del asceta, en todos los dolores de la tierra de soles y de lluvias. En la noche de las urbes del mundo te llamo, enloquecido. Necesito conocer tus ojos y tu rostro, porque el deseo, en mi cuerpo, se hace garra, colmillo. Siento que aún no se ha levantado el telón y ya he perdido mi asiento. Todo, todo se debilita cuando nos disponemos a esperar. Me pregunto, cuando bajo mi propia sombra me despierto, solo e inerte, arrojado en la tierra de la cueva, hecho añicos en la base del muro, si nuestro tiempo ya se terminó... cuando creía que sólo había empezado. ¡Columbio de la vida, no te pares! ¡Grita! ¡Sumérgete en las venas sedientas de este barro! ¡Vuelve a alzarte! ¡Desángrate!".

Y pasó que sintió, cada vez con más fuerza, la embriaguez primera golpeándole la espalda al oír el ritmo de un paso de mujer que se acercaba: la risa de la virgen rociada por llovizna del mar. Yatzil, susurró, y el corazón, como Pegaso que llega, se alzó de manos contra las nubes zarcas, golpeó con sus pezuñas, hasta encender la chispa de la lluvia. Yatzil, cada vez que tu nombre aletea sobre mí es el poema más poema. Mis palabras siembran anhelos todos los camposantos, con antorchas por todos los exilios y desiertos.

Y pasó que pasó que ella en la noche apareció, esbelta como alif del comienzo de las casidas, hermosa como niños descalzos en el llano, como canción escrita por una hechicera en los templos de Mayab. Surgió como si viniese del agua y se ocultara cual pulsera de oro robada en el camino, ronca como los sonidos que se producen al iniciarse la memoria, blanca como manzana blanca del sueño.

A él se le borró todo, desaparecieron las cosas de la noche, salvo el destello radiante de aquellos ojos que le llamaban, ojos que eran un sueño que chocaba con el asfalto de la calle, una adorada y dolorosa espina en el corazón. La vio en la plenitud de las sales del mar, en las arenas, buena como la tierra, el jazmín y los niños. Su pecho rebosaba la sangre que goteaba de encantamiento y de la alquimia con el líquido de los elementos, con el secreto de la mezcla, con el eterno diccionario de los verbos y los nombres, un corazón que hacía estallar los corceles del amor y del odio. Estaba en la caverna de las quimeras y la lucidez, en el fondo de las penas repitiendo su azora de alegría, buscando en la duda las tierras donde se unen los amantes, extendiendo los cielos como pórticos. Vivía y nacía en sus palabras: "Yatzil, corro hacia ti igual que un huérfano busca la prudencia de los viejos. Y juro que he de hacer un pañuelo de pestañas donde grabar poemas a tus ojos, donde escanciar un nombre-corazón que se extienda como una letanía. Tras tu destello azul navega mi corazón cual barca que el torrente desea. Y a él me ato, a ese torrente mar sin orillas, infinito e irresistible, en que cuentan las olas y la historia de la vida y la eternidad. Desde que se creó el frío y las puertas cerradas voy tendiendo la mano, como un ciego, buscando un muro o una mujer que me cobije. Yatzil, encontrarte me deja el corazón sin fuerzas y apretado, como cuando desea, tiene miedo, o hambre. Encontrarte me sacude. Encontrarte es un llanto. Te amo, con el amor brillante de los ojos que lloran, saciándose en la vista del amado. Y ahora, cuando la luna marcha hacia el abismo y la vida baila desnuda en su profunda alba, aunque te marches con la luz, tu sombra quedará en cada frase, sobre cada palabra, en cada recoveco de la idea. Mi fantasía será como un ala partida, y tristes mis canciones. Dejaré en las manos, hecha trozos, mi inocente esperanza." Y pasó que pasó que él no sabía que el llegar a sus pechos, dormir en las pestañas sobre el grito del gallo de la aurora en el reino del hechizo es un sueño primero que muere si no susurra el ruiseñor. ¿Y quién puede saber cuál es la senda hacia ese ruiseñor callado, cuando deambulan por los barrios los embalsamadores de cadáveres y llaman a las puertas, ofreciendo sus servicios a las mujeres?

Entonces ella dijo: "¿quién eres? El respondió: "no lo se". Y lloró. Frente a él se estiraba un desierto rojo. Se estiraba y estiraba hasta donde Dios quisiera cubrir el mapa con las cosas.


* Yatzil: Cosa amada en maya

La foto pertenece a la serie "Otros primeros días en México"


México. 9 de enero 2010