viernes, 15 de enero de 2010

Yatzil



Cierto día pasó, en un vasto tiempo, en forma de sueños para los melancólicos y de ramos para los pájaros del agua, sobre la tierra y el cielo de Mayab, poblado de genios y criaturas fantásticas. La tarde había pasado. La luna estaba a punto de ocultarse. El estaba perdido bajo la Vía Láctea del caos, recorrido por el fuego de los tiempos y el llover de las nubes antiguas en tinieblas, visiones y luces. Pasó cuando la noche era cuerda de barro que se extiende, un triste asfalto frío y versos que se mueren, perdidos, más sueltos que zapatos de ramera, más flojos que bandadas de peces cuando suena el agua.

Y pasó que pasó que él, ciudadano de un reino que no ha nacido, sintió que todo era como la vuelta de un sueño fugitivo, como la luz que apagan los gemidos, y oyó, en la quietud del alquitrán, bajo el cielo que esparcía las tinieblas, unos pasos aislados. Y él, que iba buscando su fe, una aguja quimérica perdida en un montón de paja, en el desierto de la sedienta incredulidad, se dijo: "quizás muera mañana, pues el dolor, infatigablemente, roe el cable que arrastra hacia la vida los restos de este cuerpo, que ya es como una casa con los muros mordidos por los vientos, y con el techo abierto a los diluvios, pero si estás cerca, ven, Yatzil, aun cuando todos los caminos del mundo se cierren ente ti, atraviésalos. No te pares. Yatzil, te llamo enloquecido, en todos los salvajes gritos negros del mundo, en todos los lenguajes, en todos los dolores del amante, en lo hondo del infierno de las ciudades, del mártir, del asceta, en todos los dolores de la tierra de soles y de lluvias. En la noche de las urbes del mundo te llamo, enloquecido. Necesito conocer tus ojos y tu rostro, porque el deseo, en mi cuerpo, se hace garra, colmillo. Siento que aún no se ha levantado el telón y ya he perdido mi asiento. Todo, todo se debilita cuando nos disponemos a esperar. Me pregunto, cuando bajo mi propia sombra me despierto, solo e inerte, arrojado en la tierra de la cueva, hecho añicos en la base del muro, si nuestro tiempo ya se terminó... cuando creía que sólo había empezado. ¡Columbio de la vida, no te pares! ¡Grita! ¡Sumérgete en las venas sedientas de este barro! ¡Vuelve a alzarte! ¡Desángrate!".

Y pasó que sintió, cada vez con más fuerza, la embriaguez primera golpeándole la espalda al oír el ritmo de un paso de mujer que se acercaba: la risa de la virgen rociada por llovizna del mar. Yatzil, susurró, y el corazón, como Pegaso que llega, se alzó de manos contra las nubes zarcas, golpeó con sus pezuñas, hasta encender la chispa de la lluvia. Yatzil, cada vez que tu nombre aletea sobre mí es el poema más poema. Mis palabras siembran anhelos todos los camposantos, con antorchas por todos los exilios y desiertos.

Y pasó que pasó que ella en la noche apareció, esbelta como alif del comienzo de las casidas, hermosa como niños descalzos en el llano, como canción escrita por una hechicera en los templos de Mayab. Surgió como si viniese del agua y se ocultara cual pulsera de oro robada en el camino, ronca como los sonidos que se producen al iniciarse la memoria, blanca como manzana blanca del sueño.

A él se le borró todo, desaparecieron las cosas de la noche, salvo el destello radiante de aquellos ojos que le llamaban, ojos que eran un sueño que chocaba con el asfalto de la calle, una adorada y dolorosa espina en el corazón. La vio en la plenitud de las sales del mar, en las arenas, buena como la tierra, el jazmín y los niños. Su pecho rebosaba la sangre que goteaba de encantamiento y de la alquimia con el líquido de los elementos, con el secreto de la mezcla, con el eterno diccionario de los verbos y los nombres, un corazón que hacía estallar los corceles del amor y del odio. Estaba en la caverna de las quimeras y la lucidez, en el fondo de las penas repitiendo su azora de alegría, buscando en la duda las tierras donde se unen los amantes, extendiendo los cielos como pórticos. Vivía y nacía en sus palabras: "Yatzil, corro hacia ti igual que un huérfano busca la prudencia de los viejos. Y juro que he de hacer un pañuelo de pestañas donde grabar poemas a tus ojos, donde escanciar un nombre-corazón que se extienda como una letanía. Tras tu destello azul navega mi corazón cual barca que el torrente desea. Y a él me ato, a ese torrente mar sin orillas, infinito e irresistible, en que cuentan las olas y la historia de la vida y la eternidad. Desde que se creó el frío y las puertas cerradas voy tendiendo la mano, como un ciego, buscando un muro o una mujer que me cobije. Yatzil, encontrarte me deja el corazón sin fuerzas y apretado, como cuando desea, tiene miedo, o hambre. Encontrarte me sacude. Encontrarte es un llanto. Te amo, con el amor brillante de los ojos que lloran, saciándose en la vista del amado. Y ahora, cuando la luna marcha hacia el abismo y la vida baila desnuda en su profunda alba, aunque te marches con la luz, tu sombra quedará en cada frase, sobre cada palabra, en cada recoveco de la idea. Mi fantasía será como un ala partida, y tristes mis canciones. Dejaré en las manos, hecha trozos, mi inocente esperanza." Y pasó que pasó que él no sabía que el llegar a sus pechos, dormir en las pestañas sobre el grito del gallo de la aurora en el reino del hechizo es un sueño primero que muere si no susurra el ruiseñor. ¿Y quién puede saber cuál es la senda hacia ese ruiseñor callado, cuando deambulan por los barrios los embalsamadores de cadáveres y llaman a las puertas, ofreciendo sus servicios a las mujeres?

Entonces ella dijo: "¿quién eres? El respondió: "no lo se". Y lloró. Frente a él se estiraba un desierto rojo. Se estiraba y estiraba hasta donde Dios quisiera cubrir el mapa con las cosas.


* Yatzil: Cosa amada en maya

La foto pertenece a la serie "Otros primeros días en México"


México. 9 de enero 2010

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