sábado, 30 de enero de 2010


Ya se que en la noche negra no podré evitar la muerte más negra que la noche. Por eso, aprenderé a amarla, sin temor, a amarla como te amé a tí, antes y después de la muerte. Iré a su encuentro —y al tuyo— sin quemaduras, después del inevitable fracaso de la huida.

Soy aún un hombre vivo que ha caminado mano a mano con la Naturaleza, pero solamente cuando esté muerto seré acogido en su belleza y su silencio. ¡Quisiera tanto vivir con el silencio y el pensamiento que nace dentro de él!, mas el mundo está loco loco: huye del silencio como si fuese la muerte.

Tú fuiste la pavorosa promesa del infinito, vivimos, nos consumimos en la danza de fuego de las caricias —las llamas se extendieron convirtiéndonos en bosques ardientes hasta quedar con nuestras urnas llenas de ceniza que lloraba— veloces lazos que capturaban las transformaciones del todo entre la belleza y la crueldad, entre lo efímero y la lenta destrucción, la cercanía del nacimiento y de la muerte. Así, la danza entre el dolor y la alegría, la pareja amorosa de la vida.

Y hoy, en esta celda solitaria mi amor crece, crece en el valle de las sombras, en el país de todas las fronteras, en las secas tierras arenosas del desierto, en el tiempo detrás de todos los tiempos. Mi amor brota ahora que la muerte lo ensombrece, llora dulcemente ahora que la vida y la muerte se unen. El crimen y la culpa, el platillo de la balanza de la lujuria y el sufrimiento: la añoranza del asesino por la pena cabalga como una pesadilla sobre su espalda.

Quise aprender a amar sin atar nudos, quise abrir el párpado escarchado, quise quedarme con mi flecha dentro de ti para que a través de tu crucifixión dieras a luz pequeños soles en tu regazo, quise mantener mi cuerpo como un arco firme junto al tuyo hasta que la plenitud del éxtasis nos lanzara, quise también conseguir la libertad que siempre monta sobre el pájaro del sueño, encerrado en la jaula de la realidad, y aunque tus caricias se quedan todavía conmigo, tú vives ya al otro lado del mundo. Navegamos en la misma nave pero nuestra nostalgia nos llevó a distintas metas y en la encrucijada tuve que decirte adiós.

Buscamos un sol para tocar, para arder con él, para llorar por él, para amar. Nos encontramos uno al otro muchas veces cuando volvíamos del paseo solar. Nuestras manos estaban quemadas, los labios perforados por estrellas. Aterradas se fueron las últimas aves del nido de los ojos, la vida que buscábamos estaba a punto de convertirse en nuestra muerte.

Muerte, al fin.

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