lunes, 30 de noviembre de 2009

Mis dos manos no mienten [1]


Me estalla la cabeza. Me pesa tener que mirar con lívidas ojeras. Mi mente se empeña en pensar cuando ni siquiera puede unir una idea a un pensamiento y todo es un torbellino que conduce al abismo oscuro de lo sinsentido.

Fuera, la lluvia golpea gota a gota los cristales con la infinita perseverancia de los ya tan repetidos sentimientos que van calando al cuerpo: las cotidianas agresiones, la culpa y la vergüenza, el amor y la violencia. El llanto que lágrima tras lágrima insiste en decirle al corazón: sigue luchando contra la muerte que se anuncia redentora.

Sólo tengo ganas de llegar y dormirme tranquilo entre los brazos tibios de la razón para volver luego a despertar en otro tiempo, en el lugar de los vivos.


(El tren va llegando a su destino, me lleva a casa, atraviesa un túnel y entonces, al salir al aire libre, atrás queda la lluvia y entre las nubes sale el sol).

domingo, 29 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [y 16]


Hay algo detrás de esa mirada a veces huidiza
que tengo que aprender
para descubrir mil cálidos haces devolviéndose a mis ojos.
Se que hay algo que tengo que encontrar detrás de tu perfil de finos labios,
promesa de besos escondidos salidos de lo hondo del cuerpo como alma.
Hallar un lenguaje secreto es necesario
para que pueda hablarle con gestos a tus manos
y ese algo que habita al otro lado de las palmas se traduzca en una caricia suave inacabable.

Por eso intento un nuevo verso cada día,
para atraparte en él,
forma egoísta de aprenderte, encontrarte y también traducirte a ti detrás de ti.

OLVIDARLO [15]


En el oasis de la vida humana, el árbol del amor se mece al viento. Hay un silencio de cristal. Tus ojos y mis ojos se contemplan y en la quietud crepuscular nos bebemos el alma lentamente, alargando las ganas del deseo.

Cae el sol y se esparce la luz por los cielos azulosos, infinitos y profundos, de forma que tu sombra fina se junta con mi sombra lánguida.

Tu piel tiene un resplandor color de miel y tus pupilas reflejan el agua del mar. Desnuda, en ellas se sumerge mi alma, con sed de amor y eternidad, con deseos inmensos de acabar para siempre con los días lúgubres, esos en que el alma gime bajo el dolor del mundo y acaso ni Dios mismo le pueda consolar.

Siento que a mi corazón dormido y ciego le ha llegado un gran soplo de esperanza. De simas no sondadas subo a las estrellas -yo que era un mendigo cósmico y mi inopia la suma de todos los voraces ayunos pordioseros-, te encuentro y para mi sed tienes agua, alimento para mi hambre, un rincón para mi sueño, la quietud para mi andanza.

Pienso que este cuadro de amor ha salido del fondo de la nada, el más soñado, tan fértil como en mayo el campo, que tiembla de pasión.

Toda tú te vuelvas sobre mí prolongándote fuera del tiempo y suenan tus palabras dentro de mi cuerpo con una intensidad que abrasa
-arda y no queme, sino alumbre todo-

Nos miramos y somos una larga sonrisa a cuatro labios. Nos besamos, y son besos del milagro, hondos -tanto, que llegan a morder al alma- dejando en el contacto, vibrando, la divina forma de la quimera.

Se hace de noche y todo se llena de murmullos, de perfumes y de música de alas, vagan en la sombra húmeda las luciérnagas más fantásticas y tú y yo volamos entre un deshojamiento de románticas rosas de luz, en un olvido eterno, mientras un laúd desgrana su inmortal serenata y llora un violín distante por amor, reina mía.

Volamos, desparramando en el aire matices y fulgores, como si a una señal, desbandados los átomos de todos sus colores, se diluyera en la oscuridad el argo iris para inundar el cielo.

sábado, 28 de noviembre de 2009


No importa el continuo traqueteo de trenes de ida y vuelta
no importa el retumbar de océano en oídos reventando
no importan dioses ni distancias
no importa, de tanto encontrarse, el desencuentro de almas que han sido abandonadas
no importa la lágrima que horada la dura piedra cotidiana
no importa el grito sordo ni la risa desatada
no importa acurrucarse en la vida solitaria del oscuro callejón
no importan los brazos extendidos que no aferran más que el aire vacío de esperanzas
no importa que la fiebre se cebe en los latidos del corazón ahogado en el agobio.

No importa de esto nada importa
si los ojos cansados que se encuentran
sienten que somos importantes.

jueves, 26 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [13]


Una luz explotó como supongo fue al principio.
Nos quedamos ciegos metidos sin saberlo
en la mirada de unos ojos encontrándose en los otros,
al tiempo que el abismo se abría en derredor.
Alargamos la mano
-como el ahogado que intenta asirse al aire-
para atrapar las cosas conocidas en cotidiana forma repetida.
Pero esta vez,
no era suficiente el largo de un brazo en el esfuerzo de estirarlo.
Quedaba el mundo lejos.
En cambio, lo que llamamos tú y yo eran un férreo abrazo interminable
sin dejar que entre los cuerpos el aire circulara.
Dos van haciendo entonces el camino irreversible que los lleva
sin remedio al peligroso túnel donde el lenguaje de los seres es el de las sensaciones,
esa forma
-la única quizás-
de entender totalmente sin palabras,
más allá de las palabras.
Laten los corazones desbocados,
la angustia se anuda en el estómago,
caen las lágrimas de miedo por el arco rosado de mejilla,
porque no valen las máscaras
cuando las almas se muestran ya desnudas para siempre.
Pende la vida de la duda:
volver atrás, caer en el abismo;
atravesar el túnel, buscar arriba en lo difícil por encima de todo horizonte de cautela:
volver derrotados a la cloaca de la vida,
buscar la posibilidad de lo imposible en un mundo distinto hecho de dos.

OLVIDARLO [12]


Quisiera a ras de labios, amiga mía,
escuchar el sonido cercano de tus venas
y ascender por ellas,
remontarme contra corriente molécula a molécula hasta llegar al corazón,
para ocupar allí un hueco
-aunque sea pequeño, no me importa-
y sentir más cerca, más,
el ensordecer latido retumbando acompasado al eco sordo de los míos.

Quisiera que la palma de la mano, amiga mía,
lebrel inquieto que sediento de tacto no contengo,
se quedase dormido infantilmente
entre los pliegues del aliento confundido con el aire cotidiano.

Quisiera convertir, amiga mía,
la fría lágrima de húmeda mirada enrojecida
en cálidos ojos descansando en los claros reflejos de la lluvia de tu pelo,
para que el tiempo pase sin fronteras,
exilando en otro mundo y dimensión la realidad y la mentira.
Hasta que un día, amiga mía,
todo sea caricias de besos y de tacto,
caricia de mirada vagando por tu luz.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [11]


Cansados de mirar, mis ojos
descubren a los tuyos en la belleza
inmensa de un rostro acostumbrado a dar
la hermosura de un gesto
que sube,
inconmensurable,
por los adentros de mi cuerpo
buscando alojarse en cada hueco
y trasmitir a la pesada sangre de la indiferencia
la inquietud de la vida.
Y en ese instante,
y después.
Ahora.
Siempre.
Te amo.
Quisiera entonces ser haz de luz,
recorrer el camino inverso de las ondas,
entrar por la hermosura que ma atrae
hasta encontrar un sitio sin retorno
desde el que repetir,
incansable...

lunes, 23 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [10]



¡Aleluya!: entonó un coro de ángeles elevando la múltiple voz al cielo.
Deberían ser seres celestiales porque unas pupilas se encontraron con un brillante rostro, el cuerpo levitó sin apariencia, recorrió un escalofrío el pecho y una lágrima asomó con perdida timidez por las ojeras.

¡Aleluya!: cantó el coro.

La mano en caricia se estiró y la voz quiso decir pero guardó silencio. La mirada aún no se había desviado y una lágrima aún no había llegado al fin de la mejilla. ¡Aleluya!: el coro continuaba.

El encuentro de los ojos no acababa. Decir que el tiempo se había detenido podría ser un tópico, mas ¿quién diría lo contrario?

¡Aleluya!: seguía subiendo el sonido incontenible.

Dos ojos y dos ojos. Dos cuerpos en uno queriendo convertirse. Uno ya. Y la mirada, aún no se había desviado.

OLVIDARLO [9]


Cuando descendían taciturnas las tristezas al fondo de mi alma, y entumecidas, haraposas brujas, con uñas negras escarbaban en mi vida, te sentí como en sueños, a mi lado, lánguida e impalpable forma clara, temiéndome que la brisa te llevara.

Te retengo a mi lado. Deseo retenerte.

Tú y yo somos como lámparas. ¿Ves?, alumbra en el alma una luz blanca, y aunque haya veces que nos digan: “Cuidado que corriendo no te quemes y el propio corazón se te alce en llamas”, yo grito: ¡Te amo!, mi esperanza inmortal no mira al suelo, porque viendo más que sombra en el camino sólo contempla el esplendor del cielo. Allí estás tú.

¿Sabes?, bien está que se viva y se muera el Sol, la Luna, la creación entera, salvo nuestros corazones, todo está bien. Por eso, a través de este vértice que crispa, a través de este ávido brillar, vuelo o me arrastro, soy un gusano enamorado de una chispa, o un águila seducida por un astro con nombre de mujer:

El tuyo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [8]


Cuando la tierra sobre mis cansados hombros pesa más que nunca, cuando desde las profundidades se le oye gemir alzando gritos, algo que antes no estaba aquí ha entrado por el espejo de mi cuarto.

Tiemblan incluso las estrellas. Siento que este ser finalmente llegado a mí viene rebosante de naturaleza, como un animal. Miro hacia el cielo y el azul se me mete por los ojos: estoy bañado en luz, a pesar de que dentro sueña un oscuro bosque milenario, ahí donde vive mi propio ser oculto, ese que anuncia su hambre por las noches, con aullidos.

¿Quién eres, que me atraes? Llevas fuego en la frente, manos de espuma marina o quizás invisible ropa cubierta de andrajos de cielo negro?

Miro al espejo fijamente, me miro a los ojos donde la mirada está tan sola, me interno en el abismo. Me siento desaparecer, ahora que ese ser ha transformado al espejo en río, en un trozo de agua corriente enmarcado y colgado en la pared, indeciso entre ser tiempo o espacio.

¿Cómo podría oponerme a esta fuerza? Se que sin dejar nada, nada por delante; cuando me detenga, al anochecer, el cielo se levantará entre las ruinas; la tormenta llegará como un borracho, tambaleándose, riéndose, tocando una fantástica música rota de organillo, una música capaz de despertar al mar dormido.

Allí estaré yo; llamando. Tal vez sea demasiado temprano, tal vez tenga demasiada prisa por dejarme llevar. Pero espero: en algún momento veré de cerca tu espléndida espalda movediza de astro mal dormido y entonces podrás, de verdad, comprender a mis ojos y mis manos; podrás sentir los pájaros teñidos de rojo que sin cesar renacen y los soles que duermen bajo mi humilde ropa, en el oscuro universo de mi cuerpo; y podrás ver, también, lo que los ojos no pueden, en lo hondo de mi lenta sustancia.

Algo me arrastra hacia ti, pero si tú te volvieras y al tiempo vinieras hacia mí, cantarías a mi tacto como una tensa cuerda de guitarra. Si vinieras hacia mí comprenderías que sólo existimos tú y yo y un único instante profundo. Lo demás, es sólo espuma en el agua azotada por la tormenta.

sábado, 21 de noviembre de 2009


Pero la frente al frío cristal y te busco. Estás en mí. Te busco. Me invade la melancolía, cruzando los brazos, fijando la mirada no se dónde, quizá clavando los ojos en el suelo, y me doy cuenta de que la lengua está trabada, sin saber cómo decir lo que ahora siento.

Me contento con besar al aire que hace poco te envolvía sin importarme el zumbido humano. Te busco. Allí estás, bajo el oculto cielo que un día te cubrirá de estrellas. Y yo, tejiendo sólo redes para apresar al viento.

Quisiera hablarte. La voz se funde y corre en laberintos, quebrando las cadenas que aprisiona el alma oculta de las armonías. Te digo -cuando el amor en mi pecho, como abeja, viene a libar dulzura- qué remotos están los corazones, pero juntos; que se ve la distancia, más no hay espacio. Entonces escucho en mi voz que dice: “De tal modo se amaron que una sola esencia los unía, enamorados; dos eran pero nunca divididos: allí el amor el número anulaba”.

Me alegro de escucharlo porque pienso que cuando uno al otro se dan vida no pueden separarse. Idénticos morimos y resurgimos, siendo, al fin, por este amor, como un misterio.

Te busco. Te sigo. Porque siguiéndote aprenderé a escuchar canciones de sirenas o evitar que nos hieran las envidias, descubriré qué viento es el que hace prosperar a un corazón honesto. “Si sabes ver las cosas singulares -dijo la voz interior- alcanzarás lo invisible, aunque debas cabalgar diez mil días, hasta que la vejez de nieve a los cabellos”.

Estás ahí, hermosa. Por tu Dios, guarda silencio y deja que te quiera, escribiendo sobre el infierno y cantándole al cielo con la esperanza de poseerlo, al fin, un día.

Se que el pájaro cruel está siempre en guardia, al acecho, para llevarse en un descuido al sueño que tengo en mis brazos; un sueño al que jamás ha de igualarse ningún otro aunque miren los ojos muy despiertos. Te busco. Te sigo, fuerte, alumbrándome con la luz de la mente, cual agua derramada, con la sed del amor, más honda todavía; por los vasos colmados del ardiente deseo; por el último sorbo matinal de tu llama.

Siéntate entonces tranquila en mi rodilla, deja que mi pecho sea tu morada, asómate a mis ojos, que me gustas. No te alejes. Una copa de vino nos espera. Brinda por mí tan sólo con tus ojos y te contestaré con mi mirada; o tal vez, en la copa pon un beso y no verás que en ella busque el vino, porque la sed que nace del alma para calmarse necesita otra bebida, pero incluso si el néctar de los dioses fuera el que me dieran, no quisiera cambiarlo por el tuyo.

Te busco. En tus ojos me miro. Vivamos. Vivamos los dos a los años sumando -aunque el amor no tiene estaciones ni climas ni horas días ni meses, que andrajos son del tiempo- hasta escribir sesenta veces siete, en nuestro reino. Este reino que nace cuando todo lo demás se va a la ruina, ese reino donde sólo nuestro amor no desfallece, sin ayer ni mañana, corriendo, mas nunca huyendo de nosotros. Ese reino en el que cuando suspiras no suspiras aire, sino mi alma misma, allí donde no existen otros dones salvo nosotros mismos, allí donde uno es cera y el otro llama ardiente, donde todo es más que abrazo.

Sí, eres lo mejor que hay en mí mismo. Y cuando amanezca, te diré buenos días, corazón despierto. Que los descubridores visiten nuevos mundos, pero tú y yo, deseemos un solo mundo: lo tenemos, lo somos. En este universo tú eres todos los estados del mundo y yo todos los príncipes.

Ahora, al terminar, me acostaré y no tardará en dormirme el viento murmurante.

¿Y si fuera esta la postrera noche del mundo?

Me dormiré con tu recuerdo, sabiendo que serás mi compañera en este viaje a la eternidad.

jueves, 19 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [6]


Vuelo alto hacia el encuentro desesperadamente lejos de este punto de alma vaga que no sabe qué hacer con tanta fuerza desatada tras su máscara severa, con tanta fuerza de las manos inquietas y el corazón rebotando en lo interior del cuerpo.

Vuelo alto desde lo terrible vivido a cada instante de estar solo en la corriente de los días nublados que avanzan arrasando lo que hallan a su paso.

Vuelo alto buscando la buena ruta de un tiempo misericorde capaz de despejar la pesada niebla amenazante.

Vuelo alto tras un único final repitiendo en cada batir de alas una devota oración para adorar al alma humana que aguarda junto al mar.

Vuelo alto y los sentidos quisieran cruzar el aire oscuro convertidos en amantes notas musicales repitiendo una y otra vez los sonidos más hermosos no escuchados todavía.

Vuelo alto, y a pesar de todo se escucha el largo lamento de la ausencia sin lenguaje, sin saber cómo llamar a su voz en grito para desde aquí llegar a ser oído.

Vuelo alto, vuelo sin escalas, oponiéndome al cansancio que se apodera del espacio en derredor.
Vuelo alto, vuelo hacia ti, mi alma destino y eterno futuro. Hasta ti, vuelo. Vuelo alto.

sábado, 14 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [5]



Vuelo.
Mis ojos te dan forma en la imagen voraz de la vehemencia
haciendo mía sin espera
tu piel suave poblada de misterios
Vuelo.
Buscando a los tuyos te llaman mis labios
y cobran vida en el susurro
los besos salidos de tu voz.
Vuelo.
Y veloz voy en pos del norte
que me lleve seguro al cálido seno de tu cuerpo
fundido en el abrazo.
Vuelo,
sí, vuelo.
Hacia ti tiendo mis manos
como alas piadosas que me impulsan
con la fuerza inagotable del deseo
que sólo tiene un nombre:
el tuyo.
Vuelo.
Voy.
Llego a ti.
Acepta entonces la ofrenda de mi cuerpo,
toma sin reparos este corazón
que de mi pecho acaban las manos de sacar.
Voy:
¿Cómo no ir a esos brillantes ojos de mar y su reflejo?
¿Cómo no decir sí a la llamada del rumor de voz, olas en el oído?
Voy:
Para mirarme en los labios de sal,
para hablarle a los ojos de arena.
Voy:
Para perderme y encontrarme en la inmensidad azul,
para ir y volver a ir al horizonte cual espuma de la orilla.
Voy:
aquí, y ahora,
voy.

OLVIDARLO [4]


Sale de mis ojos una lágrima profunda que abarca más que el trompeteo de un río desbordante. El cielo mira desde arriba y observa las aviesas sonrisas que esperan su momento antes de que finalmente los dardos de su ironías hieran en el corazón. Y como siempre, medio escondido entre las cenizas inconsolables, el silencioso e inalterable verdor de la muerte sonríe.

Mi lágrima es consciente de que a pesar de la rapidez y crueldad del día o de la terrible duración de la noche, los muertos pasean sin cuidado con las manos en los bolsillos. Mi lágrima sabe que estamos por siempre indecisos buscando la respuesta de la mente a alguna dudosa pregunta, inmersos en esta quizás imaginaria pero horrorosa esclavitud de la sangre, en esta vida que mata hasta la muerte.

Por eso, después de tantos años perdidos en el esfuerzo de abrirme paso a paso a través de una barrera imposible, podría ser apenas censurado -”te cansarás pronto de danzar solo con la luna, en un cielo sin su piel de naranja”- por esperar que algo suceda.

Y sucede:

Una paloma alza el vuelo frente a mí.

Y yo, todo lo que deseo es también tener alas para volar despreocupadamente por encima de las diversas ansiedades del alma, pero me digo, no, es mejor comenzar a andar y dejar que el ave, con sus energías, hable en mi nombre.

Entonces la paloma habla de otra ciudad, casi de otro país, donde existe una feliz carencia de desgracia, debido, al parecer, al hallazgo de algo, de una excitación.

La sigo.

Y encuentro la hospitalidad de un buen corazón como arma suficiente contra la fatalidad, encuentro el lugar de la confianza sensual de unos ojos delante de un aserto.

jueves, 12 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [3]


Cuando la luna alumbraba los vacíos, fatigado de mí mismo y enfermo de preguntar quién soy y qué debería ser, en la proa del barco, iba sobre el mar.

Yo soy el que anda solo, como un sobreviviente, no una afirmación, rodeado de trincheras de desprecio, hablo tan sólo porque debo y no me atrevo a esperar que se detengan a entenderme.
Miraba por todas partes y no había nada, sólo el agua y el cielo y el abismo. Y Leviatán haciendo hervir las olas, como si el mar quisiera encanecer y su corazón ocultar el barco, cual si estuviera en mano de ladrón.

El mar, como enterado de mi íntimo pavor, rugía, bramaba, hacía hervir, cual vasija, el abismo y parecía un crisol ardiendo. Las bestias terribles empujaban la nave, y los monstruos marinos esperaban el banquete. “¿Ha vuelto el diluvio a anegar la tierra y no puede ya verse sino el mar?, me pregunto. “¿Ya no hay hombres, ni pájaros, ni vida; ha sido el mundo todo aniquilado?”.
A través del aire las palabras caían llorando. Miré la guadaña espumosa del agua desgarrada y sonreí, con una sonrisa de incredulidad pensativa, como si hablara de vida a los muertos... pero sonreí. Y dije: “Mar, no aplaques tu bravura ni digas al océano que se seque. Que esas olas y el viento del oeste me llevan hasta el yugo del amor”.

Entonces, temblando, levanté el vuelo, eras mi gozo, y entre las nubes llegó tu canción, como el humo de los perfumes. Como un susurro decía: “Libérate del tiempo, como los pájaros se sacuden el rocío de la noche. Echa a volar, cual golondrina, para descargarte de tus culpas”.

“¡Quién me diera verle en un sueño, para siempre, sin despertar!”, dije. Tu nombre en el pensamiento al alba me despertaba y ante mi duermevela desplegaban tu grandeza. “¡Ah, si la aurora me trajera el viento que ha besado su boca y acariciado su cuerpo!”.

Mi corazón te contemplaba. Todas las estrellas te cantaban, porque sus resplandores te reflejaban a ti. Y volví a escuchar tu canción: “Debes responder tus preguntas donde en verdad pertenecen, renovarles el verdín y luego aspirar profundamente la belleza que no has advertido”.
El mar se había calmado, sólo él me separaba de tu imagen. Yo estaba de este lado, tú del otro, si bien me costaba distinguir los límites de nuestro plano. Por eso, aunque luego tuviera que partir con tristeza, desafinado, te dije: “Ven dulcemente, ven ahora, y déjame soñar que es verdad, y juega con mi pelo, y bésame la frente y di: “Amor mío, ¿por qué sufres?”. Ven cuando duerma y de día me sentiré bien. Porque entonces la noche pagará todo el desesperado anhelo del día. Y cuando lleguemos a la costa, deja que mi tierra bese tus muslos y que el perfume de mi vegetación silvestre te oriente hacia el borde de la conciencia. Deja que mis flores crezcan entre tus ojos, y que las raíces de mis árboles se entretejan alrededor de tus manos. Clava tus pies hondamente en mi suelo, pues sabré que extraerás tu alimento a través de mí.”.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [2]



Las piernas ya no me sostienen.
Me arrastro, no es un decir, por los pasillos subterráneos buscando con el gesto crispado de la desesperación el aire libre que entre al cuerpo.
Un oscuro túnel, no más, eso es la vida.
No hay salidas. Ni siquiera de emergencia.
Tengo seca la garganta y en ella se empastan las palabras de rabias que un día tuvieron que ser dichas.
Pesan los brazos como postes clavados en el fango.
Late con desgana el corazón ahogado por el aire denso y se adormece el río de las venas.
Piensa el cuerpo que es inútil respirar lo irrespirable, los ojos se cierran ante tanta atrocidad en derredor.
Un zumbido insoportable penetra en las frías oquedades del cerebro invadido por el amargo hedor de la náusea irreprimible.
Se crispan las manos asiéndose a la áspera rugosidad de las paredes levantadas como sombras para sostener el pleno edificio de la nada.
Pero al fin, cual reptil subo peldaño a peldaño la inmunda escalera hasta el infierno de calles que no tienen direcciones, allí, donde el techo oscuro de las nubes bajas aprisiona contra el suelo al cuerpo golpeado por infinitas gotas desgarradas.
Me calan las lágrimas del cielo uniéndose a las mías.

Entonces me doy cuenta: vienes a mí desde la ausencia como lluvia que no cesa, para decirme que estoy vivo.
Levanto la cabeza, la vista al horizonte y avanzo
-un paso decidido y otro paso-
el cuerpo erguido sin descanso,
buscándote,
hasta encontrarte

OLVIDARLO




Olvidarlo todo sería buena idea, quizás.
Y volver a empezar.
Podrías darte cuenta de que ya no se puede seguir perdiendo el tiempo que se escapa sin vivir.
Podrías darte cuenta de que está Ella allí, que ha venido, y preguntarle de una vez si es para quedarse.
Olvidarlo todo sería buena idea, recordando, quizás, que eso que llamas amor no es más que el gran juego de un gran prestidigitador que lo maneja todo, tan rápido, que es imposible seguirle el movimiento.
Al final, te darás cuenta de que todo lo visto no era más que una ilusión.
Y a pesar de todo, volverás a verle una y otra vez, esperando la oportunidad de descubrir el truco.
Volverás:
a pesar del pasado, a pesar del presente, a pesar del futuro agorero de finales antes de principios.

CENIZA CARMESÍ


Desde las cuatro esquinas del mundo, mordidas por la lluvia y el fuego, desde donde empiezan los vientos y las nieblas nacen con hijos de bruma, hablo con palabras, aunque tengo que tener cuidado porque están hechas de sílabas y las sílabas están hechas de aire y el aire ¡es tan ligero!

Voy a comenzar a hablar y oigo una voz que me interrumpe, una voz que me susurra, me provoca:

— Cuenta, cuenta más -—me dice-— no te creerán una sola palabra de lo que escribas, que les gustará oír tu cháchara, no más que un hato de mentiras.

Yo me hago el distraído, miro el reloj como si a una cita fuera a llegar tarde, y veo que todas las ruedas están gastadas, que marchan lentamente y los resortes están fijos. Compruebo que sigue funcionando, pero da las horas equivocadas.

Mi alma se siente molesta y emite un gemido, como el viento de otoño en la copa solitaria de los árboles, mientras el arco de un violín se desliza sobre una cuerda y una larga nota se estremece en el aire, y luego, corre rápidamente sobre todas las cuerdas altas, agitándose desenfrenadamente.

— Hazme caso —dice la voz— porque yo sé todo lo del cielo, he hablado con Dios. Chapoteo en la sangre y las entrañas de lo terrible. Conozco la apasionada captación de la belleza y la maravillosa rebelión del hombre entre todos los letreros que dicen "No pasar".¿Quién eres? —pregunto sorprendido; pero sólo el silencio recibo por respuesta— ¿Quién eres? -repito la pregunta.

— ¿Y tú, sabes quien eres? —me dice la voz.

— Yo soy un lobo con colmillos dispuestos a desgarrar y una lengua roja para la sangre caliente.

— Yo, de alguna manera, tengo la tarea de ocuparme de todos los que están cansados de vivir -dice la voz.

Entonces siento un escalofrío recorriéndome el cuerpo, siento miedo, mucho miedo. Y me pongo a edificar un alto muro que me aleje de todo.

— Cubridme con crepúsculos, polvo y sueño. Cubridme y dejadme solo —digo.

Pero de repente, me doy cuenta que en esta madriguera donde no llegan los mensajeros del sol y no vive ningún perro, a mi alma y corazón asedian grises reptiles.
— ¿Tú, puedes ayudarme, quizás? -vuelvo a preguntar a la voz.

— Estoy buscando un enterrador que canturree una canción de cuna y mueva los pies en un veloz y místico baile que se ve y no se ve —dice.

El alto muro de poco me sirve, me separa del resto del mundo pero a través de él puede pasar la muerte, la lluvia y el mañana. Aquí siempre es de noche, noche que gasta la vida, duermo y al liberar mis ojos del sueño ya no encuentran nada.

A todo esto, he olvidado lo que iba a decir. Ignoro las palabras. Estoy en la edad de los exploradores de jeroglíficos y alfabetos, con el guiño imbécil de los supervivientes que no pueden ya extrañarse. Flota la herrumbre en el aire. Soy un vacío perfecto.

— ¡Eh, tú, voz! ¿Puedes decirme quién ha construido el mundo sobre un terreno que se hunde? —grito, y al hacerlo levanto la vista al cielo y veo como un anillo grande de luz, infinita, tan sosegado como refulgente. Y veo también el tiempo, que como una vasta sombra se mueve guiado por estrellas.

La luz es un rostro hermoso de mujer. Arriba está. Lleno de gozo me pongo a quererla. Arde el amor, puro, tomándose todo el tiempo necesario, la vida entera, hasta el momento inevitable en que debe irse apagando. Pero aún así, queda una ceniza carmesí y ninguno de los vientos variables que azotan la hierba y ninguna de las lluvias que golpean el polvo saben tocar ni encontrar ese destello brillante.

— Decidme —dice la voz-— decidme si los amantes pierden, decidme si hay alguien que gane más que los amantes, en el polvo.

— ¿Quién eres, dinos al fin quién eres? —volvemos a preguntar, juntos, mi amada y yo, convertidos ya en ceniza carmesí.

— Mi nombre es la verdad —dice la voz-— y soy el preso más esquivo del Universo.