Cuando la luna alumbraba los vacíos, fatigado de mí mismo y enfermo de preguntar quién soy y qué debería ser, en la proa del barco, iba sobre el mar.
Yo soy el que anda solo, como un sobreviviente, no una afirmación, rodeado de trincheras de desprecio, hablo tan sólo porque debo y no me atrevo a esperar que se detengan a entenderme.
Miraba por todas partes y no había nada, sólo el agua y el cielo y el abismo. Y Leviatán haciendo hervir las olas, como si el mar quisiera encanecer y su corazón ocultar el barco, cual si estuviera en mano de ladrón.
El mar, como enterado de mi íntimo pavor, rugía, bramaba, hacía hervir, cual vasija, el abismo y parecía un crisol ardiendo. Las bestias terribles empujaban la nave, y los monstruos marinos esperaban el banquete. “¿Ha vuelto el diluvio a anegar la tierra y no puede ya verse sino el mar?, me pregunto. “¿Ya no hay hombres, ni pájaros, ni vida; ha sido el mundo todo aniquilado?”.
A través del aire las palabras caían llorando. Miré la guadaña espumosa del agua desgarrada y sonreí, con una sonrisa de incredulidad pensativa, como si hablara de vida a los muertos... pero sonreí. Y dije: “Mar, no aplaques tu bravura ni digas al océano que se seque. Que esas olas y el viento del oeste me llevan hasta el yugo del amor”.
Entonces, temblando, levanté el vuelo, eras mi gozo, y entre las nubes llegó tu canción, como el humo de los perfumes. Como un susurro decía: “Libérate del tiempo, como los pájaros se sacuden el rocío de la noche. Echa a volar, cual golondrina, para descargarte de tus culpas”.
“¡Quién me diera verle en un sueño, para siempre, sin despertar!”, dije. Tu nombre en el pensamiento al alba me despertaba y ante mi duermevela desplegaban tu grandeza. “¡Ah, si la aurora me trajera el viento que ha besado su boca y acariciado su cuerpo!”.
Mi corazón te contemplaba. Todas las estrellas te cantaban, porque sus resplandores te reflejaban a ti. Y volví a escuchar tu canción: “Debes responder tus preguntas donde en verdad pertenecen, renovarles el verdín y luego aspirar profundamente la belleza que no has advertido”.
El mar se había calmado, sólo él me separaba de tu imagen. Yo estaba de este lado, tú del otro, si bien me costaba distinguir los límites de nuestro plano. Por eso, aunque luego tuviera que partir con tristeza, desafinado, te dije: “Ven dulcemente, ven ahora, y déjame soñar que es verdad, y juega con mi pelo, y bésame la frente y di: “Amor mío, ¿por qué sufres?”. Ven cuando duerma y de día me sentiré bien. Porque entonces la noche pagará todo el desesperado anhelo del día. Y cuando lleguemos a la costa, deja que mi tierra bese tus muslos y que el perfume de mi vegetación silvestre te oriente hacia el borde de la conciencia. Deja que mis flores crezcan entre tus ojos, y que las raíces de mis árboles se entretejan alrededor de tus manos. Clava tus pies hondamente en mi suelo, pues sabré que extraerás tu alimento a través de mí.”.