miércoles, 11 de noviembre de 2009

OLVIDARLO [2]



Las piernas ya no me sostienen.
Me arrastro, no es un decir, por los pasillos subterráneos buscando con el gesto crispado de la desesperación el aire libre que entre al cuerpo.
Un oscuro túnel, no más, eso es la vida.
No hay salidas. Ni siquiera de emergencia.
Tengo seca la garganta y en ella se empastan las palabras de rabias que un día tuvieron que ser dichas.
Pesan los brazos como postes clavados en el fango.
Late con desgana el corazón ahogado por el aire denso y se adormece el río de las venas.
Piensa el cuerpo que es inútil respirar lo irrespirable, los ojos se cierran ante tanta atrocidad en derredor.
Un zumbido insoportable penetra en las frías oquedades del cerebro invadido por el amargo hedor de la náusea irreprimible.
Se crispan las manos asiéndose a la áspera rugosidad de las paredes levantadas como sombras para sostener el pleno edificio de la nada.
Pero al fin, cual reptil subo peldaño a peldaño la inmunda escalera hasta el infierno de calles que no tienen direcciones, allí, donde el techo oscuro de las nubes bajas aprisiona contra el suelo al cuerpo golpeado por infinitas gotas desgarradas.
Me calan las lágrimas del cielo uniéndose a las mías.

Entonces me doy cuenta: vienes a mí desde la ausencia como lluvia que no cesa, para decirme que estoy vivo.
Levanto la cabeza, la vista al horizonte y avanzo
-un paso decidido y otro paso-
el cuerpo erguido sin descanso,
buscándote,
hasta encontrarte

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