
Desde las cuatro esquinas del mundo, mordidas por la lluvia y el fuego, desde donde empiezan los vientos y las nieblas nacen con hijos de bruma, hablo con palabras, aunque tengo que tener cuidado porque están hechas de sílabas y las sílabas están hechas de aire y el aire ¡es tan ligero!
Voy a comenzar a hablar y oigo una voz que me interrumpe, una voz que me susurra, me provoca:
— Cuenta, cuenta más -—me dice-— no te creerán una sola palabra de lo que escribas, que les gustará oír tu cháchara, no más que un hato de mentiras.
Yo me hago el distraído, miro el reloj como si a una cita fuera a llegar tarde, y veo que todas las ruedas están gastadas, que marchan lentamente y los resortes están fijos. Compruebo que sigue funcionando, pero da las horas equivocadas.
Mi alma se siente molesta y emite un gemido, como el viento de otoño en la copa solitaria de los árboles, mientras el arco de un violín se desliza sobre una cuerda y una larga nota se estremece en el aire, y luego, corre rápidamente sobre todas las cuerdas altas, agitándose desenfrenadamente.
— Hazme caso —dice la voz— porque yo sé todo lo del cielo, he hablado con Dios. Chapoteo en la sangre y las entrañas de lo terrible. Conozco la apasionada captación de la belleza y la maravillosa rebelión del hombre entre todos los letreros que dicen "No pasar".¿Quién eres? —pregunto sorprendido; pero sólo el silencio recibo por respuesta— ¿Quién eres? -repito la pregunta.
— ¿Y tú, sabes quien eres? —me dice la voz.
— Yo soy un lobo con colmillos dispuestos a desgarrar y una lengua roja para la sangre caliente.
— Yo, de alguna manera, tengo la tarea de ocuparme de todos los que están cansados de vivir -dice la voz.
Entonces siento un escalofrío recorriéndome el cuerpo, siento miedo, mucho miedo. Y me pongo a edificar un alto muro que me aleje de todo.
— Cubridme con crepúsculos, polvo y sueño. Cubridme y dejadme solo —digo.
Pero de repente, me doy cuenta que en esta madriguera donde no llegan los mensajeros del sol y no vive ningún perro, a mi alma y corazón asedian grises reptiles.
— ¿Tú, puedes ayudarme, quizás? -vuelvo a preguntar a la voz.
— Estoy buscando un enterrador que canturree una canción de cuna y mueva los pies en un veloz y místico baile que se ve y no se ve —dice.
El alto muro de poco me sirve, me separa del resto del mundo pero a través de él puede pasar la muerte, la lluvia y el mañana. Aquí siempre es de noche, noche que gasta la vida, duermo y al liberar mis ojos del sueño ya no encuentran nada.
A todo esto, he olvidado lo que iba a decir. Ignoro las palabras. Estoy en la edad de los exploradores de jeroglíficos y alfabetos, con el guiño imbécil de los supervivientes que no pueden ya extrañarse. Flota la herrumbre en el aire. Soy un vacío perfecto.
— ¡Eh, tú, voz! ¿Puedes decirme quién ha construido el mundo sobre un terreno que se hunde? —grito, y al hacerlo levanto la vista al cielo y veo como un anillo grande de luz, infinita, tan sosegado como refulgente. Y veo también el tiempo, que como una vasta sombra se mueve guiado por estrellas.
La luz es un rostro hermoso de mujer. Arriba está. Lleno de gozo me pongo a quererla. Arde el amor, puro, tomándose todo el tiempo necesario, la vida entera, hasta el momento inevitable en que debe irse apagando. Pero aún así, queda una ceniza carmesí y ninguno de los vientos variables que azotan la hierba y ninguna de las lluvias que golpean el polvo saben tocar ni encontrar ese destello brillante.
— Decidme —dice la voz-— decidme si los amantes pierden, decidme si hay alguien que gane más que los amantes, en el polvo.
— ¿Quién eres, dinos al fin quién eres? —volvemos a preguntar, juntos, mi amada y yo, convertidos ya en ceniza carmesí.
— Mi nombre es la verdad —dice la voz-— y soy el preso más esquivo del Universo.
Voy a comenzar a hablar y oigo una voz que me interrumpe, una voz que me susurra, me provoca:
— Cuenta, cuenta más -—me dice-— no te creerán una sola palabra de lo que escribas, que les gustará oír tu cháchara, no más que un hato de mentiras.
Yo me hago el distraído, miro el reloj como si a una cita fuera a llegar tarde, y veo que todas las ruedas están gastadas, que marchan lentamente y los resortes están fijos. Compruebo que sigue funcionando, pero da las horas equivocadas.
Mi alma se siente molesta y emite un gemido, como el viento de otoño en la copa solitaria de los árboles, mientras el arco de un violín se desliza sobre una cuerda y una larga nota se estremece en el aire, y luego, corre rápidamente sobre todas las cuerdas altas, agitándose desenfrenadamente.
— Hazme caso —dice la voz— porque yo sé todo lo del cielo, he hablado con Dios. Chapoteo en la sangre y las entrañas de lo terrible. Conozco la apasionada captación de la belleza y la maravillosa rebelión del hombre entre todos los letreros que dicen "No pasar".¿Quién eres? —pregunto sorprendido; pero sólo el silencio recibo por respuesta— ¿Quién eres? -repito la pregunta.
— ¿Y tú, sabes quien eres? —me dice la voz.
— Yo soy un lobo con colmillos dispuestos a desgarrar y una lengua roja para la sangre caliente.
— Yo, de alguna manera, tengo la tarea de ocuparme de todos los que están cansados de vivir -dice la voz.
Entonces siento un escalofrío recorriéndome el cuerpo, siento miedo, mucho miedo. Y me pongo a edificar un alto muro que me aleje de todo.
— Cubridme con crepúsculos, polvo y sueño. Cubridme y dejadme solo —digo.
Pero de repente, me doy cuenta que en esta madriguera donde no llegan los mensajeros del sol y no vive ningún perro, a mi alma y corazón asedian grises reptiles.
— ¿Tú, puedes ayudarme, quizás? -vuelvo a preguntar a la voz.
— Estoy buscando un enterrador que canturree una canción de cuna y mueva los pies en un veloz y místico baile que se ve y no se ve —dice.
El alto muro de poco me sirve, me separa del resto del mundo pero a través de él puede pasar la muerte, la lluvia y el mañana. Aquí siempre es de noche, noche que gasta la vida, duermo y al liberar mis ojos del sueño ya no encuentran nada.
A todo esto, he olvidado lo que iba a decir. Ignoro las palabras. Estoy en la edad de los exploradores de jeroglíficos y alfabetos, con el guiño imbécil de los supervivientes que no pueden ya extrañarse. Flota la herrumbre en el aire. Soy un vacío perfecto.
— ¡Eh, tú, voz! ¿Puedes decirme quién ha construido el mundo sobre un terreno que se hunde? —grito, y al hacerlo levanto la vista al cielo y veo como un anillo grande de luz, infinita, tan sosegado como refulgente. Y veo también el tiempo, que como una vasta sombra se mueve guiado por estrellas.
La luz es un rostro hermoso de mujer. Arriba está. Lleno de gozo me pongo a quererla. Arde el amor, puro, tomándose todo el tiempo necesario, la vida entera, hasta el momento inevitable en que debe irse apagando. Pero aún así, queda una ceniza carmesí y ninguno de los vientos variables que azotan la hierba y ninguna de las lluvias que golpean el polvo saben tocar ni encontrar ese destello brillante.
— Decidme —dice la voz-— decidme si los amantes pierden, decidme si hay alguien que gane más que los amantes, en el polvo.
— ¿Quién eres, dinos al fin quién eres? —volvemos a preguntar, juntos, mi amada y yo, convertidos ya en ceniza carmesí.
— Mi nombre es la verdad —dice la voz-— y soy el preso más esquivo del Universo.


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