
Estrella, deja ya de atravesar los barrotes de mi celda. Deja, estrella, de abarcar el espacio de esta cárcel donde nada crece. Deja ya de entrar por la cruz de la ventana y hacer que en las cenizas brillen los pedazos rotos de una botella.
Estrella, si no puedes traer a este lugar más que tu carroña, vete de aquí.
No sé por qué te imploro, ¿a mí de qué me sirve decírtelo si tú no lo entiendes?
Quiero dejar atrás todos los recuerdos curiosos que vienen con conchas y huracanes, los olores y las miradas. Estoy aquí donde sólo puedo ver, impasible, sin parpadear, el fin inevitable. No vale ya protestar ente el Ángel de la Muerte que va callado a la boca del infierno a buscar mi tarjeta de identificación. Estoy aquí, herido por los puñales de la sinrazón, defendiéndome, como lo he estado siempre, de las tormentas, del sol, luchando contra las mareas, contra las crecidas del mar, contra la debilidad de mis propias manos, contra la creciente fuerza de la pasión, contra el viento, contra las piedras, contra mi propio juicio.
¿Cómo decirte, estrella, qué es lo que yo siento? Quiero desviar todos mis sentidos a un propósito frío como hielo, no quiero vivir ya el terrible derretirse de las rodillas hasta volverse gelatina y desesperación.
¿Sabes?, hubiera sido suficiente saber que nunca nunca nunca llegaría la paz como llega el sol en las cálidas islas. ¿Tú sabes cómo las muchachas retozan riendo en el parque, de noche, cuando deberían estar en casa acostadas? Es lo mismo conmigo.
Pero debajo de los susurros de estas noches marinas hay otro más tenebroso que la muerte inventa especialmente para hombres como yo.


No hay comentarios:
Publicar un comentario