
Estoy desde hace horas mirando la pared de mi celda fijamente. La noche se hace hábito en la casa de la profundidad, cavidad sin mapa. La luz es obscena.
Miro la pared de la celda y me pregunto qué tipo de bestia suave, qué consumo de piel emponzoñada alimenta el péndulo del día, las horas que como estrellas se congelan. La noche es como un hueco y siento el terrible azoramiento de sentirme yo y no explicarme.
Miro la pared de la celda y, repito, siento el vacío, el vacío que sucede a criaturas como tú. Podría quizás escribirte una carta aunque el viento revuelva las páginas a medio leer. Podría escribir. "Estoy enfermo, enfermo por lo que he hecho. Me siento como si tuviera cien años... Mi suerte se está extinguiendo. Por favor, hagan lo que puedan por mí...". Pero, no existiría la muerte si todo pudiera ser de nuevo y a veces creo en lo inútil de pensar que si se abriera la puerta nada se fugaría, que todas las cosas volverían, serían de nuevo ellas en la celda encendida, todas las cosas viejas y sucias, revueltas bajo el polvo.
Miro la pared de la celda y la luz de fuera trae zumbidos y el sonido de aguas que despiertan. Siento que mi garganta —yo, que hablo como a martillazos— está llena de silencio y que ahora también está llena de muerte. No soy más que un pobre diablo cansado de tanto arrojar piedras, de horadar, de estar colérico de tanto callar y morir, de tanto meditar, de tanto revivir. Por eso, en un momento de absoluta normalidad, debería comenzar a hablar, cuerdamente como un loco, de todo lo que tengo ganas de hablar y, a lo mejor el mundo se llena de cosas nuevas, las cosas viejas se vuelven nuevas, las cosas nuevas se vuelven más viejas y más nuevas.
Pero miro la pared de la celda y pienso que la inmensidad cabe en la punta de un alfiler y mi alma sólo conoce al monstruo que hunde su distancia por mis ojos. ¿Sabes?, enemigo que amo, tú que estás en la quemante aurora de mi memoria: morir es caminar por tus abismos. Quiero reconstruirte con mis manos que sin embargo tocan el vacío: esta noche es más larga que otras noches.
Miro la pared de la celda y quisiera que mi cuerpo pudiera deshacerse en el camastro. Me pregunto: ¿desde cuándo se pierde lo perdido? Eres clara y oscura como la lluvia que reina en la ciudad. Tus ojos —todavía me arde la cara de su fuego— se detienen en un punto movedizo entre la estación del amor y un tiempo imprevisible y tu nombre, escrito en aguas como el mar no termina: tu llameante nombre sigue en llamas como una rosa sobre el mar.
Miro la pared de la celda y siento el miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente. Quisiera empujar la noche con las palabras. Me gustaría emancipar los pájaros del sueño y que tú y yo habláramos como dos que en secreto comparten una promesa, escogidos uno al otro como frutas, como verdades en la luz: amarse mientras vivan, y más aún después, cuando esperen perdidos la hora de llegar a reunirse en las edades que, a sabiendas, uno tras otro, recorrieran, solos, del monte al valle, hasta el mar, buscándose.
Miro la pared de la celda. Mi pasión, o tal vez mi nostalgia no bastan para darte vida. Te escribo entonces, con las mismas manos de acariciarte, con las mismas manos que te han mostrado la cara cruel de la violencia, con las manos que llevan las viejas promesas que no prometen absolutamente nada. Y esto quedará como un texto más en la tiniebla, como el ruido de palabras del viento que me arrastra entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí y qué es aquí, y la esperanza de que las cosas puedan ser diferentes, serán diferentes. Tú y yo hemos sido la historia y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos sido la luz, como hoy formamos parte del presente. Pero como aves de rapiña los días negros se abalanzaron sobre nosotros arrancándonos el sosiego. Desprevenidos como estábamos nada pudimos hacer, ni exhalar un gemido, porque habían mutilado nuestra lengua hasta trocarla en un guiñapo inútil. Con su pico fétido nos desgarraron el pecho exponiendo el corazón al más atroz de los suplicios.
Miro la pared de la celda: un ángel anuncia algo que me estremece porque nunca sucederá. Nosotros estuvimos tan fieramente despiertos que no dejamos lugar sino para la vida, para que hirvieran todos esos actos calificados como bestiales. ¿No crees que la vida sigue siendo la parte más hermosa de la muerte? Claro que ninguna placa recordará nuestro fuego, ninguna estatua gloriosamente impúdica nos hará honor, ni un atento cronista y mucho menos biógrafo dudoso reconocería siquiera a ciencia incierta las huellas que dejaron las dos sombras con su extraño amor.
Miro la pared de la celda. ¡Si pudiera sentir el corazón golpear tanteando, solo, el corazón como una melodía o un ladrido! Tengo a cada instante una mayor urgencia, un más vasto apetito, aunque todos los vasos están rotos tras la última clarinada en que se vino abajo el corazón: nuestros tiempos no coincidían.
Miro desde hace horas la pared de la celda. Cuando tú la atravieses, ¿qué voy a responderte? Quizás me digas que no quieres saber nada del infierno, pero resulta que ambos somos responsables de los crímenes más justos, de las más bellas mentiras. Yo te diría aférrate tú aquí sobre mis labios, chupa la última sangre del solitario. Déjame sin ella, sin los remordimientos, en el hueso que anuncia la muerte, ave negra, buitre de mi memoria. Piensa en nosotros, aquí, bajo la luz amarillenta, bajo el dolor del cielo. Aquí, entre el atormentado descubrimiento del placer, la gloria eléctrica de los cuerpos y las penas, el temor de hacerlo mal, de ir a hacerlo mal, y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer por un hombre, tú y yo.
Miro la pared de la celda y la noche se estira lentamente cubriendo la ciudad, gran sepulcro de calles estrechas como ataúdes, donde rondan las sombras que danzan.
Miro la pared de la celda y te digo: nuestra historia es así, termina con finales desesperadamente diversos.
Miro largamente la pared. Esta noche saldrás de ella a pedirme el corazón nuevamente, a cobrar tus honorarios, a preguntarme.


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