
Negra es la noche. Las horas se deslizan. Estás ausente y me despierto sobresaltado, temblando de miedo, desde la planta del pie hasta la coronilla la mente envenenada. Voy camino de las puertas de la muerte atado de pies y manos.
Mi corazón se está muriendo, aunque vivo. ¿Pero de qué le sirve vivir si estoy flotando a la deriva, seco de sed y quemándome por el fuego del deseo?
No tiene ningún sentido que lleve sobre mi cabeza una carga de orgullo y vanidad. He enloquecido, y en mi alma se revela lo que está escondido: la luna brilla dentro de mi cuerpo, pero mis ojos ciegos no pueden verla; la luna está dentro de mí y también el sol. El tambor de la eternidad que nadie toca suena dentro de mí, pero mis oídos sordos no pueden oírlo.
Estás en la otra orilla y el barco está roto. Y yo sigo aquí a este lado del océano, zarandeado por las olas sin ningún propósito. Las nubes se amontonan en el cielo y se escucha la profunda voz de su rugir.
— La cerradura del error mantiene la puerta cerrada; ábrela con la llave del amor —me dice una voz— El pájaro de lluvia gime de seda; y aunque casi se muere de anhelo, no aceptaría otra agua que la del cielo.
Entonces, desde más allá de lo infinito viene lo infinito y desde él tú te extiendes otra vez corpórea finita, cisne.
— ¿De qué tierra vienes y a qué orilla vuelas? —te pregunto— Dime, dime si hay una tierra donde ni la duda ni la pena reinen, donde no exista el Terror de la Muerte, donde viva la primavera, señora de las estaciones, donde suene por sí misma la música no tocada, allí donde no cese el juego del placer y del dolor.
Tiendo mi mano hacia tí y mi cuerpo conoce el Universo cuando tu luz me invade entero. Se oye el rítmico latir de la vida y de la muerte —no hay separación entre ellas, la mano derecha y la izquierda son una y la misma— el éxtasis se desborda, se satisface la sed de los cinco sentidos y todo el espacio está radiante: lo interior y lo exterior se vuelve un solo cielo, lo infinito y lo finito se han unido. ¡Me encuentro embriagado con la visión de ese Todo!
— No hagas más el papel de loco -me dice la voz- pues la noche oscurece deprisa.
Mi corazón se está muriendo, aunque vivo. ¿Pero de qué le sirve vivir si estoy flotando a la deriva, seco de sed y quemándome por el fuego del deseo?
No tiene ningún sentido que lleve sobre mi cabeza una carga de orgullo y vanidad. He enloquecido, y en mi alma se revela lo que está escondido: la luna brilla dentro de mi cuerpo, pero mis ojos ciegos no pueden verla; la luna está dentro de mí y también el sol. El tambor de la eternidad que nadie toca suena dentro de mí, pero mis oídos sordos no pueden oírlo.
Estás en la otra orilla y el barco está roto. Y yo sigo aquí a este lado del océano, zarandeado por las olas sin ningún propósito. Las nubes se amontonan en el cielo y se escucha la profunda voz de su rugir.
— La cerradura del error mantiene la puerta cerrada; ábrela con la llave del amor —me dice una voz— El pájaro de lluvia gime de seda; y aunque casi se muere de anhelo, no aceptaría otra agua que la del cielo.
Entonces, desde más allá de lo infinito viene lo infinito y desde él tú te extiendes otra vez corpórea finita, cisne.
— ¿De qué tierra vienes y a qué orilla vuelas? —te pregunto— Dime, dime si hay una tierra donde ni la duda ni la pena reinen, donde no exista el Terror de la Muerte, donde viva la primavera, señora de las estaciones, donde suene por sí misma la música no tocada, allí donde no cese el juego del placer y del dolor.
Tiendo mi mano hacia tí y mi cuerpo conoce el Universo cuando tu luz me invade entero. Se oye el rítmico latir de la vida y de la muerte —no hay separación entre ellas, la mano derecha y la izquierda son una y la misma— el éxtasis se desborda, se satisface la sed de los cinco sentidos y todo el espacio está radiante: lo interior y lo exterior se vuelve un solo cielo, lo infinito y lo finito se han unido. ¡Me encuentro embriagado con la visión de ese Todo!
— No hagas más el papel de loco -me dice la voz- pues la noche oscurece deprisa.


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