
Extendí mis cabellos sobre sus rodillas, cerrando los ojos, dejándolo aspirar mi olor a arroyuelos, a tierra y moras silvestres.
Te amo, le dije, y huelo a primavera, ese olor es de carne firme, de sangre nueva. Te amo con toda mi juventud, te amo.
Y recuerdo cuando venía a mí, con pasos lentos, yo dispuesta a acogerle, sin el valor siquiera de levantar los ojos, pero siento que me asaltan los labios su sabor de violeta y el aire que me rodea.
Bésame, bésame las manos. Sí, estoy loca, porque voy con la dulzura y cuando salga la luna bajo las hojas del laurel, amémonos. Amémonos mirando nuestro idilio frente al prado dormido, mientras se aman las luciérnagas con estremecimientos breves como destellos.
Así, de la mano, descalzos, desnudos, con el cabello al viento y el cuerpo en la caricia, amémonos, seamos felices con el goce sencillo, porque somos jóvenes y estamos llenos de amor.
Quítame esta ropa con olor a huerto. Ninguna mujer te dará este olor a amor agreste, porque en mis armarios guardo frutas maduras para ti. Ven, ven a mi lecho, trae los efluvios ardorosos para que mi joven carne de ellos se impregne. Amor, ven a mi lecho. Tómame. Ahora que es temprano, ahora que mis labios lo desean, ahora, no más tarde, antes de que anochezca y las rosas se marchiten. Tómame hoy y no mañana. Ya ves que no llevo ni una joya esta noche. Sin aros ni sedas, y en mi boca pálida florece mi beso que guarda tu boca y mis manos se alargan buscando el deseo.
Tómame amante, que siento la luz de un amor salvaje que me encanta y sobrecoge de voluptuosidad, de placer infinito, dulce y desconocido. Estoy ebria de ti, amante, flexible de gozo.
Sí, que inmensa fatiga me derriba.


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