
Sí, por ti haría cualquier cosa. Nuestro primer encuentro en aquella cama de la maternidad fue tímido y contradictorio, me parecía que todas las demás, las otras madres que estaban en la habitación querían más a sus hijos que yo a ti, a veces me reprochaba el haberte traído al mundo, pensaba en el embarazo y me echaba a llorar. ¿Sabes?, antes del parto pensaba que podía ser una buena madre, después ya no estaba tan segura, creía que el cariño maternal tenía que brotar como un extraño fenómeno de la naturaleza justo en el momento en que nacieras .
Todos me lo habían dicho, incluso Patricia, Vicki, Paola, que ya tenían hijos. Y tú, eras distinto a como te había imaginado, a pesar de que de verdad quería un niño.
Creí que mi hijo sería el más hermoso, el más bonito, más bonito que los sonrosados y sonrientes críos de los anuncios, pero eras pequeño, frágil, me pareció incluso que tenías menos personalidad.
Me inquietabas. Mi atención en ti era constante y sentía que no percibía nada a cambio, me entristecía verte indefenso pero al mismo tiempo eras un extraño, me daba cuenta de que te observaba de forma impersonal, como se mira a un desconocido.
Me daba miedo, porque estaba adoptando actitudes demasiado críticas frente a ti, que si tu cara no me gustaba, que si la nariz era demasiado grande.
Había comenzado una lucha dentro de mí y contra mí misma, es más, en algún momento, por un instante deseé que te pasara algo. No sabía lo que me pasaba, pero sentía que tenía que reestructurar mi vida, mi equilibrio, dudaba de mí misma, pensaba si no habría sido una locura tenerte.
Ser madre era algo que no podía aceptar con naturalidad. No sé cuando nació mi cariño hacia ti, quizá fue al sentir que de verdad me necesitabas. Fue un amor que se formó poco a poco, no fue un volcán. A lo mejor es así como tienen que nacer las relaciones duraderas entre dos personas, simplemente así.


No hay comentarios:
Publicar un comentario